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23/10/15

¿Quién dice que los moustros no existen?

-Es cierto, los moustros si existen- decía Jaime a sus compañeros de escuela; luego se preguntaba porqué le hacían bullying.

-¡Cómo va a ser! Lo que pasa es que eres un cobarde- respondieron todos y las carcajadas estallaron.

-¡Es cierto, los he visto!- dijo con una seguridad tal que por una fracción de segundo todos estuvieron a punto de creerle.

-¡Eres un cobarde! ¡Marica!- dijeron y procedieron a darle una tunda de zapes hasta tirarlo al suelo -¡Marica! ¡Marica! ¡Marica!- repetían una y otra vez mientras lo pateaban en el suelo, así siguieron hasta cansarse.

Jaime se levantó adolorido con el uniforme sucio, sabía que su madre lo regañaría por regresar a casa así; le preocupaba más la reacción de su padre. Saber que lo habían golpeado otra vez era motivo suficiente para que él también le diera una tunda.

No podía decirles lo que pasaba, no lo entenderían... no le creerían.

Cuando era pequeño le tenía miedo a todo; a la oscuridad, a los ruidos que escuchaba durante la noche, al aire que atravesaba las ramas de los árboles y producía gemidos como de almas en pena. Su madre quien se había criado en provincia le contó que allá era mucho peor que aquí en la ciudad. Jaime creció con miedo a todo, incluso a si mismo. Muchas veces le preguntó a su madre porqué crujía la casa por las noches; le dijo que el aire enfriaba las cosas y eso hacía que se ensancharan, como la madera... ¿O se calentaban? No recordaba pero algo así le dijo. Nunca quedó conforme.







Para muchos las celebraciones de Halloween y Día de Muertos eran meros pretextos para fiestas y desenfrenos, sobre todo por parte de la juventud; Jaime jamás entendió cómo era posible que celebraran que alguien estaba muerto.

Halloween no era más que una festividad extranjera como la Navidad, no tenía ningún trasfondo cultural o milenario y, si lo tenía, lo había perdido hacia mucho; el Día de Muertos por mucho era una celebración más rica en tradiciones y cultura. Como fuera él no celebraba ninguna.

Si algo le asustaba de esa época eran los disfraces, no era que no supiera que solo eran tela, pelucas, pintura, no, eran lo que representaban.

Aún en su edad adulta seguía creyendo que los moustros existían. No podía olvidar la primera vez que vio uno.
Fue en su cuarto, no tenía mucho que se había ido a acostar, esa noche en particular así que la ventana estaba entreabierta, no conseguía conciliar el sueño, entonces sintió como si alguien se subiera a la cama.

Era de tamaño pequeño, casi como un niño de cuatro años, delgado, tez verdosa y orejas largas; parecía un gremlin con sus enormes dientes, ojos grandes y alargados, rojos. Los dientes se asomaron cuando le sonrió desde los pies de su cama, entonces saltó ágilmente y desapareció por la ventana abierta de su cuarto. No lo comentó, no le creerían.

La segunda ocasión fue peor.







Le preocupaba mucho bajar por la noche, temía encontrarse de nuevo con aquel duende o lo que hubiera sido; pero a veces podía más la necesidad que el miedo.

Bajar al baño por la noche era toda una proeza para él, mientras bajaba los escalones de madera se repetía una y otra vez que no había nada que temer, que no había nada; pero que no hubiera nada no siempre significa nada.

Regresaba del baño pero ante la escalera se detuvo, los crujidos en los escalones le llamaron la atención, no eran los típicos crujidos de una noche cualquiera, no, parecía que algo bajaba por ella. Pensó que era su imaginación siempre viva, pero entonces aquel duende volvió a aparecer entre la oscuridad, como si se materializara.

Pasó corriendo junto a él rozándole el brazo desnudo. Se quedó petrificado en su lugar.

