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12/6/15

El pájaro rompe el cascarón...










El sonido que los frenos hicieron al derrapar sobre el asfalto fue ensordecedor; a las dos de la mañana no había mucho tráfico y, por lo tanto muy poco ruido. Automovilistas y los pocos transeúntes que aún se encontraban ahí quedaron sorprendidos aunque solo por un momento; todos supieron que acabaría mal cuando atravesó la avenida pisando el acelerador a fondo.

El impacto contra el muro de la entrada del Metro fue tan fuerte que el Mustang Shelby GT 5000 se convirtió en chatarra en menos de un minuto, su ocupante también.

Emiliano Camarena, hijo del senador Emilio Camarena quedó dentro del vehículo inmóvil, sangrando, herido, nunca antes había sufrido un accidente así, jamás había sentido tanto dolor, quizá solo aquella vez cuando se cayó de un columpio cuando tenía ocho años.

Los servicios de emergencia llegaron minutos después, alertados por la policía quien ya había recibido reportes de la conducta inapropiada de Emiliano sobre Eje Central. Tardaron poco menos de una hora para liberarlo de su prisión de hierros retorcidos muy mal herido; no le daban muchas expectativas de sobrevivir.







Lo primero que supo fue que tenía la boca seca, señal de que hacia mucho que no tomaba líquidos, después, que el cuerpo le dolía como nunca antes y tercero, que estaba recostado. Abrió los ojos lentamente, aun antes de abrirlos pudo ver la enorme lámpara sobre él; la luz le pareció tan fuerte que los ojos le dolieron, tuvo que cerrarlos nuevamente. Poco a poco su vista se acostumbró a la luz, no era tan brillante como le pareció en un principio.

El cuarto de hospital era amplio y muy blanco, las sabanas, las cortinas, las paredes. Con seguridad se trataba de uno de los mejores hospitales, su padre no escatimaría en gastos.

Durante una hora se dedicó a lo único que podía hacer: ver y escuchar, aunque no hubiera mucho que ver y muy poco que escuchar.

Varios pensamientos cruzaron por su mente, uno de ellos fue su padre; casi podía escuchar el regaño que le daría. Con veinticinco años encima su padre le llamaba la atención como si fuera un quinceañero. Con total seguridad le retiraría las tarjetas de crédito, las llaves de sus otros dos autos y le prohibiría fiestas y viajes, además de que lo obligaría a pagar el auto y los demás daños. Si, ya lo sabía.

El otro pensamiento era Lorena.

Se habían conocido dos años atrás, en la boda del gobernador de Guanajuato, un año después eran pareja y se dejaban ver en las fiestas de la sociedad política del país, tres meses atrás empezaron las discusiones por la inmadurez de Emiliano, sus constantes fiestas, el abuso del alcohol y drogas así como dos infidelidades que le descubrió. Emiliano Camarena, hijo del senador Emilio Camarena pensaba que no tenía que darle cuentas a nadie, ni a Lorena ni a su padre, ni a los medios ni a la sociedad. Pensaba que no había nadie con quien tuviera que confesarse, nadie a quien decirle que estaba arrepentido de las cosas que había hecho... no había nadie a quien decirle que estaba desperdiciando su vida.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que no escuchó cuando la puerta se abrió, ni siquiera se dio cuenta de la enfermera hasta que estaba a su lado. Se sobresaltó.

-Tranquilo- dijo la enfermera con voz baja, mientras que le ponía la mano en el hombro -Todo va a estar bien-
-¿Dónde está mi padre?- preguntó al tiempo que intentó levantarse -¿Dónde estoy? ¿Qué pasa? ¿Por qué no está aquí?-
-No tienes nada de qué preocuparte- respondió con suavidad -Estás en buenas manos- su voz y la mano en el hombro terminaron por calmar sus ansias de saber dónde estaba.







Algo le resultó extraño, no de ese hospital, sino de lo que pasaba con él. Sentía que tenía días ahí, más en todo ese tiempo no recordaba la última vez que había comido, pero por extraño que pareciera no sintió hambre, incluso la sensación de sequedad en su garganta había desaparecido; la única ocasión que se lo comentó a la enfermera le respondió que lo que necesitaba se lo administraban por las noches, sin que él lo notara, pero jamás encontró alguna marca de aguja o dolor en la garganta, algo que le dijera que le administraban alimento por via intravenosa o por medio de algún tubo pero no, nada, de cualquier manera no sentía hambre.

Esa misma enfermera, que lo visitaba continuamente provocó que Emiliano formara una clase de vínculo con ella. Era atractiva de cierto modo, no era sin duda el tipo de mujer con el que estaba acostumbrado a tratar, su rostro afilado se acentuaba gracias a que el cabello lo usaba recogido, el uniforme blanco se ceñía a su cuerpo de tal manera que dejaba volar la imaginación de Emiliano; solo había algo que no le gustaba de ella, sus profundos ojos negros. Le provocaban miedo.

-¿En qué hospital estoy?-
-En el mejor para casos como el tuyo- respondió sin decir donde estaban, cada vez que Emiliano preguntaba la enfermera evitaba la respuesta.

-¿Cómo te llamas?-
-Mi nombre no es importante, lo importante es que tú sanes para que puedas irte de aquí-
-Pero no sé qué tan mal estoy, no ha venido a visitarme ningún médico o mis padres ¿Cuándo saldré de aquí? Por lo menos a terapias o cosas asi, debo tener sesiones de terapia por lo de mis lesiones ¿No?-
-Físicamente se ha hecho todo lo que se podía hacer por ti, ahora hay que sanar el interior-
-¿Te das cuenta de que solo me das evasivas?-
-Si, pero debo hacerlo, cuando llegue el momento todo te será aclarado-
-Claro... - refunfuño y cerrando los ojos trató de dormir, tímidamente abrió los ojos para ver si la enfermera seguía ahí pero no, estaba solo, le asombraba esa facilidad que tenía para irse sin producir ningún ruido. Quizá solo eran mañas del oficio.

Emiliano perdió el sentido del tiempo, le parecía que caía en un profundo sueño así que no sabía si era tarde o de mañana, pero cada vez que despertaba la enfermera estaba ahí.

La única vez que despertó solo trató de llegar a la puerta, apenas bajó de la cama un dolor punzante en las piernas lo hizo caer de rodillas, no pensó que estuviera tan mal, aun así trató de levantarse y salir del cuarto, no lo logró, tuvo que arrastrarse hasta la puerta pero el dolor y el esfuerzo físico terminaron por provocarle un desmayo.

Cuando despertó estaba nuevamente en su cama, la misma enfermera estaba a su lado, no había esa tranquilidad o paz en su rostro, al contrario, se notaba bastante molesta; si antes su negra mirada le provocaba miedo verla así lo llenó de algo parecido al terror.

-No vuelvas a hacer eso- la orden pareció venir de su oficial superior, si estuviera en el ejército, la enfermera tenía los brazos cruzados sobre el pecho, viéndolo fijamente. Emiliano no estaba dispuesto a soportar más esa situación.

-¡¿Por qué diablos no me dices que me pasa?! ¡Tengo días aquí y nadie ha venido a verme! ¡Exijo respuestas! ¡Dijiste que estaba bien, ahora no puedo ni ponerme en pie!-
-Te dije que físicamente se había hecho todo lo que se podía hacer por ti, que ahora había que sanar el interior-
-¡¿Qué tratas de decirme?! ¡¿Qué soy un inválido?!-
-No voy a discutir tu condición contigo, hay cosas más importante que tus piernas-
-¡¿Ah si?! ¿Cómo qué?-
-Tu alma... -
-¡¿Pero qué tonterías estás diciendo?! ¿Qué tiene que ver mi alma con todo esto?-
-¿Por qué trataste de matarte?- dijo tajantemente, al escucharla Emiliano se hundió en la almohada como si le estuviera diciendo uno de sus más profundos secretos.

-¿Qué cosas dices? Yo no traté de matarme... -
-¿Ah no? Ibas a más de 180 km/h en una vía de no más de 70 ¿Qué pensabas?-
-No es lo que piensas... -
-¿Sabes qué pienso? Qué crees que has tocado fondo y que no hay nada más para ti, que tu vida no puede ser más inútil y trataste de acabar con ella... - y poco a poco el tono de su voz fue suavizándose.

-Tú no me conoces y no voy a discutir mi vida personal contigo, exijo hablar con el médico a cargo-
-No hay nadie más aquí con quien hablar que conmigo, así que acostúmbrate-
-Si tan solo pudiera levantarme... -
-No podrás hasta que hables de ti, por el momento duerme-

Pareció que las palabras tuvieron algún efecto narcótico en él, ya que apenas dijo eso Emiliano cayó en un profundo sueño.







Le resultó extraño despertar y ver todo en tinieblas, antes no había sucedido, se dormía antes de que anocheciera y despertada cuando el día ya había arribado, ver la habitación en penumbras le provocó un escalofrío; la única fuente de iluminación era el radiante uniforme de aquella enfermera.

-¿Qué hora es?- y la pregunta rebotó por las paredes como si se encontrara en una enorme cañada.

-Hora de tu terapia- respondió la enfermera sin ninguna emoción aparente.

-¿Mi terapia? ¿Ahora?-
-Si ¿No querías salir de aquí?-
-Si pero... -
-Te dije que la única manera de que salgas de aquí era que sanes por completo; nada se puede hacer con tu cuerpo físico, tenemos que tratar tu cuerpo espiritual-
-¿Es una de esas terapias en las que me harán aceptar mi condición de inválido?-
-No, no hay nada que hacer con eso, a lo que hay que darle tratamiento es a tu alma, a tu conciencia, liberarte del dolor de tu cuerpo es intrascendente, lo importante es ayudar a tu alma a sanar-
-¿Y cómo esperan que haga eso?-
-No “esperan”... espero que lo hagas, y lo harás, de eso me encargaré-
-¿Tú? Tú ni siquiera eres médico, tampoco creo que seas terapeuta ¿Qué puedes saber tú terapias?-
-Demasiado, no creerías la experiencia que tengo en eso-
-¿Y cuál es el plan?- respondió resignado, sabía que no habría otra manera de salir de ahí que no fuera cooperando con la enfermera.

Con lentitud tomó una silla y la acercó al lado de la cama, se sentó tranquilamente aunque muy derecha, cruzando la pierna derecha sobre la otra y las manos sobre los muslos, entrelazando los dedos.
-Háblame de tu padre-
-¿De mi padre? ¿Qué tiene que ver mi padre en todo esto?-
-¿Crees que podrías dejar de cuestionar todo y simplemente responder?-

Emiliano suspiró, a cada momento le resultaba más difícil mantener la calma.

