23/4/15

En el Día del Libro





En este día permítanme que les cuente una historia, la historia de Carolina, la historia deMisericordiami novela.
Música… una canción, ese fue el inicio de Misericordia.
La música siempre ha formado parte de mi vida, en muchos aspectos y de muy diferentes formas, con muchos géneros diferentes en distintas etapas de mi vida; la música me ayuda a enamorarme, a soñar; también a llorar y sobre todo a imaginar. La música es parte importante de mi proceso creativo.
Norman Foster dijo “Todo me inspira. A veces me pregunto si veo cosas que otros no ven” y puedo decir con toda seguridad que es mi caso. El inicio de Misericordia fue una canción, más propiamente dicho el título de la canción, porque la canción nada tiene que ver con la historia.
I saved the World today” la canción pertenece al disco Peace del dueto británicoEurythmics, dueto conformado por Annie Lenox y David A. Stewart.
Como dije la canción nada tiene que ver con la historia de Misericordia, pero el título me parecía interesante; pueden traducirlo como gusten “Salvé al mundo hoy” “Hoy salvé al mundo” o como lo traducen muchos “Yo salvé al mundo el día de hoy” como sea la esencia es la misma.
El título me resultaba atractivo, atrayente, aun cuando no sabía de que podría tratarse la historia sentía que tendría que tratarse de un fenómeno natural que pondría a la Humanidad al borde de la extinción, y que sería salvada por un solo individuo. Trillado, si, lo sé, a mi me resultaba interesante.
Aun cuando el personaje principal no tenía ni siquiera nombre sabía que iba a ser, eso no cambió dentro de ninguno de los borradores que hubo de Misericordia; iba a ser una chica huérfana que acababa de salir precisamente del orfanato, e iba a ser diferente a cualquier otra chica de su edad. De hecho lo que no cambió tampoco fue el título de la obra, ese estuvo claro desde el primer día.
El primer borrador era ese; la protagonista salía del orfanato de Nuestra Señora de laMisericordia y llegaba al Centro de la ciudad, justo en el momento que se suscitaba un evento catastrófico. A ella no le interesaba lo que sucedía aunque tenía el poder de solucionarlo, la vida la había tratado tan mal que no pensaba en nadie más que no fuera ella misma.
Esos borradores ni siquiera llegue a escribirlos porque el primero era una copia barata de un viejo capítulo de “La dimensión desconocida” y el segundo algo exactamente igual a un cómic que había leído tiempo atrás. No, no quería algo como eso.
El tercer borrador fue el que me resultó mejor, aún cuando no sabía realmente de que iba ¿Contradictorio? Si, lo sé.
No sé cómo escriban los demás; he visto y leído acerca de tips, consejos y métodos para darme cuenta de que no escribo como los demás.
Aunque siempre tengo una idea clara de hacía donde va la historia que quiero contar, también es cierto que muchas de las veces hay escenas, personajes y situaciones en las que no había pensado, pero que terminan enriquecido la historia, a veces tengo que crear una situación para justificar otra que pienso incluir más adelante.
Lo curioso es que parece que trabajo con el subconsciente más que conscientemente, y no sé por qué.
Hace algún tiempo escribí tres cuentos, en diferentes fechas y sin ninguna relación; solo los escribí por las dos razones primordiales por las que hago la mayoría de las cosas: porque podía y porque quería. Tienen detalles y líneas que en su momento no les vi más sentido que el solo estar en la trama, después escribí una historia que pensé (como siempre) que sería un cuento corto, más empezó a crecer y crecer y llegó el momento en me entusiasmó tanto que se me ocurrió incluir a los personajes de aquellos tres cuentos, y resultó que, aquellas situaciones y líneas argumentales cobraron sentido en la última historia, como si hubieran sido escritas como preámbulo de una historia mayor. Lo mismo pasó con Misericordia.
No sé si es bueno no tener bien definidos todos los eventos, las situaciones, los personajes y su relación entre todos. No sé si está bien trabajar así, pero así lo hago.
Cuando empecé a escribir Misericordia pensaba que no iría más allá de treinta páginas, quizá llegaría a las cincuenta, no tenía idea de su tamaño ya que tenía pensado su inicio y clímax, esté modo cambió bastante a lo largo de la escritura.
En “60 respuestas a las 60 eternas preguntas del escritor novel” de Ariel Rivadeneira, escritor argentino, codirector de Grafein Talleres de Escritura Creativa y Grafein Ediciones, una de ellas habla acerca de cómo evitar el cliché, no hay una fórmula mágica o como quien dice “es casi imposible no caer en el cliché cuando casi todo está dicho” entonces ¿Qué hacer? Simple, contar la misma historia pero diferente, aportar nuevas ideas, nuevas líneas argumentales, un enfoque diferente que haga a la historia nueva, fresca, que sea especial, única.
Esperó que todo aquel que lea Misericordia diga –Eso no me lo esperaba– por mucho que hayan pasado la mitad de la novela diciendo, pensando que ya saben de qué va. Nunca van a saber de qué va, me aseguré de eso.
Y termino atreviéndome a poner a consideración de todos ustedes, un extracto deMisericordia, mi novela hoy, Día del Libro, para picarles las curiosidad y, de ser posible, les mueva el interés para adquirirla en versión PDF, así como también agradezco el que puedan difundir esta información para que llegue a más y más lectores, esperando se muestren interesados en adquirirla.
misericordia novela carlos a vazquez mtz

26/2/15

MORALEJA

Constanza era una mujer dañada. Lo que le había dejado la vida eran muchas cicatrices. Después de varios noviazgos difíciles y dos matrimonios fallidos, Constanza lo último que buscaba era tener otro hombre en su vida; otra cicatriz en su corazón, pero también se decía que tenía derecho a ser feliz, por eso aceptó la invitación de Adrián; en realidad no esperaba mucho de él. Adrián era el típico hombre que solo buscaba con quién pasar el rato. No podía negar que le atraía, aún con sus cuarenta y tantos encima gozaba de buen cuerpo. Alguna vez le comentó que había estado en el ejército; los arduos entrenamientos moldearon no solo su figura sino también su mente y sus hábitos. Los días de descanso los ocupaba para correr por las mañanas y a veces un partido de fútbol con la liga del vecindario; buscaba mantenerse siempre en forma, Constanza solo quería sentirse viva otra vez, tal vez sentirse amada; aún con todas las malas experiencias que había tenido era una romántica. A la edad de treinta y ocho años tenía la esperanza de ser feliz.

De Adrián sabía poco, aunque lo que sabía era suficiente para irse con cuidado. Sabía que era divorciado, igual que ella, y que su matrimonio terminó cuando su infidelidad se descubrió, no le gustaba hablar de su familia ya que, según él, no tenía buena relación con ella, y también sabía que pretendía a casi todas en la oficina; como fuera no esperaba mucho de esa relación ¡Vamos! Ni siquiera esperaba que llegaran al altar... quizá solo a la antesala.

La antesala ya llevaba poco más de ocho meses.

Hablaban durante horas, paseaban por las calles tranquilamente y disfrutaban del café sin prisas. Tenían gustos completamente opuestos en cuanto a música, cine y libros, pero eran esas diferencias lo que los enfrascaban en debates y alegres discusiones; le gustaba que la dejara ganar. Constanza llegó a pensar que Adrián buscaba algo serio con ella, aunque no lo decía abiertamente; pensaba que quizá había llegado el momento que sentara cabeza. Ella deseaba que así fuera.