No supo que fue de él, quizá desapareció así nada más, en la oscuridad, no lo supo. Los minutos fueron pasando y aunque estaba muerto de miedo tenía que moverse, no podía quedarse ahí, no si eso regresaba. Por la mañana no comentó nada al respecto, mantuvo la boca cerrada, jamás le creerían.

Creció con la idea de que los moustros eran reales, los había visto, lo había sentido, pero nadie le creía.







Su forma de ser no le había permitido completar una carrera, vamos, ni siquiera acabó la preparatoria y ¿Qué puede hacer alguien así? No mucho la verdad, terminó trabajando en el taller mecánico de su padre; no se había casado, pensaba que no había nadie con quien compartir su vida, sobre todo porque nadie lo entendería.

Vivía en un modesto departamento en el Estado de México que su padre tenía por allá, la colonia no era la mejor pero contaba con casi todos los servicios, el único “pero” que le ponía era el deficiente alumbrado publico. En la avenida principal si había buena iluminación, más no así en las demás calles, ahí había tramos por completos oscuros. Cuando el pesero lo dejó en la entrada de un largo corredor pensó que iba a morirse; faltaban muchas cuadras para llegar a su casa, por fortuna era temprano, apenas eran las ocho de la noche.

A su lado pasaban niños disfrazados en compañía de sus padres o algún joven, yendo de casa en casa pidiendo la tradicional “calaverita” Muchos se acercaron a Jaime para pedirle algún dulce o moneda, cualquier cosa era buena. Disimuladamente pero con miedo se alejó de la calle hacía una con menos gente, aunque eso provocara que se desviará un poco de su ruta habitual.

Absorto estaba en sus pensamientos, tratando de no pensar en todo que lo asustaba, pensando en lo irracional y estúpido e infantil que era que un hombre como el aún tuviera miedo a la oscuridad. Muchas veces deseó que esos miedos desaparecieran, pero los miedos vienen del interior de cada uno, jamás se irán a menos que los combatamos, como jamás pensó que lo volvería a ver.

Aquel extraño duende estaba tan solo unos metros delante de él; el mismo tono de piel y las orejas largas, los ojos alargados, la sonrisa siniestra mostrando los enormes dientes. Estaba parado debajo de una de las pocas luminarias de la calle así que podía verlo perfectamente, estaba ahí, inmóvil, mirándolo sin dejar de sonreír.

Entonces como un rayo saltó a la pared cercana y trepó hasta una ventana abierta, antes de entrar le obsequió una sonrisa más y entró.

Jaime no sabía que hacer, estaba paralizado por el miedo como aquella vez a los pies de la escalera pero, a diferencia de antes ya era un hombre (se repetía) no tenía porqué sentir miedo. Dio un paso y después otro, seguro de si mismo, repitiéndose una y otra vez que no había visto a ese extraño duende verde. Al pasar frente a la ventana por la que entró lo vio ahí, sonriéndole, pero además, con un dedo largo lo invitaba a entrar. Jaime giró rápidamente la cabeza cerrando con fuerza los ojos, no quería saber nada, entonces escuchó algo que le hizo saltar el corazón.

Cuando regresó la mirada a la ventana el extraño duende sostenía entre sus garras a un pequeño bebe, lo acariciaba con un dedo y volteaba a mirarlo, volvía a invitarlo a entrar.

El coraje no es la ausencia de miedo, sino la facultad de sobreponerse a el.

Sin pensar saltó como el duende hasta el borde de la barda cayendo del otro lado, en la oscuridad percibió una escalera que subía al cuarto donde aquello estaba con el bebe. La puerta estaba entreabierta, sabía que quizá los que vivían ahí se asustarían al verlo, pero quizá eso ayudaría a que se percataran de lo que sucedía.

Dentro no había nadie, ni esa cosa ni el bebe, nadie.

Llegó hasta la ventana y volvió a verlo bajo la luminaria cargando un bulto. Horrorizado regresó por sus pasos y al llegar a la calle lo vio alejarse; quizá el peso del bebe le dificultaba moverse con la rapidez que tenía, pero aún así era lo suficientemente rápido para llevarle mucha ventaja a Jaime.