-No hay mucho que hablar de él, siempre ha estado metido en la política, su familia solo es la máscara con la que se presenta a los medios; padre amoroso, esposo amoroso, un político amoroso, nada más, pero es ambicioso, no le importa pisotear a cualquiera con tal de alcanzar un escalón más por el poder. Si de él dependiera ya sería presidente de la Republica-
-¿Lo amas?-
-¡¿Qué?! ¡Claro que no! Solo es mi padre-
-¿O sea qué no sientes nada por él?-
-No ¿Debería?-
-Si no sientes nada por él ¿Por qué te preocupa tanto lo que él piense de ti?-
-¿Quién dijo que me preocupa lo que él piense de mí?-
-Buscas la manera de llamar su atención, quizá por eso vives como vives, tratando de provocar que voltee a verte, por desgracia lo que haces en vez de enorgullecerlo lo avergüenzas-
-¡Yo no busco su aprobación! Ni su respeto ni que se sienta orgulloso de mí, solo vivo mi vida a mi modo, si a él no le gusta se lo tiene bien merecido por... - y calló, pareció que estaba punto de decir algo que no debía, la enfermera no permitió que las palabras se quedaran en su garganta.

-¿Por qué se lo tiene merecido?-
-No voy a hablar de eso-
-Tienes que... recuerda; no saldrás de aquí a menos que... -
-Si, lo sé- el aburrimiento de la “terapia” comenzaba a abrumarlo, pero sabía que tenía que continuar.

-Nunca fue el padre que debió ser... -
-Así que lo castigas... -
-No lo sé-
-Si lo sabes; piensas que jamás te dio la suficiente atención y vives con el rencor de que no estuvo en esos momentos importantes contigo-
-Si... tal vez... -
-¿No has pensado que él es como es no debido a él sino a ti?-
-¿Cómo?-
-¿Ya olvidaste tu infancia? No siempre se dedicó a la política, antes solo era como cualquier burócrata, trabajo mediocre, salario mediocre, pero cada fin de cursos, cada celebración, cada cumpleaños estuvo ahí, las cosas fueron cambiaron y se dedicó más al trabajo para darle a ti, a tu madre y tus hermanos una mejor vida ¿Vas a decirme que eras muy pequeño para recordarlo?-
-Eso no cambia el hecho de que se olvido de nosotros-
-Y al día de hoy ¿Qué les falta?-
-Nada, sólo él-
-¿Cada cuando hablas con él?-

Silencio.

-¿Cada cuando hablas con él?-
-Casi nunca... -
-Le llamas cada Navidad y Año Nuevo, aunque vivan en la misma casa, ni siquiera hablan durante el desayuno porque, si no estás medio borracho en tu cuarto apenas vas llegando, si no estás embrutecido por la droga en la casa de algún “amigo”-
-¡Basta! ¡¿Quién te dijo todo eso?!-
-¿Miento?-

Silencio.

-¿Miento?-
-No... -
-Viviste una vida media, media vida la viviste entre carencias y limitaciones, después, cuando la abundancia llegó te dedicaste a vivir la vida que siempre quisiste, ni siquiera te interesó entrar en la política, solo deseabas derrochar el dinero que nunca tuviste en una vida que jamás fue tuya, siempre perteneció a los demás; siempre fuiste el menor, al que regañaban cuando las travesuras de tus hermanos salían mal, me diste una visión de tu padre ahora pero, cuando eras niño ¿Cómo lo veías?-
-Alguna vez dije que quería ser como él- la mirada de Emiliano ya no está sobre la enfermera, sino en algún punto alejado de la habitación.

-¿Y qué pasó?-
-Me di cuenta de que no es quien yo creía que era-
-¿Qué es ahora?-
-Un mentiroso, un traidor-
-¿Por qué?-
-¡Porque dijo que siempre estaríamos juntos y nunca está!-
-Tú tampoco estás, no has estado para él ¿Por qué habría de hacerlo si tú no lo haces?-
-No me necesita-
-¿Realmente lo crees?-
-¡Claro que si! No le importo-
-Y si te dijera que todo lo hace por ustedes, que jamás ha sido corrupto, embustero, traidor, que lo único que le importa es seguir trabajando por ustedes ¿Qué pensarías?-
-Que hablas de otra persona-
-Pues no, hablo de tu padre, yo no miento, pero sobre todo... tú sabes que lo que digo es verdad. Sabes que te cegó el dinero, la posición, el poder que da el dinero; ahora solo buscas un culpable para tus pecados, porque eres demasiado arrogante para aceptar que quien está mal en todo esto eres tú-
-¡Mentira!-
-¡Busca dentro ti y acéptalo!- exclama al tiempo que se pone de pie, su voz, su expresión, su negra mirada asustan a Emiliano de tal manera que, como si hubiera sido una descarga eléctrica su infancia y adolescencia pasa frente a sus ojos.

Las veces que lo llevó a la escuela primaria en el destartalado auto familiar, las mañanas de domingo que preparó el desayuno... con desafortunados éxitos, más eso no impidió que fueran divertidos, la ocasión que fue a sacarlo de la delegación cuando lo atraparon grafitteando una pared; fue por él y lo único que le dijo fue que no le diría a su madre si prometía no volverlo a hacer.

Cuando Emiliano se dio cuenta estaba llorando.

-Hace dos años tuvo un problema muy grande ¿Recuerdas?- retomó tomando asiento nuevamente, adoptando la misma postura.

-Si, lo acusaron de desvío de fondos... -
-¿Y qué pasó?-
-No pudieron comprobarle nada-
-Cuando la noticia salió a la luz ¿Qué fue lo primero que hizo?-
-No lo sé-
-Lo primero que hizo fue llamarte ¿Ya lo olvidaste?-

Silencio.

-¿Ya lo olvidaste?-
-Recuerdo que me llamó por esas fechas, pero yo estaba muy... ocupado como para... tomarle la llamada... -
-Lo primero que hizo fue llamarte, buscaba tu apoyo, tu comprensión, decirte que lo que se decía de él era mentira-
-¿Por qué?-
-Porque sabía que alguna vez dijiste que querías ser como él, no quería que pensaras que no eras lo que creías-

Silencio.

-Tú le importabas más que tus otros hermanos, eras su arma secreta en contra de cualquiera que quisiera lastimarlos como familia; tú siempre fuiste el fuerte, el valiente, el osado, atrabancado, si, pero quien no abandonaría a la familia y mira... fuiste el primero que los dejó... si en esta obra hay un traidor eres tú. Todos confiaban en ti y tú les distes la espalda-

Más lagrimas, Emiliano ni siquiera trató de ocultar su llanto.

-¿Amas a tu padre?-
-S-si... es mi padre... -
-¿Lo amas por qué quieres o por qué debes?-
-Solo... lo amo-

La enfermera se puso de pie, alisándose las arrugan de la falda.

-Duerme, mañana continuaremos-







Tal pareció que durmió todo el día, ya que, cuando despertó la habitación nuevamente estaba a oscuras, a diferencia de la noche anterior, la enfermera estaba sentada en el mismo lugar, junto a él.

-¿Vamos a continuar con esto?-
-Tenemos que... recuerda; no saldrás de aquí a menos que... -
-Ya sé, ya sé... ¿Ahora de qué tengo que hablar? ¿De cuándo murió mi perro? ¿De cuántas drogas me he metido? ¿Quieres que te diga que estoy arrepentido de como he vivido mi vida?-
-No, eso vendrá después... háblame de tu madre-
-¿Mi madre?-
-Si, qué piensas de ella-
-No sé qué pensar, no después de lo que hablamos... ¿Ayer?-
-Si, anoche, bien... - y el rostro de la enfermera se suaviza, pero solo un poco -Qué piensas de tu madre-
-¡No sé qué pensar! ¿Por qué parece que tratas de torturarme?-
-No lo hago, aunque supongo que así lo sientes... qué piensas de tu madre- preguntó mecánicamente, por un lado atendía las cuestiones de Emiliano, por el otro parecía que poco le importaba.
-Ya lo dije, no sé qué pensar, ya no sé si los recuerdos que tengo de ella son reales o solo son fruto de mi percepción de mi familia-
-¿Ves a tu madre diferente ahora que antes de que habláramos?-
-Si... -
-¿Cómo la veías?-
-Alguien casi igual a mi padre... también gusta mucho de eventos sociales, es miembro activo de varias organizaciones altruistas así como de asociaciones políticas-
-Pero ¿Cómo es la relación con ella?-
-Igual de distante que con mi padre-
-¿Por qué?-

Silencio.

-¿Por qué?-
-Por mi culpa... -
-¿Tu forma de ser fue lo que hizo que la relación fuera deteriorándose?-
-Supongo, es decir, pienso en mi infancia, en cuando éramos solo una familia de clase media, cuando nos llevaba a la escuela, las juntas, las firmas de boleta; pienso en las comidas, los juguetes de Día de Reyes y de las tantas veces que asistió a los festivales en la primaria, recuerdo sus consejos cuando entré a la Universidad, sus recomendaciones cuando empecé a irme de fiesta, las muchas veces que me esperaba despierta hasta que yo llegara, cuando mi padre ya tenía horas de haberse dormido, todos esos detalles de grande se fueron perdiendo; dejó de esperarme, dejó de preocuparse, dejó de darme consejos y si, también regaños, se enfocó a mis hermanos y yo fui relegado a “el problemático” después dejó de preguntar por mi aunque viviéramos en la misma casa. Ahora hay servidumbre que nos atienda por lo que tiene más tiempo para ella, ya no prepara la comida, a veces solo necesita de una llamada para saber donde andamos y eso es suficiente para ella para estar tranquila... creo... -
-¿Y todo eso cómo te hace sentir?-
-Solo... - las lagrimas ya comenzaban a rodar por sus mejillas, no hizo el menor intento de ocultarlas -La necesito tanto, recuerdo cuando me decía que era su pequeño bebé, siempre pensé que era tonto y cursi pero... -
-Así te sientes... -
-Así quisiera sentirme pero sé que ya no más; no volveré a provocarle ese sentimiento a mi madre porque hace mucho que su pequeño bebé murió-
-No puedo estar más de acuerdo contigo-

Silencio.

-Si la tuvieras en frente ahora ¿Qué le dirías?-
-Que lo siento-
-¿Qué más?-
-Que la amo-

La enfermera se puso de pie justo como la noche anterior, alisándose las arrugan de la falda.

-Duerme, continuaremos después- y Emiliano volvió a caer en un profundo sueño.







Ya no sabía que pensar, todo eso de la terapia le resulto tan extraño como todo lo que sucedía ahí; el nulo sentido del tiempo, no sentir hambre, el que nadie fuera a verlo, pensó que todo era con motivo de la terapia; seguramente lo estaban preparando para darle la noticia de que estaba invalido y que jamás volvería a caminar. Esa idea en un principio lo hizo pensar que todo su mundo se había venido abajo, que ya no sería el mismo hombre que antes; de hecho llegó a pensar que ya ni siquiera era hombre. Pensó en todo lo que había perdido por la manera en que condujo esa noche... no, no era eso, no era el cómo manejo el auto sino su vida, eso lo llevó a donde estaba en ese momento, una cama de hospital, lisiado, discapacitado. Sería una carga para sus padres Quizá las cosas cambiarían en casa pensó, quizá sus padres dejarían a un lado sus vidas sociales vacías y se enfocarían en él, pero tal vez solo sería porque le tendrían lástima, también existía la posibilidad de que simplemente le contrataran una enfermera para que lo atendiera las veinticuatro horas del día; si así iba a ser le diría a su padre que contratara a la enfermera de los ojos negros, no podría estar con otra.