Constanza ya se veía como una esposa nuevamente, con una vida resuelta y una vejez esperanzadora; nada de morir sola, eso la aterraba. Lo que no entendía Constanza es que la felicidad no siempre viene con la unión con otra persona, sino que depende mucho de nosotros mismos, pero ella esperaba que un nuevo matrimonio le trajera la paz y felicidad que siempre había buscado.

La primera vez que se acostó con él fue como redescubrir su sexualidad, su pasión; fue como hacerlo por primera vez... otra vez. El cuarto de hotel no era elegante, la decoración era mínima, típica de esos lugares, pero hubo algo que le gustó; el estar ahí con él. Llegó a imaginar que no era un cuarto de hotel de paso sino la recámara de ambos, ya como marido y mujer. Se mostró tímida, él en cambio cariñoso, nada agresivo y sobre todo paciente; la idea de una relación seria cobraba más fuerza.

Estando juntos llegó un mensaje al celular de Adrián, estaba dormido así que Constanza aprovechó para mirarlo; pensó que sería algo importante. Todo se vino a abajo.

[¿Cómo estás amor?] decía el mensaje, el nombre del contacto solo decía Sarah, sin apellidos.

No dijo nada, pasó la noche despierta pensando una y otra vez de quién podría tratarse... seguramente era otra, no había otra explicación.

No le dijo nada a Adrián, borró el mensaje y como él no lo escuchó no preguntó, aunque con seguridad recibiría otro, y otro; esperaba que cuando sucediera ella estuviera ahí para desenmascararlo.

Los días fueron pasando y ella no dejaba de hacerse ideas en la cabeza, las veces que salía por cuestiones de trabajo o llegaba tarde a las citas lo atribuía a que estaba con la tal Sarah. Tenía que hacer algo. Ya no se sentía como una mujer casada, ya no veía un futuro tranquilo y aquella vejez que esperaba, solo imaginaba los momentos que seguramente pasaba con aquella mujer. Aunque no la había visto se imaginaba como era, podía ver su rostro en su mente como si la conociera. Con seguridad era joven, quizá su piel era clara y tersa, no con las arrugas de una mujer mayor, tal vez no pasaba de los veinticinco años, quizá era alguna becaría o secretaria de la oficina de gobierno donde ambos laboraban; recordaba todos los rostros de los que conocía ahí, buscando quien se ajustara a su perfil, estaba segura de que debía conocerla, quizá la había tenido enfrente y ella jamás lo sospechó. No podría haberlo hecho, jamás, creía en él, en Adrián.

Mentira, seguramente Adrián le hacía regalos caros, la llevaba a comer a los mejores lugares y ella, una vampiresa como cualquiera le sacaba todo el dinero que podía, y lo único que tenía que hacer era abrir las piernas cada que él quería y ya... quizá hasta fingía los orgasmos con tal de tenerlo amarrado y él, hombre como cualquier otro se sentía el macho, sin saber que era manipulado por una mujerzuela, en vez de entregarse en cuerpo y alma a una mujer que había llegado a quererlo, al grado de desear pasar una vida con él. Hasta era posible que la tal Sarah supiera de Constanza y se riera de ella, pensando que solo era un chiste, una broma, quizá ambos se reían.

Se citaban como todos los días en el café de siempre y, aunque todo parecía normal ella estaba alerta a todo lo que pasaba, lo que decía, buscando el momento en que se descubriera y poder reclamarle el que la hubiera engañado.

Nada.

Pasaron tres meses desde que vio el mensaje y Constanza no lograba que Adrián se descubriera. Lo deseaba tanto.

Cuando cumplieron un año de relación lo celebraron con una cena romántica, Adrián llevó a Constanza a un restaurante de comida francesa en la Zona Rosa; Constanza no podía dejar de pensar de que seguramente ahí llevaba a la tal Sarah, pero ni ahí logró que se descubriera; incluso cuando se disculpó para ir al tocador interrogó a uno de los meseros, preguntándole si había visto con anterioridad a su acompañante; aunque la respuesta fue negativa Constanza no estuvo de acuerdo, deseaba que le respondieran que si, que era cliente asiduo y que lo habían visto con otra mujer. La celebración culminó con una visita al hotel de siempre, pero Constanza no tuvo los mismos sentimientos que la primera vez que entró en ese cuarto.

Pero después de la intensa sesión de sexo, mientras ambos reposaban en la cama volvió a sonar el celular de Adrián. Los músculos de Constanza se tensaron; supo que ese era el momento; la prueba de la infidelidad, de los engaños, las llegadas tarde. Era el momento de hablar, de descubrirlo, de echarle en cara todo, pero algo se rompió dentro de ella; su cordura, su sensatez. El recuerdo de todo lo vivido en experiencias pasadas explotó dentro de ella.

Él alargó la mano al buró hasta el teléfono móvil y leyó el mensaje, se enderezó en la cama y torció la boca levemente. Estaba a punto de cerrar el teléfono cuando un golpe seco en la nuca lo tiró de la cama.

Desorientado trató de ver de dónde había venido el golpe, pero antes de poder hacerlo un segundo golpe volvió a derribarlo.

Constanza dio vuelta a la cama con la lámpara del buró en las manos, desnuda, con el rostro desencajado por el coraje, Adrián trató de entender que estaba pasando, trató de que Constanza le explicara que estaba haciendo, pero ella estaba fuera de si, volvió a asestar golpe tras golpe en la cabeza de Adrián pensando en su infidelidad, en sus burlas, en todo lo que ella había construido y que él destruyó por su calentura. Pensaba en la tal Sarah, en su risa, en sus orgasmos fingidos, en los costosos regalos que lucía, en su piel perfecta y ojos juveniles, la mujer demonio; en ese cuarto no había más demonio que Constanza.

Por fin se sintió liberada, de hecho se sentía más viva que nunca, como si lo que había hecho hubiera sido el detonante que le inyectara nueva vida a su sangre. Se preguntaba cómo había sido tan estúpida; se dijo a si misma que no iba a permitir que le viera la cara, ni él ni nadie. Nadie más se burlaría de ella. Ni la tal Sarah, pero también pensaba encargarse de ella, no de la misma manera porque, aun cuando sabía perfectamente lo que había hecho, y que eso no le produjo remordimientos, si buscaría a la tal Sarah, si sabía de ella le reclamaría por ser una zorra, sino entonces la desengañaría, le diría que Adrián era de lo peor y que estaba engañando a las dos.

El teléfono celular cayó algunos metros lejos de la cama, lo recogió pensado responder el mensaje de la tal Sarah. Si, en efecto, el mensaje era de Sarah, cuando lo leyó soltó la lámpara la cual produjo un ruido seco al chocar contra la alfombra.

[Adrián, deja de lado tu orgullo y ven a casa, mi mamá quiere verte, te quiero hermano]

No hay peores tormentas que la que se arma uno en la cabeza ¿O no?

6/2/15

Otro reflejo


“Dicen que si miras fijamente tu reflejo en el espejo,
verás tu verdadero rostro”










No era una persona que acostumbrara mirarse en los espejos; no era vanidoso, tampoco era que le importara poco su apariencia. No solía mirarse más que lo indispensable, su esposa era todo lo contrario.