No sabía de donde había sacado el valor para perseguirlo, a él, uno de los mayores temores de su infancia y su vida, pero no podía dejarlo con ese bebe; quién sabe que podría hacerle.

Durante toda la carrera no se apareció nadie por la calle, era extraño siendo que aún era temprano; miró su reloj, pasaban de la una de la mañana ¿Cómo era posible? ¿Qué hizo todo ese tiempo? ¿Tanto había durado la carrera? Como fuera tenía que alcanzarlo, si llegaba hasta la barranca lo perdería.

La distancia que los separaba poco a poco se acortaba, el esfuerzo de correr con el pequeño mermaba las fuerzas del duende, incluso su expresión había cambiado; antes era atemorizante, pero en ese momento mostraba una expresión mezcla de cansancio y temor, como si temiera lo que pudiera pasar si Jaime lo alcanzaba.

Estaba a unos tres o cuatros metros de él cuando escuchó un grito a sus espaldas, apenas volteó para ver a una mujer joven corriendo detrás de él.

-¡Mi bebe! ¡Mi bebe!- gritaba la joven, Jaime no podía detenerse, no podía dejarlo escapar.

El final de la calle tenía unos escalones rudimentarios para bajar a la barranca, sabía que no había otra alternativa, se lanzó sobre el duende esperando sujetarlo a él y al bebe, sin duda rodaría por los escalones pero trataría de proteger con su cuerpo al bebe.

La caída le pareció eterna...







Cuando recobró el sentido el duende estaba bajo él, cubierto a medias con la cobija del bebe; parecía inconsciente, no había señales del bebe. La extraña criatura comenzó a incorporarse pero Jaime no tenía intenciones de dejarlo escapar una vez más.

Cerca de él había una enorme piedra que levantó con dificultad, tenía que hacerlo, acabar de una vez por todas con el causante de sus miedos. Sentía que todos esos años de miedo culminaban esa noche, como si todo ese temor saliera a la luz en medio de la oscuridad de la barranca. Fue el grito angustiado de la joven madre que lo detuvo.

Tras la joven mujer llegaron varios vecinos que horrorizados no entendían que estaba pasando, pero se abalanzaron sobre Jaime que pataleaba y luchaba contra ellos, gritando que lo dejaran acabar con ese moustro La joven madre se acerco cuando uno de los vecinos recogió al bebe envuelto en la cobija y lo puso en su regazo.


-¡Se los dije! ¡Los moustros existen!- gritó Jaime en medio de los vecinos que lo tenían inmovilizado; vio a la joven mujer llevándose al bebe en sus brazos, él solo veía un moustro.

12/6/15

El pájaro rompe el cascarón...










El sonido que los frenos hicieron al derrapar sobre el asfalto fue ensordecedor; a las dos de la mañana no había mucho tráfico y, por lo tanto muy poco ruido. Automovilistas y los pocos transeúntes que aún se encontraban ahí quedaron sorprendidos aunque solo por un momento; todos supieron que acabaría mal cuando atravesó la avenida pisando el acelerador a fondo.

El impacto contra el muro de la entrada del Metro fue tan fuerte que el Mustang Shelby GT 5000 se convirtió en chatarra en menos de un minuto, su ocupante también.

Emiliano Camarena, hijo del senador Emilio Camarena quedó dentro del vehículo inmóvil, sangrando, herido, nunca antes había sufrido un accidente así, jamás había sentido tanto dolor, quizá solo aquella vez cuando se cayó de un columpio cuando tenía ocho años.

Los servicios de emergencia llegaron minutos después, alertados por la policía quien ya había recibido reportes de la conducta inapropiada de Emiliano sobre Eje Central. Tardaron poco menos de una hora para liberarlo de su prisión de hierros retorcidos muy mal herido; no le daban muchas expectativas de sobrevivir.