Pero... a medida que pasó el tiempo se dio cuenta de que tenía más pro que alegrarse; estaba vivo, quizá los avances médicos superarían las discapacidades y él, en un futuro no muy lejano podría caminar de nuevo, se prometió que si había una segunda oportunidad la aprovecharía y cambiaría el rumbo de su vida. Podía hacerlo.

Cuando despertó la habitación estaba a penumbras nuevamente, más en esa ocasión la enfermera no se encontraba, algo que resultaba más extraño que todo lo demás. Siempre estaba ahí cuando despertaba, el no verla hizo que pensara que ya no lo visitaría. Pensar eso lo entristeció.

En medio de esa habitación a oscuras sólo pudo pensar en todo lo que había sido su vida; sobre todo, como había arruinado la vida de los demás con su imprudencia y su inmadurez. Pensó en sus hermanos, en su padre y nuevamente en su madre, pero por más que trataba de pensar en ellos el recuerdo de alguien intentaba ponerse al frente de todos ellos. Cansado sabía que, de todos los que quería había alguien que si le importó, alguien a quien quería sin ser de su familia.
Lorena.

No podía negar que le gustó desde la primera vez que la vio, provocó en Emiliano un impacto tal que no dejó de pensar en ella hasta que logró que fueran novios; casi podía decir que la amaba... no, la amaba, pero el miedo a ver perdida su libertad tan ansiada por años lo arrastró a llevar su vida como hasta entonces lo había hecho. Engañarla no fue parte del plan, no del todo, solo algo que se salió de control, eso le dijo a Lorena, no lo creyó la segunda ocasión.

Cerró los ojos pensando en ella, pensando lo idiota que había sido al arruinar lo único hermoso que tenía, mentalmente se disculpó con ella y no solo eso, también con su padre y su madre, con sus hermanos, se dijo a si mismo que en cuanto saliera sería un mejor hombre, ya no le importaba estar discapacitado, serviría de penitencia por la manera en que vivió su vida. Lo tuvo todo, y en menos de un segundo perdió una parte de si mismo. Ya no había nada que hacer con eso, solo sanar y salir de ahí.

-¿Meditando?- la voz de la enfermera lo sobresaltó; tenía los ojos cerrados pero debió escucharla entrar, no fue así.

-Algo así... - respondió con tranquilidad, no le molestó el comentario, al contrario, pareció que la enfermera había escuchado sus pensamientos.

-Bueno, es hora de continuar-
-¿Ah si? ¿Y ahora de que va a ser?-
-Háblame de Lorena-
-¿Lorena?-
-Si, Lorena, no creo que la hayas olvidado ¿O si?-

Emiliano vuelve a hundirse en la almohada, más no como tratando de huir de la enfermera, sino como rememorando los momentos juntos; su expresión pasó de la felicidad a la tristeza, a la vergüenza, a la decepción.

-Fui el amor de su vida, y lo arruiné... -
-Eso eres tú para ella ¿Y ella para ti?-
-Ella fue todo, la primera persona con la que, creo, sentí una conexión-
-¿Crees? ¿No estás seguro?- Emiliano dibujó una media sonrisa.

-No se te va una ¿Verdad?- la enfermera no respondió, estaba a la espera de que Emiliano lo hiciera.

-Tienes razón, no “creo” estoy seguro-
-¿Y qué pasó?-

Silencio.

-¿Qué pasó?-
-Tuve miedo... -
-¿A qué?-
-A perder mi libertad- entonces Emiliano empezó a hablar, más no con la enfermera, no parecía eso, sino tenía la mirada en un punto alejado del techo como si hablara solo para si mismo.

-Tanto tiempo estuve detrás de ella que cuando aceptó salir conmigo me sentía como un ganador, después, cuando le propuse que fuéramos novios y ella me dio el si sabía que había logrado mi meta; conquistarla, hacerla mía pero, aun cuando había conseguido lo quería, como siempre había sido, me di cuenta de que tenía miedo de perder mi libertad; no soportaba que me cuestionara dónde estaba y con quien, qué estaba haciendo. La tenía sobre mi hombro y pensé que estaba obsesionándose conmigo, pensé que nunca me dejaría en paz, cuando lo que más quería era que nunca se apartara de mí-

-Si pudieras volver con ella ¿Lo harías?-
-No-
-¿Por qué?-
-Porque destruí la confianza que tenía en mí, pero sobre todo, perdí la confianza que tenía en mi mismo; ya no soy el mismo de antes del accidente, es cierto, si antes me sentía seguro, poderoso, ahora no soy nadie, soy nada-
-No lo creo-
-¿Por qué?-
-Eres alguien, tienes un rostro y un nombre, eso te hace único, eso dice que exististe, existes y existirás-
-Pero ¿Qué me queda ahora que lo he perdido todo?-
-Aceptar tus errores, arrepentirte sinceramente de ellos y seguir adelante-

Silencio.

-¿Te arrepientes de la manera en que llevaste tu vida?-
-Si- respondió seriamente... no, pareció como si estuviera en paz consigo mismo.

-¿Te arrepientes de todo lo que provocaste con tu forma de ser, con tu forma de vivir?-
-Si-
-Si pudieras hacer algo por los demás ¿Lo harías sinceramente?-
-Desde luego-
-Si tuvieras frente a ti a tus padres, a Lorena, a tus amigos, parientes, a todo el mundo ¿Qué les dirías?-
-Que lo siento-

La enfermera se levantó de la silla y dándole la espalda llegó hasta la puerta de la habitación.

-Estás curado- dijo volviéndose a Emiliano, él por su parte no entendió en qué sentido lo había dicho.

-No entiendo... -
-Si... te dije que no había nada que hacer con el daño que sufrió tu cuerpo físico, que teníamos que sanar tu cuerpo espiritual, tu alma, pues ya está-
-¿Así nada más?-
-Si, la única manera de sanar tu alma era aceptando tus errores y arrepintiéndote de ellos; estás libre de toda culpa, puedes entrar... - y abrió la puerta; el pasillo estaba iluminado como cualquier otro día, aunque dentro la oscuridad reinaba.

Emiliano dudó, seguía sin entender que pasaba, no entendía que esperaba que hiciera ¿Qué se levantará? No podía hacerlo, estaba inválido, eso lo sabía bien.

-No, no es así- dijo la enfermera como si le leyera el pensamiento.

Emiliano ya no dudó, apartó las sabanas y girando en la cama bajó los pies; aunque el suelo estaba frío agradeció el que lo pudiera sentir. Dio un paso con timidez, con miedo, cuando sintió seguras sus piernas dio otro y otro más, a medida que se acercaba a la puerta su confianza crecía, la idea de que había expiado sus pecados aumentaban su fuerza y vigor.

Llegó con la enfermera quien ya tenía abierta la puerta de par en par, por un momento Emiliano esperó ver a sus padres, a Lorena, a cualquiera... el pasillo estaba desierto.

-¿Qué sucede? ¿Por qué no hay nadie?-
-Aquí solo estamos tú y yo Emiliano, nadie más-
-¿Por qué?-
-Porque así debe ser... se acabo, puedes entrar-

Y Emiliano traspasó la puerta y la luz del pasillo lo envolvió por completo. Lo hizo sonreír, se sintió en paz.







La ambulancia llegó al hospital pero no ya no hubo necesidad de urgencia, los paramédicos que atendieron a Emiliano dieron fe del deceso, aunque comentaron que su expresión era de completa paz.







"El pájaro rompe el cascarón
El cascarón es el mundo
El que quiere nacer tiene que romper un mundo
El pájaro vuela hacia dios
El dios se llama Abraxas"

26/2/15

MORALEJA

Constanza era una mujer dañada. Lo que le había dejado la vida eran muchas cicatrices. Después de varios noviazgos difíciles y dos matrimonios fallidos, Constanza lo último que buscaba era tener otro hombre en su vida; otra cicatriz en su corazón, pero también se decía que tenía derecho a ser feliz, por eso aceptó la invitación de Adrián; en realidad no esperaba mucho de él. Adrián era el típico hombre que solo buscaba con quién pasar el rato. No podía negar que le atraía, aún con sus cuarenta y tantos encima gozaba de buen cuerpo. Alguna vez le comentó que había estado en el ejército; los arduos entrenamientos moldearon no solo su figura sino también su mente y sus hábitos. Los días de descanso los ocupaba para correr por las mañanas y a veces un partido de fútbol con la liga del vecindario; buscaba mantenerse siempre en forma, Constanza solo quería sentirse viva otra vez, tal vez sentirse amada; aún con todas las malas experiencias que había tenido era una romántica. A la edad de treinta y ocho años tenía la esperanza de ser feliz.

De Adrián sabía poco, aunque lo que sabía era suficiente para irse con cuidado. Sabía que era divorciado, igual que ella, y que su matrimonio terminó cuando su infidelidad se descubrió, no le gustaba hablar de su familia ya que, según él, no tenía buena relación con ella, y también sabía que pretendía a casi todas en la oficina; como fuera no esperaba mucho de esa relación ¡Vamos! Ni siquiera esperaba que llegaran al altar... quizá solo a la antesala.

La antesala ya llevaba poco más de ocho meses.

Hablaban durante horas, paseaban por las calles tranquilamente y disfrutaban del café sin prisas. Tenían gustos completamente opuestos en cuanto a música, cine y libros, pero eran esas diferencias lo que los enfrascaban en debates y alegres discusiones; le gustaba que la dejara ganar. Constanza llegó a pensar que Adrián buscaba algo serio con ella, aunque no lo decía abiertamente; pensaba que quizá había llegado el momento que sentara cabeza. Ella deseaba que así fuera.

Constanza ya se veía como una esposa nuevamente, con una vida resuelta y una vejez esperanzadora; nada de morir sola, eso la aterraba. Lo que no entendía Constanza es que la felicidad no siempre viene con la unión con otra persona, sino que depende mucho de nosotros mismos, pero ella esperaba que un nuevo matrimonio le trajera la paz y felicidad que siempre había buscado.

La primera vez que se acostó con él fue como redescubrir su sexualidad, su pasión; fue como hacerlo por primera vez... otra vez. El cuarto de hotel no era elegante, la decoración era mínima, típica de esos lugares, pero hubo algo que le gustó; el estar ahí con él. Llegó a imaginar que no era un cuarto de hotel de paso sino la recámara de ambos, ya como marido y mujer. Se mostró tímida, él en cambio cariñoso, nada agresivo y sobre todo paciente; la idea de una relación seria cobraba más fuerza.

Estando juntos llegó un mensaje al celular de Adrián, estaba dormido así que Constanza aprovechó para mirarlo; pensó que sería algo importante. Todo se vino a abajo.

[¿Cómo estás amor?] decía el mensaje, el nombre del contacto solo decía Sarah, sin apellidos.

No dijo nada, pasó la noche despierta pensando una y otra vez de quién podría tratarse... seguramente era otra, no había otra explicación.

No le dijo nada a Adrián, borró el mensaje y como él no lo escuchó no preguntó, aunque con seguridad recibiría otro, y otro; esperaba que cuando sucediera ella estuviera ahí para desenmascararlo.