La casa donde vivían era de estilo americano, situada en un fraccionamiento lo que permitía que tuviera jardines al frente y un traspatio; parecía una casa salida de alguna serie de televisión norteamericana. El regalo de bodas de los padres de Román. Cuando decidieron la decoración de la recamara, Román no tuvo ningún problema con que su esposa eligiera un closet de tres puertas de aluminio con espejo, daba la sensación de que la recamara era enorme y ella, vanidosa como casi cualquier mujer, se daba el lujo de poder mirarse de cuerpo completo al momento de elegir la ropa para el día a día.

La vida en pareja iba como cualquier otra; ratos buenos, a veces alguna diferencia, había noches que se iban a la cama molestos pero, ya bajo las cobijas encontraban la manera de reconciliarse; a Román le gustaba ver el reflejo de ambos en el espejo mientras hacían el amor, sentía como si viera a otra pareja, y esa sensación de voyerismo los estimulaba bastante al grado de sentirse cómplices de una travesura.

Cuando Román perdió el trabajo en el despacho de arquitectos su esposa le dijo que no se preocupara, que ella lo apoyaba en las buenas y en las malas, pero los meses fueron pasando y la depresión en la que Román cayó al no conseguir trabajo finalmente lo arrastró a la bebida; su esposa lo apoyó hasta el punto en el que ya no pudo más.

La tarde cuando Elena lo abandonó fue lo último que Román pudo soportar.

Por un lado fue una fortuna que no hubieran tenido hijos, ellos habrían sido los más afectados, por desgracia de los dos Román se perdió por completo.

Aún antes de partir Elena habló con él, pidiéndole que hiciera un esfuerzo por salir adelante; Román no la escuchaba, solo escuchaba a su esposa riéndose de él, diciéndole lo inútil que era. Elena atravesó la puerta y jamás miró atrás.

Cuando el poco dinero que tenía se acabó Román empezó a vender lo que Elena le dejó: la televisión, ropa que ya no se ponía, algunas figuras de porcelana, todo lo que pudiera con tal de seguir bebiendo; muchas veces caía dormido en el sillón de la sala, otras tenía la fortuna de llegar a la cama, pero el espacio vacío le recordaban lo que había perdido.

No, no lo perdió, se decía, ella huyó, lo abandonó, pensaba que seguramente había encontrado a otro hombre y, cuando ya no pudo sacarle más dinero lo abandonó, se decía una y otra vez que ella era la culpable de sus desgracias. El alcohol lo mantenía tan alejado de la realidad que se creía sus propias palabras.

Familiares y amigos acudían a él con la esperanza de ayudarlo a salir de ese infierno, muchas veces los corrió con insultos, otras veces, las menos, los escuchaba y algo se agitaba en su interior, algo como el deseo de escapar, de renacer, de huir de ese tormento. Román supo que había tocado fondo cuando se vio obligado a robar para pagar su vicio, por fortuna al ser su primera vez pudo salir bajo caución, esto gracias a que ex compañeros de trabajo pagaron la fianza, y pudo enfrentar su proceso en libertad, aunque fue declarado culpable, pagó una multa así como trabajo en favor de la comunidad, así como someterse a sesiones en Alcohólicos Anónimos. El futuro se veía más claro para Román, después de dejar la bebida.

Pero todos tenemos demonios que, no importa que mucho lo intentemos no logramos exorcizar.

La vida siguió su curso y Román trató de retomar las riendas de ella, buscó y buscó y encontró un trabajo que, aunque no era lo que buscaba le ayudó a salir adelante, la pequeña oficina de contratista no se parecía nada al enorme despacho de arquitectos donde había trabajado antes, pero como siempre y como todos, esperaba encontrar algo mejor después. Incluso trató de rehacer su vida sentimental, pero el fantasma de Elena lo perseguía en cada rostro que veía; subconscientemente pensaba que las demás le pagarían igual que ella. Esa tortura fue minando la poca estabilidad mental que tenía. Después llegó la persecución.

Cada noche se iba a la cama con la sensación de sentirse observado, también cuando se duchaba o se afeitaba, en el ante comedor, la sensación era sutil al principio, como si una mirada se cruzara fugazmente con la suya, a medida que el día avanzaba la sensación desaparecía por el ajetreo mismo hasta el punto de pasar desapercibido.

La primera vez que lo sintió fuerte fue en su recamara, esa que había compartido con su esposa, fue como un jalón psíquico en su nuca, esa misma sensación de sentirse observado lo obligó a sentarse en la cama y mirar alrededor; no, no había nadie, nadie salvo él y su reflejo en los espejos del closet, la luz proveniente del alumbrado público inundaba la habitación a medias, proyectando zonas de luz y sombras en todo el cuarto.

Ver su reflejo provocó que evocara las sesiones de intimidad con la que había sido su esposa, pero la tristeza lo embargaba al verse solo, sin nadie más que él mismo en la habitación.

Tratando de no seguir solo reanudó la tarea de encontrar a alguien con quien compartir sus días y, por qué no, también sus noches.

Su trabajo con el contratista lo obligaba en ocasiones a visitar las obras donde proporcionaban personal, esto le permitía conocer a mucha gente, ejecutivos, obreros y personal administrativo, y en algunas de esas visitas no faltaba la secretaria o recepcionista que le lanzara alguna mirada especial; un intercambio de palabras y los números de teléfono le aseguraban algún encuentro posterior.
También lo intentó en línea, eso le facilitó las cosas en dos o tres citas que terminaron en su cama, pero no pasó de ahí, sin embargo, aún acompañado tenía la misma sensación cuando el ambiente se calmaba, y el esfuerzo de una sesión de sexo cobraba factura.

Algunas lo tacharon de loco al verlo despertar frenético, argumentando que había alguien más en la habitación; cada noche que pasaba, solo o acompañado sentía que  “alguien” estaba ahí.

Ya no podía más, tuvo que recurrir a la ciencia médica en busca de una solución.

El diagnostico fue esquizofrenia, le recetaron antipsicóticos, pero por desgracia su consumo provocó efectos secundarios como la incapacidad para quedarse quieto, esto la mantenía en un constante ir y venir por toda la casa, después empezó a navegar por la red y a comentar sin parar en foros, jugar en línea y, después, a hacer ejercicio.

Alguien llamó a Elena al saber por lo que estaba pasando y tomó la iniciativa de ir a buscarlo, la presencia de Elena en la vida de Román ayudó a que llevará el tratamiento, también ayudó a que la estabilidad regresara poco a poco, aunque Elena se negó a dormir con él, lo visitaba por la tarde, le hacía un poco de comer y lo acompañaba hasta la noche, se despedía con un beso en la mejilla aunque no se iba hasta que se quedaba dormido.

Poco a poco Román empezó a mejorar, la compañía de Elena le dio las esperanzas de que su vida podría volver a ser como antes, salió de casa para ir en su busca antes de que llegara; verla abrazada con un hombre que no conocía acabó con todo lo que había reconstruido.

Con violencia la corrió de la casa, Elena lo enfrentó, le echó en cara que si estaba ahí era por él, pero que eso no significaba que regresaría. Por segunda vez salió por la puerta sin mirar atrás.

Los fármacos, la enfermedad misma y los efectos secundarios, así como lo sucedido con Elena estaban llevándolo de nuevo a la locura; ya no sabía si era la enfermedad o los medicamentos, ya no sabía si se estaba curando o enloqueciendo; ya no sabía nada.

Estúpidamente detuvo el tratamiento, si bien durante este la extraña sensación de sentirse observado y acosado había desaparecido, con haber detenido el tratamiento regresaron con más fuerza, ya no era una simple sensación pasajera, en esos momentos podía jurar que había alguien con él.