Lo primero que supo fue que tenía la boca seca, señal de que hacia mucho que no tomaba líquidos, después, que el cuerpo le dolía como nunca antes y tercero, que estaba recostado. Abrió los ojos lentamente, aun antes de abrirlos pudo ver la enorme lámpara sobre él; la luz le pareció tan fuerte que los ojos le dolieron, tuvo que cerrarlos nuevamente. Poco a poco su vista se acostumbró a la luz, no era tan brillante como le pareció en un principio.

El cuarto de hospital era amplio y muy blanco, las sabanas, las cortinas, las paredes. Con seguridad se trataba de uno de los mejores hospitales, su padre no escatimaría en gastos.

Durante una hora se dedicó a lo único que podía hacer: ver y escuchar, aunque no hubiera mucho que ver y muy poco que escuchar.

Varios pensamientos cruzaron por su mente, uno de ellos fue su padre; casi podía escuchar el regaño que le daría. Con veinticinco años encima su padre le llamaba la atención como si fuera un quinceañero. Con total seguridad le retiraría las tarjetas de crédito, las llaves de sus otros dos autos y le prohibiría fiestas y viajes, además de que lo obligaría a pagar el auto y los demás daños. Si, ya lo sabía.

El otro pensamiento era Lorena.

Se habían conocido dos años atrás, en la boda del gobernador de Guanajuato, un año después eran pareja y se dejaban ver en las fiestas de la sociedad política del país, tres meses atrás empezaron las discusiones por la inmadurez de Emiliano, sus constantes fiestas, el abuso del alcohol y drogas así como dos infidelidades que le descubrió. Emiliano Camarena, hijo del senador Emilio Camarena pensaba que no tenía que darle cuentas a nadie, ni a Lorena ni a su padre, ni a los medios ni a la sociedad. Pensaba que no había nadie con quien tuviera que confesarse, nadie a quien decirle que estaba arrepentido de las cosas que había hecho... no había nadie a quien decirle que estaba desperdiciando su vida.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que no escuchó cuando la puerta se abrió, ni siquiera se dio cuenta de la enfermera hasta que estaba a su lado. Se sobresaltó.

-Tranquilo- dijo la enfermera con voz baja, mientras que le ponía la mano en el hombro -Todo va a estar bien-
-¿Dónde está mi padre?- preguntó al tiempo que intentó levantarse -¿Dónde estoy? ¿Qué pasa? ¿Por qué no está aquí?-
-No tienes nada de qué preocuparte- respondió con suavidad -Estás en buenas manos- su voz y la mano en el hombro terminaron por calmar sus ansias de saber dónde estaba.







Algo le resultó extraño, no de ese hospital, sino de lo que pasaba con él. Sentía que tenía días ahí, más en todo ese tiempo no recordaba la última vez que había comido, pero por extraño que pareciera no sintió hambre, incluso la sensación de sequedad en su garganta había desaparecido; la única ocasión que se lo comentó a la enfermera le respondió que lo que necesitaba se lo administraban por las noches, sin que él lo notara, pero jamás encontró alguna marca de aguja o dolor en la garganta, algo que le dijera que le administraban alimento por via intravenosa o por medio de algún tubo pero no, nada, de cualquier manera no sentía hambre.

Esa misma enfermera, que lo visitaba continuamente provocó que Emiliano formara una clase de vínculo con ella. Era atractiva de cierto modo, no era sin duda el tipo de mujer con el que estaba acostumbrado a tratar, su rostro afilado se acentuaba gracias a que el cabello lo usaba recogido, el uniforme blanco se ceñía a su cuerpo de tal manera que dejaba volar la imaginación de Emiliano; solo había algo que no le gustaba de ella, sus profundos ojos negros. Le provocaban miedo.

-¿En qué hospital estoy?-
-En el mejor para casos como el tuyo- respondió sin decir donde estaban, cada vez que Emiliano preguntaba la enfermera evitaba la respuesta.