Los días fueron pasando y ella no dejaba de hacerse ideas en la cabeza, las veces que salía por cuestiones de trabajo o llegaba tarde a las citas lo atribuía a que estaba con la tal Sarah. Tenía que hacer algo. Ya no se sentía como una mujer casada, ya no veía un futuro tranquilo y aquella vejez que esperaba, solo imaginaba los momentos que seguramente pasaba con aquella mujer. Aunque no la había visto se imaginaba como era, podía ver su rostro en su mente como si la conociera. Con seguridad era joven, quizá su piel era clara y tersa, no con las arrugas de una mujer mayor, tal vez no pasaba de los veinticinco años, quizá era alguna becaría o secretaria de la oficina de gobierno donde ambos laboraban; recordaba todos los rostros de los que conocía ahí, buscando quien se ajustara a su perfil, estaba segura de que debía conocerla, quizá la había tenido enfrente y ella jamás lo sospechó. No podría haberlo hecho, jamás, creía en él, en Adrián.

Mentira, seguramente Adrián le hacía regalos caros, la llevaba a comer a los mejores lugares y ella, una vampiresa como cualquiera le sacaba todo el dinero que podía, y lo único que tenía que hacer era abrir las piernas cada que él quería y ya... quizá hasta fingía los orgasmos con tal de tenerlo amarrado y él, hombre como cualquier otro se sentía el macho, sin saber que era manipulado por una mujerzuela, en vez de entregarse en cuerpo y alma a una mujer que había llegado a quererlo, al grado de desear pasar una vida con él. Hasta era posible que la tal Sarah supiera de Constanza y se riera de ella, pensando que solo era un chiste, una broma, quizá ambos se reían.

Se citaban como todos los días en el café de siempre y, aunque todo parecía normal ella estaba alerta a todo lo que pasaba, lo que decía, buscando el momento en que se descubriera y poder reclamarle el que la hubiera engañado.

Nada.

Pasaron tres meses desde que vio el mensaje y Constanza no lograba que Adrián se descubriera. Lo deseaba tanto.

Cuando cumplieron un año de relación lo celebraron con una cena romántica, Adrián llevó a Constanza a un restaurante de comida francesa en la Zona Rosa; Constanza no podía dejar de pensar de que seguramente ahí llevaba a la tal Sarah, pero ni ahí logró que se descubriera; incluso cuando se disculpó para ir al tocador interrogó a uno de los meseros, preguntándole si había visto con anterioridad a su acompañante; aunque la respuesta fue negativa Constanza no estuvo de acuerdo, deseaba que le respondieran que si, que era cliente asiduo y que lo habían visto con otra mujer. La celebración culminó con una visita al hotel de siempre, pero Constanza no tuvo los mismos sentimientos que la primera vez que entró en ese cuarto.

Pero después de la intensa sesión de sexo, mientras ambos reposaban en la cama volvió a sonar el celular de Adrián. Los músculos de Constanza se tensaron; supo que ese era el momento; la prueba de la infidelidad, de los engaños, las llegadas tarde. Era el momento de hablar, de descubrirlo, de echarle en cara todo, pero algo se rompió dentro de ella; su cordura, su sensatez. El recuerdo de todo lo vivido en experiencias pasadas explotó dentro de ella.

Él alargó la mano al buró hasta el teléfono móvil y leyó el mensaje, se enderezó en la cama y torció la boca levemente. Estaba a punto de cerrar el teléfono cuando un golpe seco en la nuca lo tiró de la cama.

Desorientado trató de ver de dónde había venido el golpe, pero antes de poder hacerlo un segundo golpe volvió a derribarlo.

Constanza dio vuelta a la cama con la lámpara del buró en las manos, desnuda, con el rostro desencajado por el coraje, Adrián trató de entender que estaba pasando, trató de que Constanza le explicara que estaba haciendo, pero ella estaba fuera de si, volvió a asestar golpe tras golpe en la cabeza de Adrián pensando en su infidelidad, en sus burlas, en todo lo que ella había construido y que él destruyó por su calentura. Pensaba en la tal Sarah, en su risa, en sus orgasmos fingidos, en los costosos regalos que lucía, en su piel perfecta y ojos juveniles, la mujer demonio; en ese cuarto no había más demonio que Constanza.

Por fin se sintió liberada, de hecho se sentía más viva que nunca, como si lo que había hecho hubiera sido el detonante que le inyectara nueva vida a su sangre. Se preguntaba cómo había sido tan estúpida; se dijo a si misma que no iba a permitir que le viera la cara, ni él ni nadie. Nadie más se burlaría de ella. Ni la tal Sarah, pero también pensaba encargarse de ella, no de la misma manera porque, aun cuando sabía perfectamente lo que había hecho, y que eso no le produjo remordimientos, si buscaría a la tal Sarah, si sabía de ella le reclamaría por ser una zorra, sino entonces la desengañaría, le diría que Adrián era de lo peor y que estaba engañando a las dos.

El teléfono celular cayó algunos metros lejos de la cama, lo recogió pensado responder el mensaje de la tal Sarah. Si, en efecto, el mensaje era de Sarah, cuando lo leyó soltó la lámpara la cual produjo un ruido seco al chocar contra la alfombra.

[Adrián, deja de lado tu orgullo y ven a casa, mi mamá quiere verte, te quiero hermano]

No hay peores tormentas que la que se arma uno en la cabeza ¿O no?

6/2/15

Otro reflejo


“Dicen que si miras fijamente tu reflejo en el espejo,
verás tu verdadero rostro”










No era una persona que acostumbrara mirarse en los espejos; no era vanidoso, tampoco era que le importara poco su apariencia. No solía mirarse más que lo indispensable, su esposa era todo lo contrario.

La casa donde vivían era de estilo americano, situada en un fraccionamiento lo que permitía que tuviera jardines al frente y un traspatio; parecía una casa salida de alguna serie de televisión norteamericana. El regalo de bodas de los padres de Román. Cuando decidieron la decoración de la recamara, Román no tuvo ningún problema con que su esposa eligiera un closet de tres puertas de aluminio con espejo, daba la sensación de que la recamara era enorme y ella, vanidosa como casi cualquier mujer, se daba el lujo de poder mirarse de cuerpo completo al momento de elegir la ropa para el día a día.

La vida en pareja iba como cualquier otra; ratos buenos, a veces alguna diferencia, había noches que se iban a la cama molestos pero, ya bajo las cobijas encontraban la manera de reconciliarse; a Román le gustaba ver el reflejo de ambos en el espejo mientras hacían el amor, sentía como si viera a otra pareja, y esa sensación de voyerismo los estimulaba bastante al grado de sentirse cómplices de una travesura.

Cuando Román perdió el trabajo en el despacho de arquitectos su esposa le dijo que no se preocupara, que ella lo apoyaba en las buenas y en las malas, pero los meses fueron pasando y la depresión en la que Román cayó al no conseguir trabajo finalmente lo arrastró a la bebida; su esposa lo apoyó hasta el punto en el que ya no pudo más.

La tarde cuando Elena lo abandonó fue lo último que Román pudo soportar.

Por un lado fue una fortuna que no hubieran tenido hijos, ellos habrían sido los más afectados, por desgracia de los dos Román se perdió por completo.

Aún antes de partir Elena habló con él, pidiéndole que hiciera un esfuerzo por salir adelante; Román no la escuchaba, solo escuchaba a su esposa riéndose de él, diciéndole lo inútil que era. Elena atravesó la puerta y jamás miró atrás.

Cuando el poco dinero que tenía se acabó Román empezó a vender lo que Elena le dejó: la televisión, ropa que ya no se ponía, algunas figuras de porcelana, todo lo que pudiera con tal de seguir bebiendo; muchas veces caía dormido en el sillón de la sala, otras tenía la fortuna de llegar a la cama, pero el espacio vacío le recordaban lo que había perdido.

No, no lo perdió, se decía, ella huyó, lo abandonó, pensaba que seguramente había encontrado a otro hombre y, cuando ya no pudo sacarle más dinero lo abandonó, se decía una y otra vez que ella era la culpable de sus desgracias. El alcohol lo mantenía tan alejado de la realidad que se creía sus propias palabras.

Familiares y amigos acudían a él con la esperanza de ayudarlo a salir de ese infierno, muchas veces los corrió con insultos, otras veces, las menos, los escuchaba y algo se agitaba en su interior, algo como el deseo de escapar, de renacer, de huir de ese tormento. Román supo que había tocado fondo cuando se vio obligado a robar para pagar su vicio, por fortuna al ser su primera vez pudo salir bajo caución, esto gracias a que ex compañeros de trabajo pagaron la fianza, y pudo enfrentar su proceso en libertad, aunque fue declarado culpable, pagó una multa así como trabajo en favor de la comunidad, así como someterse a sesiones en Alcohólicos Anónimos. El futuro se veía más claro para Román, después de dejar la bebida.

Pero todos tenemos demonios que, no importa que mucho lo intentemos no logramos exorcizar.

La vida siguió su curso y Román trató de retomar las riendas de ella, buscó y buscó y encontró un trabajo que, aunque no era lo que buscaba le ayudó a salir adelante, la pequeña oficina de contratista no se parecía nada al enorme despacho de arquitectos donde había trabajado antes, pero como siempre y como todos, esperaba encontrar algo mejor después. Incluso trató de rehacer su vida sentimental, pero el fantasma de Elena lo perseguía en cada rostro que veía; subconscientemente pensaba que las demás le pagarían igual que ella. Esa tortura fue minando la poca estabilidad mental que tenía. Después llegó la persecución.

Cada noche se iba a la cama con la sensación de sentirse observado, también cuando se duchaba o se afeitaba, en el ante comedor, la sensación era sutil al principio, como si una mirada se cruzara fugazmente con la suya, a medida que el día avanzaba la sensación desaparecía por el ajetreo mismo hasta el punto de pasar desapercibido.

La primera vez que lo sintió fuerte fue en su recamara, esa que había compartido con su esposa, fue como un jalón psíquico en su nuca, esa misma sensación de sentirse observado lo obligó a sentarse en la cama y mirar alrededor; no, no había nadie, nadie salvo él y su reflejo en los espejos del closet, la luz proveniente del alumbrado público inundaba la habitación a medias, proyectando zonas de luz y sombras en todo el cuarto.

Ver su reflejo provocó que evocara las sesiones de intimidad con la que había sido su esposa, pero la tristeza lo embargaba al verse solo, sin nadie más que él mismo en la habitación.

Tratando de no seguir solo reanudó la tarea de encontrar a alguien con quien compartir sus días y, por qué no, también sus noches.

Su trabajo con el contratista lo obligaba en ocasiones a visitar las obras donde proporcionaban personal, esto le permitía conocer a mucha gente, ejecutivos, obreros y personal administrativo, y en algunas de esas visitas no faltaba la secretaria o recepcionista que le lanzara alguna mirada especial; un intercambio de palabras y los números de teléfono le aseguraban algún encuentro posterior.
También lo intentó en línea, eso le facilitó las cosas en dos o tres citas que terminaron en su cama, pero no pasó de ahí, sin embargo, aún acompañado tenía la misma sensación cuando el ambiente se calmaba, y el esfuerzo de una sesión de sexo cobraba factura.