Decidido a desenmascarar el misterio que invadía su psique pensó en una solución o, por lo menos, poder obtener la evidencia que necesitaba para demostrar, de una vez por todas que no estaba loco.

A un costado de la ventana de su recamara tenía un pequeño escritorio, sobre este la computadora personal, por la bajó un programa de grabación para poder captar con la cámara web todo lo que sucediera por la noche; justo antes de irse a la cama dejó preparado todo, enfocando la cámara hacía la cama y el closet.

A la mañana siguiente lo primero que hizo al levantarse fue correr hasta la computadora, la cámara seguía grabando así que la detuvo y comenzó a revisar el archivo que se había creado... nada. No había nada en la grabación que le mostrara que alguien había estado con él, ninguna sombra que apareciera de pronto, que surgiera de la pared o por debajo de la cama, los únicos movimientos que captó la cámara fueron los suyos, inquieto bajo las cobijas, y las tres o cuatro veces que se levantó cuando sintió algo. En esas ocasiones tuvo la intención de levantarse y checar la grabación, pero pensó que sería mejor esperar hasta el día siguiente, se sentía desanimado.

Vio la grabación una y otra vez esperando que, en una de esas viera algo que antes no hubiera visto, y si, lo notó; cada que se levantaba miraba hacía el espejo en las puertas del closet, quizá ahí estaba la respuesta.

La siguiente noche antes de acostarse volvió a dejar encendida la cámara, pero en esa ocasión la desmontó de encima del monitor y la jaló lo más que pudo hasta que esta enfocó la cama y el espejo por igual; apoyado con una silla y varios libros y cajas pudo colocarla en mejor posición. No deseaba perder ningún detalle.

La noche pasó justo como las anteriores, levantándose en varias ocasiones y durmiendo otras tantas.

Casi saltó de la cama cuando el día amaneció, con rudeza quitó la cámara de encima de todo lo que había usado y la jaló con fuerza hasta ponerla frente al escritorio, abrió el archivo nuevamente y recorrió la noche rápidamente esperando encontrar eso que tanto buscaba.

Tres veces se levantó de la cama durante la noche, así lo declaraba la grabación, la primera vez puede verse claramente, gracias al filtro de visión nocturna de la cámara que primero abrió los ojos y se volvió violentamente, mirando hacia el espejo... nada.

De la primera a la segunda pasaron dos horas, así lo marcaba el tiempo de grabación, en definitiva estaba dormido, pero algo debió haberlo despertado ya que reaccionó como la primera vez; el espejo le devolvía su reflejo, nada más.

Román se desilusionó más, la idea de que estaba más loco que una cabra comenzaba a hacerse más fuerte. Si su estado se debía al hecho de haber detenido el tratamiento estaba resuelto a reiniciarlo, no había más. Dejó correr la grabación al doble de velocidad solo para constatar de que no había habido nadie con él durante la noche.

En la grabación, antes de que se levantara por tercera vez creyó ver algo. Detuvo el avance y con el mouse regresó algunos minutos, reanudo el archivo a velocidad normal y la silla salió despedida cuando se puso de pie rápidamente.

Antes de que se levantara por tercera vez su reflejo en el espejo lo hizo primero, como si fuera el vampiro de una película de serie B enderezó la espalda hasta quedarse sentado, después, lentamente giró el rostro como si viera a Román en la cama que en ese momento volvía a abrir los ojos; el reflejo volvió a acostarse rápidamente cuando Román apenas se levantaba, y en ese momento el reflejo se movió al mismo tiempo que él.

Román dio varios pasos atrás sin dejar de ver el monitor... no estaba loco pensó, alguien lo observaba, eso o definitivamente estaba loco.

Tenía que contarle a alguien, mostrárselo a alguien, el problema era ¿Quién le creería? ¿En quién podría confiar? Su mente buscaba entre el mundo de personas alguien que lo escucharía. Por estúpido que sonará solo había alguien que lo escucharía, si es que la convencía.

-No puedo creer que me convencieras de regresar, no después de la forma en la que me gritaste- decía Elena al momento de traspasar la puerta de entrada, Román cerró lentamente aguantándose las ganas de reclamarle algo, también tratando de aparentar estar bien; Elena le reprocharía el haber suspendido el tratamiento.

-Sé que me he comportado como un estúpido- dijo frotándose las manos -Pero créeme que te necesito más que nunca-

Elena se plantó a la mitad de la sala, aunque solo era un cuarto semi-vacío, Román había vendido la mayoría de los muebles meses atrás.

-¿Y qué es lo que quieres?- dijo cruzando los brazos, el pantalón de mezclilla y la  playera blanca así como su tono de piel, el peinado de rizos rebeldes, aunado a su figura delgada acentuaba su aspecto juvenil; le daba mucho parecido a Jennifer Beals, actriz que se hizo conocida por la película “Flashdance” en los ochenta, Román por su parte había perdido mucho peso, estaba sin afeitar y el cabello castaño despeinado.

El hombre que Elena se había esforzado por resucitar ya era solo un muerto en vida de alguna película barata.

-Necesito que me escuches-
-¿Escuchar qué?-
-Algo pasa conmigo, sé que ya no soy el mismo-
-¡Y qué lo digas!-
-Por favor... - y pasando de largo dio varias vueltas en el cuarto frotándose las manos; Elena no se movió.

-¿Qué sucede contigo? Un tiempo estás bien y al siguiente eres un loco, sé que estás enfermo, pero eso no es excusa para que me trates de la forma en que lo haces, ya no somos nada Román, entiéndelo, si estoy aquí es porque quiero ayudarte, no porque quiera regresar contigo-
-¡Por favor!- exclamó llevándose las manos a la cabeza; Elena guardó silencio, pero esa reacción la puso en alerta -No sé qué está pasando conmigo, desde hace días... meses, sentía que me observaban, que me perseguían... -
-Si, se llama “culpa”-
-No, no era eso- Elena arqueó la ceja -Si, yo también lo pensé, pensé que era la enfermedad que me hacía ver cosas, pero esta mañana lo comprobé; no Elena, no estoy loco-
-¿Y qué fue, según tú, lo que descubriste?-
-Ven... - dijo extendiendo la mano temblorosa hacía ella; Elena dudó -Por favor, ven conmigo-

Elena volvió a cruzar los brazos y sin decirle nada avanzó dos pasos, Román entendió y dando vuelta se dirigió a la recamara.

Por un instante Elena pensó que se traía algo entre manos, quizá alguna treta para hacerla regresar con él; la recamara volteada de cabeza le dio solo un poco de tranquilidad, no sabía cómo habrían resultado las cosas si lo rechazaba.

Román avanzó hasta la computadora y jalando la silla le indicó a Elena que tomara asiento, no muy convencida se acercó despacio hasta que finalmente se sentó. Román tomó el mouse y dio click en el archivo que tenía abierto.

-Desde que empecé con la enfermedad pensaba que me observaban, así que dejé grabando la cámara por la noche, porque es cuando más tenía esa sensación, ahora sé que había alguien aquí... - y puso la grabación justo en el minuto donde su reflejo se levantaba.

Román esperó mordiéndose las uñas la reacción de Elena... nada.

-¿No lo viste?-
-¿Ver qué Román?-

Molesto regresó al minuto nuevamente.