-¿Cómo te llamas?-
-Mi nombre no es importante, lo importante es que tú sanes para que puedas irte de aquí-
-Pero no sé qué tan mal estoy, no ha venido a visitarme ningún médico o mis padres ¿Cuándo saldré de aquí? Por lo menos a terapias o cosas asi, debo tener sesiones de terapia por lo de mis lesiones ¿No?-
-Físicamente se ha hecho todo lo que se podía hacer por ti, ahora hay que sanar el interior-
-¿Te das cuenta de que solo me das evasivas?-
-Si, pero debo hacerlo, cuando llegue el momento todo te será aclarado-
-Claro... - refunfuño y cerrando los ojos trató de dormir, tímidamente abrió los ojos para ver si la enfermera seguía ahí pero no, estaba solo, le asombraba esa facilidad que tenía para irse sin producir ningún ruido. Quizá solo eran mañas del oficio.

Emiliano perdió el sentido del tiempo, le parecía que caía en un profundo sueño así que no sabía si era tarde o de mañana, pero cada vez que despertaba la enfermera estaba ahí.

La única vez que despertó solo trató de llegar a la puerta, apenas bajó de la cama un dolor punzante en las piernas lo hizo caer de rodillas, no pensó que estuviera tan mal, aun así trató de levantarse y salir del cuarto, no lo logró, tuvo que arrastrarse hasta la puerta pero el dolor y el esfuerzo físico terminaron por provocarle un desmayo.

Cuando despertó estaba nuevamente en su cama, la misma enfermera estaba a su lado, no había esa tranquilidad o paz en su rostro, al contrario, se notaba bastante molesta; si antes su negra mirada le provocaba miedo verla así lo llenó de algo parecido al terror.

-No vuelvas a hacer eso- la orden pareció venir de su oficial superior, si estuviera en el ejército, la enfermera tenía los brazos cruzados sobre el pecho, viéndolo fijamente. Emiliano no estaba dispuesto a soportar más esa situación.

-¡¿Por qué diablos no me dices que me pasa?! ¡Tengo días aquí y nadie ha venido a verme! ¡Exijo respuestas! ¡Dijiste que estaba bien, ahora no puedo ni ponerme en pie!-
-Te dije que físicamente se había hecho todo lo que se podía hacer por ti, que ahora había que sanar el interior-
-¡¿Qué tratas de decirme?! ¡¿Qué soy un inválido?!-
-No voy a discutir tu condición contigo, hay cosas más importante que tus piernas-
-¡¿Ah si?! ¿Cómo qué?-
-Tu alma... -
-¡¿Pero qué tonterías estás diciendo?! ¿Qué tiene que ver mi alma con todo esto?-
-¿Por qué trataste de matarte?- dijo tajantemente, al escucharla Emiliano se hundió en la almohada como si le estuviera diciendo uno de sus más profundos secretos.

-¿Qué cosas dices? Yo no traté de matarme... -
-¿Ah no? Ibas a más de 180 km/h en una vía de no más de 70 ¿Qué pensabas?-
-No es lo que piensas... -
-¿Sabes qué pienso? Qué crees que has tocado fondo y que no hay nada más para ti, que tu vida no puede ser más inútil y trataste de acabar con ella... - y poco a poco el tono de su voz fue suavizándose.

-Tú no me conoces y no voy a discutir mi vida personal contigo, exijo hablar con el médico a cargo-
-No hay nadie más aquí con quien hablar que conmigo, así que acostúmbrate-
-Si tan solo pudiera levantarme... -
-No podrás hasta que hables de ti, por el momento duerme-

Pareció que las palabras tuvieron algún efecto narcótico en él, ya que apenas dijo eso Emiliano cayó en un profundo sueño.







Le resultó extraño despertar y ver todo en tinieblas, antes no había sucedido, se dormía antes de que anocheciera y despertada cuando el día ya había arribado, ver la habitación en penumbras le provocó un escalofrío; la única fuente de iluminación era el radiante uniforme de aquella enfermera.

-¿Qué hora es?- y la pregunta rebotó por las paredes como si se encontrara en una enorme cañada.