Algunas lo tacharon de loco al verlo despertar frenético, argumentando que había alguien más en la habitación; cada noche que pasaba, solo o acompañado sentía que  “alguien” estaba ahí.

Ya no podía más, tuvo que recurrir a la ciencia médica en busca de una solución.

El diagnostico fue esquizofrenia, le recetaron antipsicóticos, pero por desgracia su consumo provocó efectos secundarios como la incapacidad para quedarse quieto, esto la mantenía en un constante ir y venir por toda la casa, después empezó a navegar por la red y a comentar sin parar en foros, jugar en línea y, después, a hacer ejercicio.

Alguien llamó a Elena al saber por lo que estaba pasando y tomó la iniciativa de ir a buscarlo, la presencia de Elena en la vida de Román ayudó a que llevará el tratamiento, también ayudó a que la estabilidad regresara poco a poco, aunque Elena se negó a dormir con él, lo visitaba por la tarde, le hacía un poco de comer y lo acompañaba hasta la noche, se despedía con un beso en la mejilla aunque no se iba hasta que se quedaba dormido.

Poco a poco Román empezó a mejorar, la compañía de Elena le dio las esperanzas de que su vida podría volver a ser como antes, salió de casa para ir en su busca antes de que llegara; verla abrazada con un hombre que no conocía acabó con todo lo que había reconstruido.

Con violencia la corrió de la casa, Elena lo enfrentó, le echó en cara que si estaba ahí era por él, pero que eso no significaba que regresaría. Por segunda vez salió por la puerta sin mirar atrás.

Los fármacos, la enfermedad misma y los efectos secundarios, así como lo sucedido con Elena estaban llevándolo de nuevo a la locura; ya no sabía si era la enfermedad o los medicamentos, ya no sabía si se estaba curando o enloqueciendo; ya no sabía nada.

Estúpidamente detuvo el tratamiento, si bien durante este la extraña sensación de sentirse observado y acosado había desaparecido, con haber detenido el tratamiento regresaron con más fuerza, ya no era una simple sensación pasajera, en esos momentos podía jurar que había alguien con él.

Decidido a desenmascarar el misterio que invadía su psique pensó en una solución o, por lo menos, poder obtener la evidencia que necesitaba para demostrar, de una vez por todas que no estaba loco.

A un costado de la ventana de su recamara tenía un pequeño escritorio, sobre este la computadora personal, por la bajó un programa de grabación para poder captar con la cámara web todo lo que sucediera por la noche; justo antes de irse a la cama dejó preparado todo, enfocando la cámara hacía la cama y el closet.

A la mañana siguiente lo primero que hizo al levantarse fue correr hasta la computadora, la cámara seguía grabando así que la detuvo y comenzó a revisar el archivo que se había creado... nada. No había nada en la grabación que le mostrara que alguien había estado con él, ninguna sombra que apareciera de pronto, que surgiera de la pared o por debajo de la cama, los únicos movimientos que captó la cámara fueron los suyos, inquieto bajo las cobijas, y las tres o cuatro veces que se levantó cuando sintió algo. En esas ocasiones tuvo la intención de levantarse y checar la grabación, pero pensó que sería mejor esperar hasta el día siguiente, se sentía desanimado.

Vio la grabación una y otra vez esperando que, en una de esas viera algo que antes no hubiera visto, y si, lo notó; cada que se levantaba miraba hacía el espejo en las puertas del closet, quizá ahí estaba la respuesta.

La siguiente noche antes de acostarse volvió a dejar encendida la cámara, pero en esa ocasión la desmontó de encima del monitor y la jaló lo más que pudo hasta que esta enfocó la cama y el espejo por igual; apoyado con una silla y varios libros y cajas pudo colocarla en mejor posición. No deseaba perder ningún detalle.

La noche pasó justo como las anteriores, levantándose en varias ocasiones y durmiendo otras tantas.

Casi saltó de la cama cuando el día amaneció, con rudeza quitó la cámara de encima de todo lo que había usado y la jaló con fuerza hasta ponerla frente al escritorio, abrió el archivo nuevamente y recorrió la noche rápidamente esperando encontrar eso que tanto buscaba.

Tres veces se levantó de la cama durante la noche, así lo declaraba la grabación, la primera vez puede verse claramente, gracias al filtro de visión nocturna de la cámara que primero abrió los ojos y se volvió violentamente, mirando hacia el espejo... nada.

De la primera a la segunda pasaron dos horas, así lo marcaba el tiempo de grabación, en definitiva estaba dormido, pero algo debió haberlo despertado ya que reaccionó como la primera vez; el espejo le devolvía su reflejo, nada más.

Román se desilusionó más, la idea de que estaba más loco que una cabra comenzaba a hacerse más fuerte. Si su estado se debía al hecho de haber detenido el tratamiento estaba resuelto a reiniciarlo, no había más. Dejó correr la grabación al doble de velocidad solo para constatar de que no había habido nadie con él durante la noche.

En la grabación, antes de que se levantara por tercera vez creyó ver algo. Detuvo el avance y con el mouse regresó algunos minutos, reanudo el archivo a velocidad normal y la silla salió despedida cuando se puso de pie rápidamente.

Antes de que se levantara por tercera vez su reflejo en el espejo lo hizo primero, como si fuera el vampiro de una película de serie B enderezó la espalda hasta quedarse sentado, después, lentamente giró el rostro como si viera a Román en la cama que en ese momento volvía a abrir los ojos; el reflejo volvió a acostarse rápidamente cuando Román apenas se levantaba, y en ese momento el reflejo se movió al mismo tiempo que él.

Román dio varios pasos atrás sin dejar de ver el monitor... no estaba loco pensó, alguien lo observaba, eso o definitivamente estaba loco.

Tenía que contarle a alguien, mostrárselo a alguien, el problema era ¿Quién le creería? ¿En quién podría confiar? Su mente buscaba entre el mundo de personas alguien que lo escucharía. Por estúpido que sonará solo había alguien que lo escucharía, si es que la convencía.

-No puedo creer que me convencieras de regresar, no después de la forma en la que me gritaste- decía Elena al momento de traspasar la puerta de entrada, Román cerró lentamente aguantándose las ganas de reclamarle algo, también tratando de aparentar estar bien; Elena le reprocharía el haber suspendido el tratamiento.

-Sé que me he comportado como un estúpido- dijo frotándose las manos -Pero créeme que te necesito más que nunca-

Elena se plantó a la mitad de la sala, aunque solo era un cuarto semi-vacío, Román había vendido la mayoría de los muebles meses atrás.

-¿Y qué es lo que quieres?- dijo cruzando los brazos, el pantalón de mezclilla y la  playera blanca así como su tono de piel, el peinado de rizos rebeldes, aunado a su figura delgada acentuaba su aspecto juvenil; le daba mucho parecido a Jennifer Beals, actriz que se hizo conocida por la película “Flashdance” en los ochenta, Román por su parte había perdido mucho peso, estaba sin afeitar y el cabello castaño despeinado.

El hombre que Elena se había esforzado por resucitar ya era solo un muerto en vida de alguna película barata.

-Necesito que me escuches-
-¿Escuchar qué?-
-Algo pasa conmigo, sé que ya no soy el mismo-
-¡Y qué lo digas!-
-Por favor... - y pasando de largo dio varias vueltas en el cuarto frotándose las manos; Elena no se movió.

-¿Qué sucede contigo? Un tiempo estás bien y al siguiente eres un loco, sé que estás enfermo, pero eso no es excusa para que me trates de la forma en que lo haces, ya no somos nada Román, entiéndelo, si estoy aquí es porque quiero ayudarte, no porque quiera regresar contigo-
-¡Por favor!- exclamó llevándose las manos a la cabeza; Elena guardó silencio, pero esa reacción la puso en alerta -No sé qué está pasando conmigo, desde hace días... meses, sentía que me observaban, que me perseguían... -
-Si, se llama “culpa”-
-No, no era eso- Elena arqueó la ceja -Si, yo también lo pensé, pensé que era la enfermedad que me hacía ver cosas, pero esta mañana lo comprobé; no Elena, no estoy loco-
-¿Y qué fue, según tú, lo que descubriste?-
-Ven... - dijo extendiendo la mano temblorosa hacía ella; Elena dudó -Por favor, ven conmigo-

Elena volvió a cruzar los brazos y sin decirle nada avanzó dos pasos, Román entendió y dando vuelta se dirigió a la recamara.

Por un instante Elena pensó que se traía algo entre manos, quizá alguna treta para hacerla regresar con él; la recamara volteada de cabeza le dio solo un poco de tranquilidad, no sabía cómo habrían resultado las cosas si lo rechazaba.

Román avanzó hasta la computadora y jalando la silla le indicó a Elena que tomara asiento, no muy convencida se acercó despacio hasta que finalmente se sentó. Román tomó el mouse y dio click en el archivo que tenía abierto.

-Desde que empecé con la enfermedad pensaba que me observaban, así que dejé grabando la cámara por la noche, porque es cuando más tenía esa sensación, ahora sé que había alguien aquí... - y puso la grabación justo en el minuto donde su reflejo se levantaba.

Román esperó mordiéndose las uñas la reacción de Elena... nada.

-¿No lo viste?-
-¿Ver qué Román?-

Molesto regresó al minuto nuevamente.

-¡Ahí! ¡¿Lo viste?!- dijo señalando el monitor, en el momento que su reflejo en el espejo se levantaba.

-No veo nada raro Román; si, te levantas ¿Y eso qué?-
-¡Por Dios, no puedo creer que no lo veas!- y nuevamente regresó el archivo -¡Ahí! En el espejo- volvió a decir señalando en el monitor con el dedo sobre la figura en el espejo.

-No Román, no veo nada-

Más molesto aún se dio vuelta bruscamente alejándose de Elena, esta lo siguió con la mirada hasta que Román se sentó en la cama, dándole la espalda al espejo.

-¿Qué esperabas qué viera?-
-Nada... olvídalo-
-Román, quiero ayudarte, en serio, pero ahí no hay nada... dime... suspendiste el tratamiento ¿Verdad?-
-¡No estoy loco Elena! Hay alguien ahí, yo lo veo ¿Por qué tú no puedes?-
-¡Porque no hay nada ahí Román! Es solo un espejo-
-Vete... - dijo muy bajó.

-¿Qué dijiste?-
-¡Que te largues!- exclamó poniéndose de pie, Elena hizo lo mismo alejándose varios metros de él, Román apretaba los puños fuertemente y la boca estaba deformada por una mueca.

-Román... - dijo levantando las manos, tratando de tranquilizarlo -Si tú dices que hay alguien ahí te creo... -
-Tú no me crees-
-Te creo cuando dices que lo ves, pero yo no veo nada, lo que tenemos que hacer es que te des cuenta de que no es verdad lo que dices ver... -
-¿Y qué propones?-
-Por principio de cuentas vas a reanudar el tratamiento, después de eso veremos si sigues viendo cosas; si es así deberás ir de nuevo al médico ¿Estás de acuerdo?-

Román no le respondió, por un lado le agradaba la idea de regresar a su vieja vida, por otro lado regresar a los medicamentos era una sensación que no quería volver a experimentar, por los efectos secundarios.