-¡Ahí! ¡¿Lo viste?!- dijo señalando el monitor, en el momento que su reflejo en el espejo se levantaba.

-No veo nada raro Román; si, te levantas ¿Y eso qué?-
-¡Por Dios, no puedo creer que no lo veas!- y nuevamente regresó el archivo -¡Ahí! En el espejo- volvió a decir señalando en el monitor con el dedo sobre la figura en el espejo.

-No Román, no veo nada-

Más molesto aún se dio vuelta bruscamente alejándose de Elena, esta lo siguió con la mirada hasta que Román se sentó en la cama, dándole la espalda al espejo.

-¿Qué esperabas qué viera?-
-Nada... olvídalo-
-Román, quiero ayudarte, en serio, pero ahí no hay nada... dime... suspendiste el tratamiento ¿Verdad?-
-¡No estoy loco Elena! Hay alguien ahí, yo lo veo ¿Por qué tú no puedes?-
-¡Porque no hay nada ahí Román! Es solo un espejo-
-Vete... - dijo muy bajó.

-¿Qué dijiste?-
-¡Que te largues!- exclamó poniéndose de pie, Elena hizo lo mismo alejándose varios metros de él, Román apretaba los puños fuertemente y la boca estaba deformada por una mueca.

-Román... - dijo levantando las manos, tratando de tranquilizarlo -Si tú dices que hay alguien ahí te creo... -
-Tú no me crees-
-Te creo cuando dices que lo ves, pero yo no veo nada, lo que tenemos que hacer es que te des cuenta de que no es verdad lo que dices ver... -
-¿Y qué propones?-
-Por principio de cuentas vas a reanudar el tratamiento, después de eso veremos si sigues viendo cosas; si es así deberás ir de nuevo al médico ¿Estás de acuerdo?-

Román no le respondió, por un lado le agradaba la idea de regresar a su vieja vida, por otro lado regresar a los medicamentos era una sensación que no quería volver a experimentar, por los efectos secundarios.

Justo en el momento que iba responder el celular de Elena sonó en su bolsillo.

-¿Qué pasó?- respondió Elena al tiempo que le daba la espalda para escuchar, Román volvió a sentarse en la cama tratando de tranquilizarse. La voz de Elena lo obligó a volverse a ella, en ese momento ella lo miraba fijamente a los ojos.

-No amor, no voy a llegar hoy, mi ex esposo tuvo una recaída, voy a pasar la noche con él- y Román bajó la cara avergonzado.

No sabía si era por el hecho de que Elena había decidido pasar la noche con él, si era porque estaba interviniendo en su vida o... por la idea fugaz de estar con ella.

-¡No digas tonterías!- exclamó en el teléfono, Román ya no volteó a verla -¡Claro que no!... ¡Por favor!... mira, no digas que me entiendes, sé que no es así, solo confía en mi ¿De acuerdo?... gracias... pasa por mi mañana temprano, por favor... nueve de la mañana... si... gracias... te amo- y colgó.

-No tienes porque hacer esto... -
-No, pero quiero hacerlo-
-Pero ¿Y él?-
-¿Qué pasa con él?-
-¿No se molestará?-
-Ya lo está- dijo y dejándolo solo fue a prepararse algo de cenar.

Elena llamó al médico que atendió a Román y le explicó la situación, este le indicó la dosis recomendada para reiniciar el tratamiento, después cenaron tranquilamente en la recamara, en silencio. Durante todo ese rato Román pensaba que sucedería a continuación, se sentía como un adolescente nuevamente, avergonzado como la primera vez que estaba solo con una chica.

Finalmente la noche terminó por caer.

-No traje ropa así que tendré que dormir casi sin nada- dijo mientras acomodaba las cobijas. Se quitó la playera.

-¿Vas a dormir aquí?-
-¿Pues qué esperabas? No pienso dejarte solo, pero te aclaro... no intentes nada ¿Me oíste?-

Román ya no le respondió, le dio la espalda y dejó que terminara de desvestirse.

-Si te sientes más tranquilo enciende la cámara, veremos qué pasa mañana- le dijo, Román siguió sin responder, pensaba que no serviría de nada pero aún así lo hizo.

-Cualquier cosa que sientas no dudes en despertarme... juntos resolveremos esto- le dijo en la oscuridad a medias de la recamara, Román murmuró algo como -De acuerdo... gracias-

Elena dormía de frente al espejo, Román del lado contrario, dándole la espalda y, como la noche anterior y la anterior a esa Román se levantó en dos ocasiones, Elena despertó junto con él, preguntándole que pasaba, Román respondió que nada, aunque no dejaba de ver el espejo... su ex esposa sabía que mentía.

La tercera vez Román despertó pero no se levantó, sentía que lo observaban pero no se movió, tenía miedo de mirar y constatar que no había nada, reafirmar que estaba enloqueciendo. La presión era demasiada.

Giró sobre si mismo y lentamente levantó el rostro por encima de Elena, sus ojos se abrieron enormemente al ver en el espejo su reflejo de pie, con las manos sobre el espejo como si estuviera fuera de una ventana. Román saltó de la cama con rapidez cayendo al suelo, lo que hizo que Elena despertara.

-¡¿Qué pasa?!-
-¡Ahí!- exclamó señalado el espejo, Elena volteó y Román se puso de pie.

Román se enfocó en el espejo, vio como su reflejo daba vuelta y se enfilaba a la cama, se subía en ella y sobre Elena a quien golpeó en varias ocasiones, después con sus manos rodeó su cuello apretando con fuerza; bajo él Elena pataleaba tratando de liberarse.

Román volvía a sentirse ese mirón indiscreto, un voyeur, pero la escena no le causaba ninguna excitación, al contrario, estaba aterrorizado, más cuando vio como su reflejo volvía a arremeter contra el rostro ya ensangrentado de Elena.

Finalmente la soltó, Elena ya no daba pelea, aún sobre ella el Román del espejo se volvió hacía el otro que estaba paralizado por el terror. Levantó la mano manchada de sangre y colocó el dedo índice en los labios... sonrió.

La mañana descubrió a Elena sobre la cama con el rostro cubierto de sangre y el cuello amoratado, junto a la cama, llorando, estaba Román, las manos estaban cubiertas de sangre, y tenía una mancha en medio de los labios.

12/10/14

Confesión

-¿De qué te arrepientes?-
-De nada- respondió él -Y de todo-
-¿Cómo puedes arrepentirte de todo y nada?- insistió ella -Eso es contradictorio- la anciana apenas podía distinguir los rasgos de él, pero eso no evitaba que lo mirara con la misma ternura de siempre... o el mismo enfado.

-Me arrepiento de no haber tomar más riesgos- respondió mirando un punto alejado del techo, la noche hacia poco que había caído -Pero no me arrepiento de los riesgos que tomé; cometí errores pero de todos ellos aprendí.

Me arrepiento de no haber bailado más, no haber reído más, no besar, no amar más, pero reí a más no poder, bailé sin importarme que no supiera bailar; amé y besé a quien quise y a quien amo, de eso no me arrepiento.

Me arrepiento no haberte conocido antes, tal vez si te hubiera conocido antes no habría sufrido y llorado antes tanto, pero no me arrepiento del día que te conocí, porque descubrí el amor verdadero; me arrepiento no haberte amado como tú te mereces ser amada, pero no del cómo te amé, porque te amé como solo yo sé amar: de verdad, con el corazón, puse mi alma y mi espíritu en ser feliz y hacerte feliz. Me arrepiento de no haber podido darte todo lo que te merecías, pero mi conciencia tranquila me dice que hice todo lo que pude, para darte lo que te mereces.