-Hora de tu terapia- respondió la enfermera sin ninguna emoción aparente.

-¿Mi terapia? ¿Ahora?-
-Si ¿No querías salir de aquí?-
-Si pero... -
-Te dije que la única manera de que salgas de aquí era que sanes por completo; nada se puede hacer con tu cuerpo físico, tenemos que tratar tu cuerpo espiritual-
-¿Es una de esas terapias en las que me harán aceptar mi condición de inválido?-
-No, no hay nada que hacer con eso, a lo que hay que darle tratamiento es a tu alma, a tu conciencia, liberarte del dolor de tu cuerpo es intrascendente, lo importante es ayudar a tu alma a sanar-
-¿Y cómo esperan que haga eso?-
-No “esperan”... espero que lo hagas, y lo harás, de eso me encargaré-
-¿Tú? Tú ni siquiera eres médico, tampoco creo que seas terapeuta ¿Qué puedes saber tú terapias?-
-Demasiado, no creerías la experiencia que tengo en eso-
-¿Y cuál es el plan?- respondió resignado, sabía que no habría otra manera de salir de ahí que no fuera cooperando con la enfermera.

Con lentitud tomó una silla y la acercó al lado de la cama, se sentó tranquilamente aunque muy derecha, cruzando la pierna derecha sobre la otra y las manos sobre los muslos, entrelazando los dedos.
-Háblame de tu padre-
-¿De mi padre? ¿Qué tiene que ver mi padre en todo esto?-
-¿Crees que podrías dejar de cuestionar todo y simplemente responder?-

Emiliano suspiró, a cada momento le resultaba más difícil mantener la calma.

-No hay mucho que hablar de él, siempre ha estado metido en la política, su familia solo es la máscara con la que se presenta a los medios; padre amoroso, esposo amoroso, un político amoroso, nada más, pero es ambicioso, no le importa pisotear a cualquiera con tal de alcanzar un escalón más por el poder. Si de él dependiera ya sería presidente de la Republica-
-¿Lo amas?-
-¡¿Qué?! ¡Claro que no! Solo es mi padre-
-¿O sea qué no sientes nada por él?-
-No ¿Debería?-
-Si no sientes nada por él ¿Por qué te preocupa tanto lo que él piense de ti?-
-¿Quién dijo que me preocupa lo que él piense de mí?-
-Buscas la manera de llamar su atención, quizá por eso vives como vives, tratando de provocar que voltee a verte, por desgracia lo que haces en vez de enorgullecerlo lo avergüenzas-
-¡Yo no busco su aprobación! Ni su respeto ni que se sienta orgulloso de mí, solo vivo mi vida a mi modo, si a él no le gusta se lo tiene bien merecido por... - y calló, pareció que estaba punto de decir algo que no debía, la enfermera no permitió que las palabras se quedaran en su garganta.

-¿Por qué se lo tiene merecido?-
-No voy a hablar de eso-
-Tienes que... recuerda; no saldrás de aquí a menos que... -
-Si, lo sé- el aburrimiento de la “terapia” comenzaba a abrumarlo, pero sabía que tenía que continuar.

-Nunca fue el padre que debió ser... -
-Así que lo castigas... -
-No lo sé-
-Si lo sabes; piensas que jamás te dio la suficiente atención y vives con el rencor de que no estuvo en esos momentos importantes contigo-
-Si... tal vez... -
-¿No has pensado que él es como es no debido a él sino a ti?-
-¿Cómo?-
-¿Ya olvidaste tu infancia? No siempre se dedicó a la política, antes solo era como cualquier burócrata, trabajo mediocre, salario mediocre, pero cada fin de cursos, cada celebración, cada cumpleaños estuvo ahí, las cosas fueron cambiaron y se dedicó más al trabajo para darle a ti, a tu madre y tus hermanos una mejor vida ¿Vas a decirme que eras muy pequeño para recordarlo?-
-Eso no cambia el hecho de que se olvido de nosotros-
-Y al día de hoy ¿Qué les falta?-
-Nada, sólo él-
-¿Cada cuando hablas con él?-

Silencio.