Justo en el momento que iba responder el celular de Elena sonó en su bolsillo.

-¿Qué pasó?- respondió Elena al tiempo que le daba la espalda para escuchar, Román volvió a sentarse en la cama tratando de tranquilizarse. La voz de Elena lo obligó a volverse a ella, en ese momento ella lo miraba fijamente a los ojos.

-No amor, no voy a llegar hoy, mi ex esposo tuvo una recaída, voy a pasar la noche con él- y Román bajó la cara avergonzado.

No sabía si era por el hecho de que Elena había decidido pasar la noche con él, si era porque estaba interviniendo en su vida o... por la idea fugaz de estar con ella.

-¡No digas tonterías!- exclamó en el teléfono, Román ya no volteó a verla -¡Claro que no!... ¡Por favor!... mira, no digas que me entiendes, sé que no es así, solo confía en mi ¿De acuerdo?... gracias... pasa por mi mañana temprano, por favor... nueve de la mañana... si... gracias... te amo- y colgó.

-No tienes porque hacer esto... -
-No, pero quiero hacerlo-
-Pero ¿Y él?-
-¿Qué pasa con él?-
-¿No se molestará?-
-Ya lo está- dijo y dejándolo solo fue a prepararse algo de cenar.

Elena llamó al médico que atendió a Román y le explicó la situación, este le indicó la dosis recomendada para reiniciar el tratamiento, después cenaron tranquilamente en la recamara, en silencio. Durante todo ese rato Román pensaba que sucedería a continuación, se sentía como un adolescente nuevamente, avergonzado como la primera vez que estaba solo con una chica.

Finalmente la noche terminó por caer.

-No traje ropa así que tendré que dormir casi sin nada- dijo mientras acomodaba las cobijas. Se quitó la playera.

-¿Vas a dormir aquí?-
-¿Pues qué esperabas? No pienso dejarte solo, pero te aclaro... no intentes nada ¿Me oíste?-

Román ya no le respondió, le dio la espalda y dejó que terminara de desvestirse.

-Si te sientes más tranquilo enciende la cámara, veremos qué pasa mañana- le dijo, Román siguió sin responder, pensaba que no serviría de nada pero aún así lo hizo.

-Cualquier cosa que sientas no dudes en despertarme... juntos resolveremos esto- le dijo en la oscuridad a medias de la recamara, Román murmuró algo como -De acuerdo... gracias-

Elena dormía de frente al espejo, Román del lado contrario, dándole la espalda y, como la noche anterior y la anterior a esa Román se levantó en dos ocasiones, Elena despertó junto con él, preguntándole que pasaba, Román respondió que nada, aunque no dejaba de ver el espejo... su ex esposa sabía que mentía.

La tercera vez Román despertó pero no se levantó, sentía que lo observaban pero no se movió, tenía miedo de mirar y constatar que no había nada, reafirmar que estaba enloqueciendo. La presión era demasiada.

Giró sobre si mismo y lentamente levantó el rostro por encima de Elena, sus ojos se abrieron enormemente al ver en el espejo su reflejo de pie, con las manos sobre el espejo como si estuviera fuera de una ventana. Román saltó de la cama con rapidez cayendo al suelo, lo que hizo que Elena despertara.

-¡¿Qué pasa?!-
-¡Ahí!- exclamó señalado el espejo, Elena volteó y Román se puso de pie.

Román se enfocó en el espejo, vio como su reflejo daba vuelta y se enfilaba a la cama, se subía en ella y sobre Elena a quien golpeó en varias ocasiones, después con sus manos rodeó su cuello apretando con fuerza; bajo él Elena pataleaba tratando de liberarse.

Román volvía a sentirse ese mirón indiscreto, un voyeur, pero la escena no le causaba ninguna excitación, al contrario, estaba aterrorizado, más cuando vio como su reflejo volvía a arremeter contra el rostro ya ensangrentado de Elena.

Finalmente la soltó, Elena ya no daba pelea, aún sobre ella el Román del espejo se volvió hacía el otro que estaba paralizado por el terror. Levantó la mano manchada de sangre y colocó el dedo índice en los labios... sonrió.

La mañana descubrió a Elena sobre la cama con el rostro cubierto de sangre y el cuello amoratado, junto a la cama, llorando, estaba Román, las manos estaban cubiertas de sangre, y tenía una mancha en medio de los labios.

21/6/14

Veintiséis de septiembre

Todo fue normal, tan normal como pudo ser. Amigos, familiares cercanos y lejanos poco a poco fueron llegando; todos los que tuvieron que estar llegaron. La mayoría con sus caras largas, alguna lágrima discreta, una opresión en el pecho. Los primos pequeños y los hijos de algunos amigos se inquietaron rápidamente, entonces se volvieron insoportables y no era para menos; un velorio no es lugar para un niño.

Mariana, a sus veinte años miraba a toda la gente pasar frente a ella, aun así parecía que no reconocía a nadie, como si la trágica muerte de sus padres aún la tuviera en shock. Hija única de un padre trabajador pero ausente, hija de una madre preocupada por la telenovela, los chismes de los famosos y de la vecina de la cuadra, no había más.

Muchos se acercaron a Mariana brindándole apoyo, consuelo, ayuda; con media sonrisa agradeció las atenciones, con la otra mitad las rechazó. El hermano de su padre, su tío Manuel, le ayudó con todo lo referente a los trámites para recuperar los cuerpos; las calles son peligrosas y más cuando se combinan el alcohol y la velocidad... no, su padre no tomaba, el conductor del otro auto, un joven de la misma edad de Mariana si. Los tres tuvieron el mismo final.

El tío Manuel estaba al tanto del seguro de vida que su hermano había adquirido para proteger a su familia, y ella fue la beneficiaría. Cincuenta mil no la hacían una mujer rica pero sin duda le ayudarían a sobrevivir, eso y el trabajo que tenía en la estética. Y las cosas marcharon bien... tan bien como pudieron ir.

Después del entierro Mariana regresó a su vida normal, su trabajo, sus amigos y una casa vacía; no se había percatado de que tan grande era su casa hasta que se quedó sola.

No tenía idea de cuánto extrañaba a sus padres, y no admitiría ante alguien que los quería, que siempre los quiso y que daría todo lo que tenía con tal de poder decírselos.

Su familia no era mala, no fueron malos padres y ella no fue una mala hija; tenía un carácter duro, fuerte, lo que la mantenía en discusiones con su madre cuando le ponía atención, cuando no acataba las reglas de la casa. Deserción escolar, fiestas, a veces malas compañías eran los temas en la mesa; Mariana no recordaba cuando fue la ultima vez que le dijo a su madre que la quería, cuándo le dijo a su padre que lo admiraba, él siempre fue la imagen de la obediencia y la rectitud, la figura de autoridad; él siempre fue el enemigo.

La primera Navidad que pasó sola no distó de otras que recordaba, salió con amigos a cenar y divertirse y llegó a casa de madrugada, sola y con algunas copas encima; despertó muy tarde con resaca, no le dolió tanto haber despertado sola. Para Fin de Año la situación fue diferente.

Acostumbrada a ser la única celebración que compartía con sus padres, el descubrir que estaba sola, que ninguna amiga le llamó para que pasara la fiesta en su casa, que ningún amigo o algo parecido decidera quedarse con ella es noche le caló hondo. Fue la primera vez en que verdaderamente se sintió sola. Después de eso la vida siguió normal, tan normal como debía ser.

Soportó el catorce de febrero, el diez de mayo sin problemas y el dia del Padre, ninguna de esas celebraciones tenían eco en su memoria; sin embargo, había una fecha en su calendario que nadie más tenía marcada.

Veintiséis de septiembre, el primer aniversario de la muerte de sus padres.

Mariana no se lo dijo a nadie pero, como dicen, lo recordaba como si hubiera sido el día anterior, la fecha estaba más que próxima y no había nada que pudiera evitarlo; Mariana no sabía que esperar de ese día.

Recordaba que fue sábado, que por la mañana había discutido con su madre por haber regresado de madrugada de una fiesta... otra vez. Su padre descansaba de una semana pesada de trabajo como funcionario de una oficina gubernamental, no tenía un puesto importante, esperaba algo grande algún día, su padre se unió al regaño.

Después de la discusión Mariana se encerró en su cuarto, era casi medio día, recuerda que su madre, aún después de la discusión la invitó a que los acompañara al súper; ni siquiera respondió. Mariana se levantó de la cama justo a tiempo para verlos irse en el auto familiar, fue la última vez que los vio. Apenas dieron vuelta Mariana regresó a la cama cubriéndose la cabeza con la almohada, al mismo tiempo en la esquina el otro auto se impactaba de frente en el auto de sus padres, cuando invadió el carril contrario, Mariana escuchó los frenos de ambos autos y el aparatoso golpe, algo en su corazón le dijo que saliera de casa y corriera calle abajo, pero se negó a seguir los impulsos, estaba tan enojada con sus padres pero no pensó que hubieran sido ellos; afortunadamente no lo hizo, la escena que hubiera visto se habría quedado grabada en su memoria.

La fiesta de la noche anterior, los excesos y el regaño de sus padres provocaron que cayera en un sueño profundo, ni siquiera los fuertes golpes de los vecinos lograron despertarla, fue mejor así. Dos horas más tarde el repique insistente del teléfono logró lo que los golpes en la puerta no pudieron; era el tío Manuel.

La noche del día veinticinco se fue a la cama recordando ese evento, un evento que uno suele ver en las noticias y nada más, pensando que a uno jamás le ocurrirá; las llamadas de apoyo de familiares y amigos ayudaron a que lo tuviera muy presente. No era que lo hubiera olvidado, pero parecía que todo el universo conspiró para que no lo olvidara, justo el dia en que no deseaba recordarlo.

Mariana despertó el dia veintiséis con dolor de cabeza, como si hubiera bebido durante la noche, también tenía un ligero sabor a cigarro en los labios lo que le provocó náuseas; era casi medio día.

No entendía porqué se sentía así, pero el ruido proveniente de abajo desvió su atención; había alguien en la cocina.

Con temor salió de su cuarto, lo mejor que podía ser era que alguna tía o vecina, alguna amiga había ido a buscarla para estar con ella en esa fecha, lo peor que hubieran entrado a robar; si solo fuera eso no habría gran problema, que se llevaran lo que quisieran, lo peor sería que intentaran atentar contra ella.

En efecto alguien estaba en la cocina, pero más que robando parecía que se encargaba de recoger el tiradero que tenía, la idea de que era alguien conocido cobraba más fuerza. Entró en la cocina y si, efectivamente era alguien conocido, más no alguien que esperaria encontrar.

-¿M-mamá?-
-¡Vaya! Hasta que te levantas, mira nada más que horas son-
-P-pero... -
-¿Qué tienes?-
-Es que tú... y papá... -
-¿Yo qué?- escuchó detrás de ella, al volverse encontró a su padre ya vestido, listo para salir.