Me arrepiento de mis excesos, de mis mentiras, de mis secretos, pero no de haber vivido la vida como quise, porque ante todo fui honesto contigo (como lo soy ahora) leal, fiel, constante. No me arrepiento del hombre que fui, porque este hombre que soy, es el hombre del que te enamoraste.

No me arrepiento de haberte amado, sino de no poder amarte más-


Ya no hay respuesta de la anciana, bajo las cobijas los abraza y así, abrazados, se quedan dormidos.

23/7/14

Del baúl de los recuerdos

Corría el 2009, sus primeros días aunque la fecha no la tengo bien resuelta, el caso es que por esos días escribí un cuento, este en particular me trae muchos recuerdos porque fue uno de los primeros que leí a mis padres... les encantó.

Bueno, el punto de esta anécdota es que el pasado domingo, charlando con mi buen amigo Francisco Ibarlucea en una trajinera de Xochimilco, salió en la platica este cuento, mismo que le dije que le compartiría, este mismo cuento fue publicado en este mismo blog el 30 de enero de ese 2009, esta es la versión 2014 ya con su revisión y edición (y vean que tenía errores) bueno, permitanme presentarles una vez más este cuento titulado...



La Muerte se lo dijo



Halloween, Día de Muertos… lo llaman por igual, ya no es una festividad ni otra, solo una amalgama mal pegada de una celebración prehispánica, aderezada con elementos europeos, pero no importa que se celebre ni cual sea su objetivo o antecedente… todos lo festejan.

Días antes, quizá semanas atrás se había planeado que hacer en mi sitio de trabajo, cuando la fecha estaba más que próxima, cuando los pasillos, anaqueles y mostradores ya estaban revestidos de murciélagos, brujas, Catrinas, fantasmas y calabazas, decidimos que este año haríamos algo diferente, y la idea que tuvimos me llenó de entusiasmo… se nos ocurrió que alguien se disfrazara y claro, no podía haber habido nadie mejor que yo.

Me dijeron que escogiera el disfraz, lo pensé un rato, unos días, cuando estuve seguro de que disfraz sería junte los elementos. Una enorme capa negra con capucha, botas y ropa negra, una mascara de esas que usan los motociclistas para cubrirse la mitad del rostro del aire frío, esas que tienen la mitad de un cráneo pintado así como unos guantes que en el dorso tenía pintadas las falanges de los dedos, conseguí un pasamontañas y sobre este usaría la mascara, un poco de maquillaje aquí y allá y para el final, con ayuda de mi padre que era maestro herrero una enorme guadaña que, aunque no tenía filo parecía real, filosa y amenazante… sería La Muerte.

Ya todo estaba dispuesto, el día primero de Noviembre llegue temprano con el disfraz en una enorme bolsa negra, y la guadaña desarmada en tres partes cubierta con papel periódico, me cambie en los vestidores y me coloque el pasamontañas, unas compañeras me ayudaron con el maquillaje, me pintaron alrededor de los ojos y después me coloque la mascara de motociclista para que solo se vieran mis ojos, me vestí con la capa y subí la capucha sobre mi cabeza, armé la guadaña y finalmente todo estuvo listo… era La Muerte.

Otros compañeros habían puesto unas cajas algunos metros frente a la entrada principal y las habían forrado con papel de color negro, la idea era que a ratos estuviera ahí parado a manera de “estatua viviente” y a ratos paseara por la tienda abordando a los clientes, bueno, bajé las escaleras con toda la suntuosidad de mi personaje, la capa arrastraba por el suelo y algunos compañeros me tomaron fotos con sus celulares, avance por los pasillos y finalmente tome mi lugar sobre las cajas, las cortinas se levantaron y dieron inicio las labores.

La mañana pasó bastante tranquila, sin grandes sorpresas, los pocos clientes que acudieron temprano a hacer sus comprar se asombraron por lo que encontraron al entrar, elevado por las cajas y haciendo uso de mi estatura mi personificación lucía impresionante e impactante, unos chicos de una de preparatoria cercana llegaron y al verme se quedaron viéndome con asombro y un poco de duda, ya que permanecía inmóvil, uno de los chicos alargó la mano con la intención de tocar la guadaña, y cuando sus dedos estaban cerca de ella moví la mano lentamente, lo que hizo al chico retirarla inmediatamente; estallaron en risas cuando levanté la otra mano enguantada y con el dedo índice lo moví diciéndoles "NO" sacaron sus celulares y me tomaron fotos (y se tomaron fotos conmigo de fondo) y saliéndome un poco del protocolo saque unas tarjetas (las cuales había escrito la noche anterior) donde escribí: “¿Me la mandas a mi correo?” con mi dirección escrita ahí, así trascurrió la mañana y parte de la tarde, cuando el día estaba por terminar pasaron frente a mi.

Era una madre con su hijo, el niño no tendría más de siete u ocho años, con una camisa roja y pantalón de pana. Cuando entraron se me quedaron vieron y alcance a escuchar al niño preguntarle a su madre quien era yo, la madre tardó algunos segundos en contestar pero la mirada del niño denotaba curiosidad y asombro, su madre le dijo -Es La Muerte hijo… - y suspiró, después entraron a la tienda, hicieron sus compras y cuando se disponían a salir el niño me obsequió una sonrisa y con su mano me dijo adiós; así pasó el primer día, el primero de Noviembre, cuando las cortinas bajaron pude deshacerme del disfraz ya que, aún cuando me divertí era bastante pesado, solo me restaba un día más, el dos de Noviembre… sería La Muerte una vez más.

El día dos de Noviembre no fue tan diferente al anterior, por la mañana recorrí la tienda y atendí a algunos clientes, era curioso y hasta cierto punto cómico ver a La Muerte atender a los clientes, fue cuando tomé lugar en las cajas elevadas que ellos aparecieron nuevamente.

Era la madre con el niño otra vez. Entraron y ahora la madre no se detuvo ni un segundo, no dirigió su mirada hacia mi ni permitió que el niño lo hiciera, más cuando estaban pagando el niño se escapó de su madre y llegó hasta mis pies, yo me mantenía inmóvil, entonces tomó la capa con una de sus mano y la jaló en dos o tres ocasiones, lamente que no hubiera habido alguien grabando en ese momento, apuesto a que ha de haber sido fastuoso el verme abrir la capa y flexionar las rodillas para alcanzar al niño, cuando bajé hasta estar casi a su nivel me hizo un ademán para que me acercara y me hablo al oído; esperaba cualquier cosa, una frase tonta e ingenua llena de inocencia de un niño de siete u ocho años, jamás… jamás espere lo que me dijo, jamás espere su pregunta.

-¿Voy a morir?-

Lo miré a los ojos y no vi en ellos el menor rastro de miedo, o duda, o incertidumbre, nada que delatara la intención de su pregunta, en menos de un segundo me debatí entre lo que debía decir y lo que quería decir, en menos de un segundo me quede sin palabras y mi mente se bloqueo, me pasme, me paralice, pero la mirada ansiosa del niño en menos de un segundo me devolvió a la realidad, entonces… entonces hice lo que hice, dije lo que tenía que decir, sin saber si era lo correcto, si estaba bien o no, pero la mirada del niño me dijo que era lo que tenía, lo que debía y lo que quería decir.