-No puede ser... -
-¿Qué? ¿Pensaste que no nos encontrarías?-
-No... no es eso... -
-Estás muy rara Mariana ¿Qué tienes? No me salgas ahora con que consumes drogas... -
-¡No mamá!-
-Bueno, con eso de que te la pasas de fiesta en fiesta no me extrañaría... como ayer, a ver ¿A qué hora llegaste?-
-Mamá... -
-¡Tres de la mañana Mariana, tres! ¿Te parece bien eso?-
-Mamá dejame explicarte-
-¿Qué me vas a explicar? ¿Qué de haber podido no habrías llegado?-
-¡No es eso mamá, deja que te explique-
-Es que ya no soporto esta situación Mariana- en el rostro de la mujer se podían apreciar varios sentimiento; indignación, desilusión, impotencia, enojo. Varios, muchos y ninguno a la vez. El padre de familia observaba la escena a la distancia, listo para intervenir cuando fuera necesario.

-Lo que pasa mamá es que ustedes... -
-¿Qué? ¿No estamos en "onda"? Eso es lo que te han dicho tus amiguitas ¿No? La tal Lucia y esa otra chiquilla... se me olvida su nombre... .
-Karla... -
-¡Si! Karla; Karla y la otra nomas te están metiendo ideas en la cabeza, desde que estaban en la escuela ¿No fueron ellas las que te aconsejaron que dejaras de estudiar?-
-¡No mamá! Esa fue decisión mía-
-Ay Mariana si bien que las defiendes, por algo son amigas-
-No las defiendo mamá, solo digo las cosas como son- Mariana no se dio cuenta el momento en que se vio envuelta en la misma discusión de un año atrás.

-Pues creo que deberías dejar de ver a esas amigas tuyas- interrumpió el padre de familia, Mariana respondió con algo como Tú también y regresó a su cuarto molesta.

Volvió a recostarse en la cama y volvió a escuchar a su madre, minutos después, preguntándole si quería acompañarlos al súper; no volvió a responderles. Apenas escuchó el ruido del motor algo se encendió en su mente; bajó corriendo las escaleras y salió rápidamente a la calle; el asfalto estaba caliente, aunque iba descalza no lo notó. Mariana nunca antes había sentido un golpe en el pecho como el que sintió cuando vio como el auto de sus padres se hacía pedazos. Recordaba el sonido que provocaron los frenos, el ruido se quedó grabado en su memoria como si hubiera sido por un hierro ardiente. Perdió el conocimiento a la mitad de la calle.

Despertó en su cama con dolor de cabeza... otra vez, pensó que había tenido una pesadilla, pero el ligero sabor a cigarro en los labios le dijo que algo estaba mal. Era casi medio día y los ruidos en la cocina volvieron a ponerla alerta.

Bajó las escaleras con largas zancadas, no se detuvo a pensar que podían haberse metido en su casa a robar, tampoco pensó en algún vecino, amigo o familiar; tenía una idea de quien se trataba.

-¿M-mamá?-
-¡Vaya! Hasta que te levantas, mira nada más que horas son-
-P-pero... ¿Otra vez?-
-¿Qué tienes?-
-Es que tú... y papá... -
-¿Yo qué?- volvió a escuchar detrás de ella, al volverse encontró nuevamente su padre ya vestido.

-No puede ser... -
-¿Qué? ¿Pensaste que no nos encontrarías?-
-No... no es eso... es que... está ocurriendo otra vez-
-Estás muy rara Mariana ¿Qué tienes? No me salgas ahora con que consumes drogas... -
-¡No mamá, no empieces otra vez!-
-Bueno, con eso de que te la pasas de fiesta en fiesta no me extrañaría... como ayer, a ver ¿A qué hora llegaste?-
-Mamá... escúchame... -
-¡Tres de la mañana Mariana, tres! ¿Te parece bien eso?-
-Mamá dejame explicarte-
-¿Qué me vas a explicar? ¿Qué de haber podido no habrías llegado?-
-¡No es eso mamá, deja que te explique-
-Es que ya no soporto esta situación Mariana-
-Por favor mamá escúchame... -
-¿Qué Mariana? ¿Qué me vas a decir? ¿Qué no estamos en "onda"? Eso es lo que te han dicho tus amiguitas ¿No? La tal Lucia y esa otra chiquilla... se me olvida su nombre... .
-Ellas nada tuvieron que ver en eso... -
-¡Karla! Si, Karla y la tal Lucia te están metiendo ideas en la cabeza, y no ahora, desde que estaban en la escuela ¿No fueron ellas las que te aconsejaron que dejaras de estudiar?-
-¡Ya basta mamá!-
-Y ahora por ellas me gritas, bien que las defiendes, por algo son amigas ¿Ya ves cómo se pone?- le preguntó a su esposo, este se levantó del sillón pero antes de que abriera la boca Mariana lo detuvo.

-No digas nada, ya lo sé, que debería dejar de verlas- y sin decir nada más regresó a su cuarto.

Volvió a recostarse en la cama y de nuevo escuchó a su madre preguntándole si quería acompañarlos al súper; nuevamente algo se encendió en su mente y reaccionó.

-¡Voy!-

Sabía lo que sucedería, hizo el tiempo suficiente para que aquel chico pasara de largo, eso era lo que tenía que hacer; la vida le daba una segunda oportunidad... por segunda vez, no iba a desaprovecharla.

Bajó cambiada pero aún molesta, no importaba, sus padres no la escuchaban y quizá era mejor así; les salvaría la vida y eso sería suficiente; no tenían que saber los detalles.

Lo que Mariana no sabía era que la historia no puede cambiarse.

Antes de que todo se pusiera negro Mariana vio, escuchó y sintió lo mismo que sus padres; el auto del chico saliendo de pronto, el impacto y ese rechinido de llantas que tan bien grabado tenía.

Despertó de nuevo en su cama con dolor de cabeza, ya no pensó que había tenido una pesadilla; otra vez el ligero sabor a cigarro en los labios, no le importó. Era casi medio día y los ruidos en la cocina hicieron que entendiera.

Bajó las escaleras con largas zancadas, no se detuvo ni un instante.

-Mamá-
-¡Vaya! Hasta que te levantas, mira nada más que... - no la dejó terminar, se arrojó a su cuello abrazándola con fuerza, colocando varios besos en sus mejillas.

-¿Qué tienes? Estás muy rara Mariana ¿Estás consumiendo drogas... ?-
-No mamá- respondió ya con lágrimas -Solo quiero decirte que... te quiero mucho-

Por un momento su madre no supo como reaccionar; sus rasgos siempre duros se suavizaron lentamente, una sonrisa apareció al mismo tiempo que acariciaba las mejillas de su hija.

-Yo también te quiero hija-
-¿Qué pasa?- preguntó el padre de familia cuando apareció en la cocina, madre e hija se miraron un segundo y sonrieron.

Mariana se apartó de su madre y llegó hasta su padre a quien abrazó de igual manera, cubriéndolo de besos.

-Te quiero papá- primero no entendió, después reaccionó igual que su esposa.

-Yo también hija, yo también- respondió palmeándole la espalda.

Mariana convivió con sus padres unos minutos hasta que el padre de familia sentenció que había que ir al súper; ambos le pidieron a Mariana que los acompañara pero se negó, los acompañó hasta la puerta y apenas su padre encendió el motor Mariana cerró la puerta.


Recargando la espalda contra la puerta fue resbalando hasta quedar sentada en el suelo, llorando; se cubrió los oídos para no escuchar el sonido que harían las llantas cuando su padre pisara con fuerza los frenos, aunque era un sonido que jamás olvidaría, como nunca olvidaría que tuvo la oportunidad de decirle a sus padres -Los quiero-


16/4/14

Inspiración

A lo lejos se vislumbra un amplio horizonte, un desierto de arenas doradas que parecen no tener fin, el suelo arde durante el día y las noches son heladas, tormentas azotan sin tregua y, a veces, la quietud es tal que enloquece… este es el lugar de donde vienen las cosas malas...

Entes sin forma rasgan el velo del tiempo y el espacio, penetran a un sitio en donde se supone no deben existir, criaturas hambrientas que solo buscan satisfacer sus placeres, no importando matar, rasgar, corromper, una amante de Noviembre, una Flor Negra en la pared, son los entes sin forma ni rostro que entran en nuestras vidas (en mi vida) para atormentarnos, para violarnos y hacer con nosotros lo que ellos quieran…

Pero en la quietud se puede encontrar el equilibrio, la sensatez, la paz con todos y con uno mismo, la arena dorada vuela gracias a suaves frisas y recorren nuestro rostro, nos susurran palabras de paz en nuestros oídos, palabras de amor, de tranquilidad… este es el lugar de donde vienen las cosas buenas…

A veces un viejo amigo, un familiar muy querido, algún recuerdo del pasado se cuela de este onírico escenario y nos visita, nos habla, nos conforta, nos hace sonreír y nos hace llorar, nos hace abrazar a un espectro que ya no está, pero lo hacemos sin mediar nada, lo hacemos sin importar nada… esta aquí, ahí, allá… solo eso importa…

Este es el lugar de donde vienen las cosas buenas, el lugar de donde vienen las cosas malas… esos entes y esas visitas me penetran y yo a ellas, y de ellas extraigo un poco de su esencia, esta es su Tierra y la mía, este es el reino donde ellos son Reyes y Reinas, lacayos y súbditos, nobles y parias, esta es La Tierra de los Sueños Dulces, La Tierra de las Pesadillas Terroríficas, de aquí jalo inspiración, de mis sueños, de mis sentimientos, de mis temores… es mi vida.


13/2/11

En el Día del XXXX y la Amistad...

"Una historia de amor"

Ciento veinte pesos la renta por unas cuantas horas, para un par de enamorados despertando la pasión era poco el pago por todo lo que dieron, por lo que recibieron, por la manera en que se entregaron, ciento veinte pesos costó un momento que quedaría marcado en sus vidas, la cama hecha un desorden, las cortinas cerradas y la televisión con el volumen un poco mas alto que de costumbre para que quien pasara por el pasillo no se enterara de lo que dentro ocurría, aunque fuera un secreto a voces, todos saben lo que pasa cada que una pareja entra en un cuarto de hotel de paso, en la Balbuena, en Balderas, en Tlalpan, ahí se entregan los cuerpos, los sentidos… ahí se entrega la pasión y el amor, el sexo y el corazón…

-¿No se queda nada?- pregunto Ulises mientras revolvía las sabanas, buscando que efectivamente no se quedara nada, Elena, peinándose frente a la burda y tosca luna a manera de tocador volvió el rostro aun cubierto con el pelo mojado, solo llevaba puesta la ropa interior, se volvió y miró la cama y después a Ulises…

-Solo mi esencia- respondió sonriendo y continuo con la tarea de peinarse, Ulises le sonrió de igual manera mientras se abotonaba la camisa, termino de vestirse y a los pocos minutos la pareja dejaba las llaves en la recepción y salía del hotel con una mezcla de sentimientos, alegría, complicidad, satisfacción… amor, se amaban, pocas eran las parejas que podían decir que se amaban, ellos lo hacían, tanto en el diario vivir como en la intimidad, se amaban… se juraban amor eterno y se decían mutuamente que su amor nunca moriría…

Nunca moriría…

Elena regresó de misa tratando de mantener la calma, pero eso era difícil, apenas entro en casa sabía que su madre estaba ahí, en la sala, no quería que la viera, así que fue directamente a su habitación corriendo, pero este hecho no paso desapercibido para su madre, levanto la mirada del tejido y la vio subiendo las escaleras y, como si pudiera, la siguió con la mirada hasta que supo que entro en su cuarto, escucho la puerta cuando la azotó y cerrando los ojos meneo la cabeza, no podía decir que entendía por lo que pasaba su hija, pero la entendía, eso hacen las madres, empatía le llaman algunos, otros, amor de madre, suspiró y persignándose siguió con el tejido…

En su cuarto Elena arrojó la pequeña cartera que llevaba y se acostó boca abajo en la cama sin tender, puso la cabeza contra la almohada y gritó, gritó lo más fuerte que pudo, pero ahogando el grito con la almohada, sus lagrimas salían como un río infinito, mientras que el dolor en su pecho se hacía cada vez más grande ensanchando el vacío que sentía en el…

Se tranquilizo un poco (o se desahogó) y girando la cabeza fijó la mirada en el buró, junto a la pequeña lámpara, enmarcada, estaba una foto de ella con Ulises, estaba a la derecha de ella y la abrazaba por la cintura, mientras que ambos entrelazaban una de sus manos al frente, ambos sonrientes, ambos felices, en esa foto no se veía nada de oscuridad, nada de dolor, Ulises sonreía francamente, Elena hacía lo mismo, estaban felices, eran felices, ahora ella solo lloraba…

Dos meses después de esa foto, Ulises estaba en un 7Eleven cuando aparecieron dos tipos que amagaron al dependiente y a él por igual, los amenazaron y sacaron el dinero de la caja registradora, quizá todo hubiera acabado bien si solo se hubieran ido, quizá todo hubiera sido de otra manera si solo hubiera cooperado, pero cuando intentaron quitarle el celular y el MP3 a Ulises este se resistió, un disparo en el estomago a quemarropa fue suficiente para que muriera instantáneamente, jamás los aprendieron…

Cuando le dieron la noticia a Elena no podía creerlo, no era posible, se casarían al año siguiente, en verano, su mundo se derrumbo, ahora, dos meses después Elena no podía superarlo, o quizá no quería, y eso era porque lo necesitaba, necesitaba sentirlo cerca, tenerlo cerca, no podía hacerse a la idea de que lo había perdido y para siempre, mirando la foto en el buró se pregunto por enésima vez ¿Por qué? Y por enésima vez no obtuvo respuesta…

Elena daba vueltas en su cama, tratando de recuperar el sueño, ese que había perdido hace más de dos meses, apenas dormía unas tres o cuatro horas cada noche, encendió la lámpara del buró y se quedo mirando fijamente la fotografía, ese era su consuelo y su tormento, su madre, conocedora de la situación por la que estaba pasando le había dicho que quitara esa foto de su buró, que le hacia mas mal que bien, obviamente Elena se rehúso, era el único lazo que aun la unía con el amor de su vida…

Solo viéndola podía conciliar el sueño, le atormentaba el verla y la llenaba de paz, solo viéndola podía dormir, soñar que aun estaba ella, solo viéndola podía creer y sentir y pensar que él no había partido para siempre, solo en sueños podía estar con él como esa primera y única vez, la vez que se amaron…

La vez que su madre entro a su habitación y vio que la foto ya no estaba pensó que finalmente Elena lo había superado, en parte se alegro, porque pensó que su hija encontraría la paz que tanto necesitaba, desgraciadamente no fue como ella lo pensó, ahora la llevaba doblada en su cartera, cada que podía, en los descansos en el trabajo o en la hora de la comida la sacaba y la miraba, a veces, solo una fugaz mirada, en otras pues…

Aun cuando la tienda de ropa donde trabajaba estaba cerca, aun cuando era rápido llegar a casa, Elena hacia más tiempo del habitual, sus pasos eran lentos, la mayor parte del tiempo no quería estar en casa, le recordaba las tantas veces que él había ido y había estado con ella en la sala, viendo la televisión, las veces que su madre lo invito a comer, las reuniones familiares, y como fantasma recordaba los paseos con él al deambular por la calle, era en verdad triste, algunos pensarían que deprimente, es solo el duelo, solo eso y nada más…

Un sábado, habiendo salido temprano de la tienda empezó a caminar, lento, sin prisa, con la mente perdida en los recuerdos, sin un rumbo fijo, no sabe como fue que paso, más cuando sus pasos se detuvieron se encontró a las puertas de aquel hotel… si, el mismo donde habían estados los dos juntos, no sabe porque fue, no sabe que la impulsó, solo entró…

Elena le pidió un cuarto al tipo detrás de la ventanilla de la recepción, podría haberle extrañado el que estuviera sola, pero era común que en ocasiones solo uno pidiera el cuarto y poco después apareciera el otro, así que después de que Elena pagara por la habitación, poco más de ciento veinte pesos, tomo la llave y sin mirar, como si fuera su casa llego hasta el elevador y selecciono el piso sin siquiera ver el numero de cuarto que el tipo le había asignado…

Las puertas se abrieron haciendo sonar una campanilla y Elena salió del elevador despacio, avanzó por el pasillo y se detuvo frente a la puerta de un cuarto, levanto la mirada y vio el numero del cuarto, si, el mismo donde había estado con Ulises, fue hasta entonces que vio la llave en su mano, si, era la de ese cuarto, quizá alguna extraña fuerza había movido los hilos o... quizá solo era una gran coincidencia, metió la llave y la hizo girar… entró…

Una parte de ella no entendía que hacia ahí, como era posible que fuera el mismo cuarto donde anteriormente había estado con Ulises, más la otra parte de ella se complacía de que hubiera sucedido, arrojo la cartera en la cama y se acerco a la ventana, la abrió de par en par y dejo que el aire la acariciara como en su momento, en aquel momento lo hiciera Ulises…

Regreso a la cama y acomodándose saco la foto de la cartera, se acostó de lado mirando la foto, sonreía, algunas lágrimas se le escapaban de los ojos pero se sentía en paz, y en medio de esa tranquilidad y sus recuerdos se quedo profundamente dormida…

Soñó, soñó un hermoso sueño, soñó que Ulises estaba ahí con ella, que la desnudaba y la tocaba, la besaba, soñó que recorría su cuerpo y lo sentía vivo… todo era tan vivo… se sentía viva… tan viva…

Despertó algunas horas después, extrañada un poco por la experiencia pero feliz por haberla vivido tomó su cartera y arreglándose un poco el cabello y la ropa salió del cuarto, dejo las llaves en recepción y salió del hotel…

Las cosas no marcharon mejor pero no empeoraron, Elena seguía con su estado de ánimo bajo pero un poco más despierta, su madre se alegraba de que comiera mejor y que estuviera, a veces, más animada, se sentía más tranquila, pensaba que finalmente lo había superado… por primera vez en su vida su madre no sabía en verdad lo que pasaba con su hija…

Elena pensó que lo que había pasado ese día había sido una extraña pero confortable coincidencia, pensó que no podría repetirse, por lo mismo regreso al hotel la siguiente quincena, el mismo tipo de la vez anterior le dio la llave cuando ella le solicitó un cuarto, ahora vio el numero del cuarto antes de llegar al elevador… nuevamente era el mismo…

Ya dentro del cuarto empezó a dar vueltas alrededor de la cama buscando una explicación, como era posible que en dos ocasiones sucediera esto, estar en el mismo cuarto, el mismo cuarto donde estuvo con él, volvió a sacar la foto de su cartera y la colocó sobre el buró, encendió la TV navegando por los canales de cable solo para que hubiera algo de ruido en la habitación, una suave somnolencia empezó a invadirla y, aunque trato de no quedarse dormida, finalmente un tranquilo sueño la envolvió…

Y si, tuvo el mismo sueño, bueno, no el mismo, sino que soñó lo mismo, soñó ese cuarto y a Ulises con ella, soñó nuevamente que se amaban, una vez más…

Y una vez más despertó sola y satisfecha…

Aun cuando le extrañaba lo que había pasado, ya en dos ocasiones, no podía quejarse, disfrutaba mucho el escaparse de la realidad unas horas y entregarse al sueño y los buenos recuerdos, aunque también pensaba que estaba, de alguna manera, volviéndose loca, solo había una manera de averiguarlo, regresar una vez más…

El mismo hotel, el mismo tipo le dio la llave del cuarto, el mismo cuarto… nuevamente era el mismo…

Se sentó en la cama y apoyando los codos sobre las rodillas sostuvo la cabeza con las manos, era inverosímil que por tercera vez sucediera, pero esta vez no, esta vez se dijo que no dormiría, ahí pasaba algo raro, tenía que saber que era, o tal vez solo era que, como lo había pensado, estaba volviéndose loca…

Entonces sintió un extraño impulso, el de sacar la foto de la cartera, abrió el broche y al desdoblarla se llevo una fuerte impresión, esa foto donde estaba con Ulises, donde el abrazaba por la cintura y ambos entrelazaban sus manos, de esa foto… Ulises había desaparecido…

Del impulso pasó al asombro, y del asombró al miedo, era mas que obvio que estaba completamente loca, pensó que ni siquiera estaba en ese cuarto de hotel, quizá estaba en una habitación en alguna institución mental, empezó a temblar y a llorar abrazándose así misma, pero en ese instante una sensación de paz y tranquilidad empezó a llenarla, de la calle dejo de escucharse cualquier sonido, no había nada, solo paz, mucha paz, levantó el rostro enjugado en lagrimas… y lo vio, Ulises, si, era él, su figura se recortaba sobre la ventana abierta, detrás de las cortinas, debajo de esta vio sus pies descalzos y cuando se movió, la cortina se abrió descubriéndolo todo…

Estaba desnudo, como esa vez, como la primera vez, y como todas las veces que lo había soñado en ese cuarto de hotel, en su rostro había mucha paz, mucha tranquilidad, se lo transmitió cuando le sonrió, extendió la mano y ella la tomó con delicadeza, con miedo, y con ayuda de él se levantó de la cama…

-Esto… esto no es posible-
-No, no lo es, pero así es-
-Estas aquí-
-Como otras veces-
-¿Qué estaba pasando?-
-Te amo, no podía dejarte ir, no sin que antes lo supieras-
Y lo abrazó, lo abrazó lo mas fuerte que pudo, Ulises le devolvió el abrazo pero mas dulce, mas suave y tierno, un abrazo lleno de amor…
-Dios te extraño tanto… - y volvió a llorar
-Lo sé, pero debes dejarme ir, debes vivir tu vida, no me olvides, solo eso te pido, no me olvides y yo viviré siempre contigo, no me olvides y siempre estaré contigo, siempre velare por ti, no me olvides, no dejes de amarme, porque yo jamás dejaré de amarte-
Se besaron, se besaron quizá, como nunca lo hicieron, con un amor y una pasión y una entrega que solo dos almas enamoradas pueden besarse, se amaron una vez más, por última vez…

Elena jamás volvió a ese cuarto de hotel, jamás volvió a llorar por Ulises y mucho tiempo pasó para que lo volviera a soñar, ella estaba libre, jamás se separaría de él, jamás dejaría de amarlo y, sabía que cuando el día llegará, estarían juntos y, esta vez, para siempre…