-Si… - fue lo que respondí, y como anteriormente lo vi en su mirada no había el menor rastro de miedo, o duda, o incertidumbre; sonrió, sonrió con una sonrisa franca, sonrió con una sonrisa feliz (si es que se puede decir de esa manera) pero no podía quedarme ahí así, no podía él quedarse ahí así, no era por completo la respuesta, no estaba completa.

-Si, vas a morir, pero no ahora, aún falta mucho para eso, crecerás, iras a la escuela, tendrás muchos amigos, una carrera, conocerás a alguien y decidirás hacer una vida con ella, tendrás hijos y ellos tendrán los suyos, cuando este mucho muy grande… -

-¿Cómo mi abuelita Rosa?-

-Si, como tu abuelita; cuando estés grande como tu abuelita te iras a la cama, te acostaras y cerraras los ojos, cuando los abras estarás en el Reino de Dios y ya no habrá dolor… -

¡Maldición! El niño sonrió de una manera tan franca y con una confianza que me dejó sorprendido, quizá esperaba que él se asustara con la respuesta pero no fue así. Su madre apareció y tomándolo de la mano salieron de la tienda y finalmente se perdieron… ese día fue el segundo y ultimo que personifique a La Muerte.

Ocho días tuvieron que pasar para volver a ver a la madre del niño.

Se presentó de una manera prepotente, molesta, indignada, pidió… no, exigió hablar con el gerente de la tienda y cuando este se presento exigió mi cabeza en charola de plata (o más bien la cabeza del idiota disfrazado de Muerte, sus propias palabras) el gerente la llevó a la oficina y me hicieron llamar, cuando aparecí en la oficina la madre me gritó que era un desconsiderado, un idiota que habla por hablar y que no tenía cuidado en lo que decía, el gerente le preguntaba de que se trataba. Ella le dijo que yo había hablado con su hijo la semana pasada cuando estaba disfrazado de La Muerte, y que le había dicho cuentos a su hijo, yo me defendí diciendo que solo respondí su pregunta, con lo que la madre se indigno más, insistía que no tenía sensibilidad y que si no sabía que pasaba mejor cerrara la boca, cuando el gerente le preguntó que es lo que yo le había dicho a su hijo fue cuando la madre estalló.

-¡Mi hijo tiene una enfermedad terminal y este hombre le dijo que viviría hasta ser un anciano y que moriría dormido! Mi hijo tiene fecha para morir ¡Seis meses! ¿Cree usted que no me mortifica lo que este hombre ha hecho? ¿Qué le haya dado falsas esperanzas?-

El gerente se disculpó y yo tuve que hacer lo mismo, argumentando que (obviamente) desconocía este hecho, y que lo que dije lo dije con la mejor de las intenciones, la madre no quedó muy conforme pero se despidió diciendo que eso no acababa ahí.

Yo recibí una reprimenda por parte del gerente y unos días de “descanso obligatorio” (sin goce de sueldo, claro) como sanción, cuando regresé a trabajar no se habló del asunto y, si la cosa no iba a acabar ahí no sabía cuando vendría el golpe mortal o cuando estallaría la bomba, quizá esperaba que algo sucediera para redimirme; acepté mi responsabilidad u esperé hacerme responsable de lo que resultara, más el año terminó y la bomba no estalló.

Los días avanzaron a veces lento, a veces parecía que no tenían freno, y de esa manera llegamos a la misma fecha, se aproximaba el Día de Muertos (o Halloween, como prefieran) y entre una cosa y otra acordamos repetir el “espectáculo” del año pasado, con la consigna (o amenaza) de que en esta ocasión me abstuviera de hacer cualquier comentario como el año anterior, en verdad me gustó asumir el personaje de La Muerte, así que no tuve ningún problema en acatar esta orden… sería La Muerte una vez más.

El día primero de Noviembre volví a llegar temprano con el disfraz, me ayudaron con el maquillaje y finalmente, como el año anterior todo estuvo listo… era La Muerte nuevamente.

La mañana pasó bastante tranquila, sin grandes sorpresas como el año anterior, los clientes asombrados por lo que encontraron al entra, los chicos haciendo bromas y tomando fotos, así trascurrió la mañana y parte de la tarde y así pasó el primer día, el primero de Noviembre, ya solo me restaba un día más, el dos de Noviembre… sería La Muerte una vez más.

El día dos de Noviembre tampoco fue tan diferente al anterior, cuando tome lugar en las cajas elevadas fue cuando mi corazón se sobresaltó, cuando apareció nuevamente.

Era aquella mujer con la que había tenido el problema el año anterior, la vi dar la vuelta y enfilar a la entrada con la mirada en mi, lo que me extrañó de ese momento fue que no había una expresión o sentimiento que pudiera entender, en menos de un segundo imagine al niño en su lecho de muerte, con su madre a su lado, con los ojos rojos por el llanto y la voz de niño temerosa, suplicante, preguntándole a su madre si iba a morir, diciéndole que no podía morir en ese momento ya que La Muerte le había dicho que no sería sino hasta que estuviera grande como su abuela, y la madre estaría sollozando tratando de mantener la calma y buscando que responderle al hijo que en ese momento moría.

La madre se acercó a mis pies e hizo lo que jamás espere que hiciera, me extendió la mano… saque la mano enguantada mostrando las falanges pintadas y la estreche, mis músculos se tensaron en espera de que la bomba estallara, mi instinto se activó y se mantuvo alerta en espera de protegerme de los golpes con el bolso, espere y espere a que la bomba estallara, lo único que llegaba a mi mente era la idea del silbido que se escucha cuando una bomba es soltada, ese silbido fue la palabra que me dijo, cuando finalmente me habló.

-Gracias… - dijo y yo aún esperaba que la bomba acabara su caída libre e hiciera explosión ahí mismo, a mis pies, cuando finalmente la bomba cayó no estalló, al contrario, inmediatamente se desactivó, cuando la madre volvió a hablar.

-Mi hijo murió hace dos meses… -

-Lo lamento… - respondí

-No lo hagas, estoy aquí para agradecerte, yo esperaba la… la despedida de mi hijo para Mayo, y esta se alargo hasta casi diez meses, había algo en él que no podía identificar, después entendí lo que era... era tranquilidad, cuando finalmente… sucedió, me dijo las palabras más hermosas que podía haber escuchado… -

"No tengas miedo mamá, sabíamos que esto iba a pasar, la Muerte me lo dijo, pero no estés triste, cerraré los ojos y cuando los abra estaré en el Reino de Dios y no habrá más dolor, mi abuelito Fito y mi abuelita Toñita me estarán esperando, te quiero mucho mamá, a ti y a mi papá, a Miguel y a Rosa, no se pongan tristes, yo los estaré cuidando a ustedes… "

La madre sonrió con una sonrisa franca, con una tranquilidad de que, aún en el ultimo momento su hijo no tuvo miedo de morir, jamás vio en él el menor rastro de miedo, o duda, o incertidumbre, me dijo que lo que yo le dije lo hizo seguir adelante con más confianza, aún con el miedo al terrible final, pero con la firme esperanza de que el destino se podía cambiar... no fue así, pero el niño no tuvo miedo de morir… porque sabía que, cuando sucediera, él estaría en el Reino de Dios, ya no habría más dolor… porque La Muerte se lo dijo…
























(Si, el de la foto soy yo)
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7/7/14

Promesa cumplida


-Hola ¿Cómo te llamas?-
-Nicole- respondió la niña, la anciana dibujó una sonrisa que para cualquier otro habría sido grotesca, por la falta de dientes.

-¡Que coincidencia!- exclamó -Tenemos el mismo nombre- y la niña frunció el ceño ligeramente.

La actividad en la oficina de gobierno estaba en su punto más alto, gente yendo y viniendo con papeles; secretarios, funcionarios, personal administrativo y ancianos, si, ancianos, muchos de ellos. Muchos en algún momento de su vida caerán en las oficinas de pensiones, porque si todos tienen asegurada la muerte, no todos llegarán a viejo.

Nicole, la niña, era una pequeña de tan solo siete años, con dos trenzas negras adornadas cada una con una "Kitty" en cambio la Sra. Nicole parecía tener más de setenta años, quizá viuda, quizá sobrevivía gracias a la pensión que su esposo le había dejado.

-¿Vienes de la escuela?-
-No, estoy de vacaciones-
-¡De vacaciones! Que bien... y estás acompañando a tu mamá... -
-Si, allá está- y señaló hacia la fila frente a ella, en ese momento la madre de Nicole volteó; verla en compañía de la anciana le dio cierta tranquilidad.

-Y dime ¿Te gusta la ciudad?-
-No, hay mucho ruido-
-No se parece nada a tu pueblo ¿Verdad?- Nicole a su corta edad sintió que algo no estaba bien.

-¿Usted sabe dónde vivo?-
-Si, me lo dijo tu mochila- y como prueba tomó entre sus viejos dedos una etiqueta engrapada en una de las correas de la mochila... Zongolica, Veracruz.

-Si, soy de allá- respondió la niña -Ahora que son vacaciones mi mamá me trajo a conocer la ciudad y... - en medio de todo el bullicio de la oficina el silencio de la pequeña pareció sepulcral, como si hubiera ensombrecido su alegría.

-No te pongas triste Nicole- dijo la anciana con tono maternal, mientras que le acariciaba la mejilla con su vieja mano -Es obvio porqué están aquí... tú papá ¿Cierto?- la pequeña Nicole no pronunció palabra alguna, solo movió la cabeza de arriba abajo; tampoco levantó la mirada.

-Mamá dijo que teníamos que venir para que arreglara lo de su... su... - o no sabía qué era o no se atrevía a decirlo, la anciana le ayudó.

-Pensión... -
-Si, así dijo mi mamá que se llama... ¿Qué es eso?- y al preguntar levantó la mirada, sus ojos negros llenos de vida aunque tristes se posaron en los cristalinos y cansados ojos de la anciana.

-Pues verás Nicole, la pensión es la ayuda que el Gobierno le da a tu mamá ahora que tú papá ya no está-
-Pero yo no quiero dinero, quiero a mi papá-
-Lo sé Nicole, pero no te pongas triste, hoy más que nunca tu mamá te necesita-
-¿A mí?-
-Si, a ti, sobre todo a ti; necesita de tu apoyo, de tu comprensión en estos momentos tan difíciles; piensa que para ti es tu papá, pero para ella era el amor de su vida, su pareja-
-¿Pero por qué se tuvo que ir?-
-Porque es la ley de la vida Nicole; todo lo que nace está destinado a morir, las plantas, los animales, el Hombre. Todos tenemos asegurada la muerte más no sabemos cuándo, por eso debemos vivir cada día de nuestra vida como si fuera el último mi niña, no lo olvides... pero tampoco debes olvidar que tu mamá te necesita en estos momentos como en ningún otro. Apóyala, quiérela, anímala, hazla feliz-
-¿Es qué no es feliz?-
-Si mi niña, pero no dejes que decaiga esa felicidad, porque el dolor puede marchitar cualquier corazón, y más tarde que temprano irá a encontrarse con tu papá-
-No dejaré que eso suceda, la haré muy feliz, lo prometo-
-No hija, no prometas, porque una promesa es un gran compromiso, una sentencia que te obliga; no. Hazlo porque quieres hacerlo, porque debe hacerse, no porque tengas que hacerlo aunque no quieras, y cuando estés en este mismo lugar, así como me ves ahora y te encuentres a una niña como tú ahora dile lo mismo que te estoy diciendo, porque muchas veces recibimos apoyo y consuelo de quien menos esperamos, y no nos damos cuenta de que es Dios quien nos responde después de haberle hecho inmensidad de preguntas que pensamos que no tienen respuesta-
-¿Dios nos habla?-
-¡Claro que si Nicole! Cuando le preguntas Él responde, más no esperes escucharlo como me escuchas a mí, no. En cada canción que escuchas, en cada línea del libro que lees, en el silencio de la montaña y en la furia del rio, en el llanto de un niño o en el beso más pequeño, a la sombra de un árbol o en medio del trafico, en todos esos momentos Él te habla, solo es cuestión de que estés dispuesta a escuchar-

Nicole guardó silencio, la anciana también, se miraron a los ojos ambas en silencio; la anciana con un dejo de alegría en el rostro, la niña parecía que en su mente debatía en lo que pasaba, veía y escuchaba. Quizá trataba de darle sentido a las palabras de la anciana.

-¿Te envió Dios conmigo?- la pregunta de la niña ensanchó más la sonrisa de la anciana.

-No Nicole, solo dije lo que pensé que necesitabas escuchar; no dejes jamás de vivir Nicole, vive por ti, por tu madre, vive por el amor y por Dios, y cuando encuentres a una niña como tú dile lo mismo que te estoy diciendo, lo que sientes, lo que piensas-
-Vámonos Nicole- dijo la madre de la niña llegando a hasta ella, la anciana no se atrevió a levantar la mirada.

-Me tengo que ir- dijo la niña y tomó la mano de su madre; la anciana comenzó a llorar por lo bajo.

-¿Está bien señora?- dijo la madre de Nicole, la anciana dijo Si con la cabeza; trató de sonreír aunque la mujer no pudiera verla.

-Si, estoy bien, no se preocupe- respondió con un murmullo.

-Bueno pues... con permiso- y ambas se alejaron, la anciana apenas levantó a tiempo la mirada para cruzarse con la de la pequeña que volteó a verla en el último segundo, antes de desaparecer por las puertas de elevador.

-Adiós Nicole... - murmuró una vez más -... adiós mamá- y se desvaneció en el aire.

24/6/14

Situaciones desesperadas...


En estos momentos quiero hacer llegar un anuncio: debido a la falta de empleo y (obviamente) a la falta de dinero, me veo en la necesidad de, por un lado, impulsar mi novela Misericordia y por el otro, obtener algunos ingresos, por lo tanto les presento esta propuesta.

Pongo a la venta mi novela en formato PDF, la cual incluye (desde luego) el manuscrito completo, portada y contraportada así como un extra: a cada persona que solicite una copia (o las que gusten) se le adjuntara una dedicatoria escaneada de mi puño y letra (una por cada copia y dedicada a quien ustedes deseen) el precio de venta es de $100.00, los datos de deposito se informaran via e-mail (vazqcarlos3329@hotmail.com) y llegaría directamente al mail que se indique. Adquirirla impresa derivaría de un precio diferente así como también la cuestión de la entrega, la cual sería personal, a domicilio y restringido al Distrito Federal y Área Metropolitana.

Ojala puedan ayudarme, ya sea adquiriéndola o compartiendo esta información; de antemano y como siempre, gracias.