-¿Cada cuando hablas con él?-
-Casi nunca... -
-Le llamas cada Navidad y Año Nuevo, aunque vivan en la misma casa, ni siquiera hablan durante el desayuno porque, si no estás medio borracho en tu cuarto apenas vas llegando, si no estás embrutecido por la droga en la casa de algún “amigo”-
-¡Basta! ¡¿Quién te dijo todo eso?!-
-¿Miento?-

Silencio.

-¿Miento?-
-No... -
-Viviste una vida media, media vida la viviste entre carencias y limitaciones, después, cuando la abundancia llegó te dedicaste a vivir la vida que siempre quisiste, ni siquiera te interesó entrar en la política, solo deseabas derrochar el dinero que nunca tuviste en una vida que jamás fue tuya, siempre perteneció a los demás; siempre fuiste el menor, al que regañaban cuando las travesuras de tus hermanos salían mal, me diste una visión de tu padre ahora pero, cuando eras niño ¿Cómo lo veías?-
-Alguna vez dije que quería ser como él- la mirada de Emiliano ya no está sobre la enfermera, sino en algún punto alejado de la habitación.

-¿Y qué pasó?-
-Me di cuenta de que no es quien yo creía que era-
-¿Qué es ahora?-
-Un mentiroso, un traidor-
-¿Por qué?-
-¡Porque dijo que siempre estaríamos juntos y nunca está!-
-Tú tampoco estás, no has estado para él ¿Por qué habría de hacerlo si tú no lo haces?-
-No me necesita-
-¿Realmente lo crees?-
-¡Claro que si! No le importo-
-Y si te dijera que todo lo hace por ustedes, que jamás ha sido corrupto, embustero, traidor, que lo único que le importa es seguir trabajando por ustedes ¿Qué pensarías?-
-Que hablas de otra persona-
-Pues no, hablo de tu padre, yo no miento, pero sobre todo... tú sabes que lo que digo es verdad. Sabes que te cegó el dinero, la posición, el poder que da el dinero; ahora solo buscas un culpable para tus pecados, porque eres demasiado arrogante para aceptar que quien está mal en todo esto eres tú-
-¡Mentira!-
-¡Busca dentro ti y acéptalo!- exclama al tiempo que se pone de pie, su voz, su expresión, su negra mirada asustan a Emiliano de tal manera que, como si hubiera sido una descarga eléctrica su infancia y adolescencia pasa frente a sus ojos.

Las veces que lo llevó a la escuela primaria en el destartalado auto familiar, las mañanas de domingo que preparó el desayuno... con desafortunados éxitos, más eso no impidió que fueran divertidos, la ocasión que fue a sacarlo de la delegación cuando lo atraparon grafitteando una pared; fue por él y lo único que le dijo fue que no le diría a su madre si prometía no volverlo a hacer.

Cuando Emiliano se dio cuenta estaba llorando.

-Hace dos años tuvo un problema muy grande ¿Recuerdas?- retomó tomando asiento nuevamente, adoptando la misma postura.

-Si, lo acusaron de desvío de fondos... -
-¿Y qué pasó?-
-No pudieron comprobarle nada-
-Cuando la noticia salió a la luz ¿Qué fue lo primero que hizo?-
-No lo sé-
-Lo primero que hizo fue llamarte ¿Ya lo olvidaste?-

Silencio.

-¿Ya lo olvidaste?-
-Recuerdo que me llamó por esas fechas, pero yo estaba muy... ocupado como para... tomarle la llamada... -
-Lo primero que hizo fue llamarte, buscaba tu apoyo, tu comprensión, decirte que lo que se decía de él era mentira-
-¿Por qué?-
-Porque sabía que alguna vez dijiste que querías ser como él, no quería que pensaras que no eras lo que creías-

Silencio.

-Tú le importabas más que tus otros hermanos, eras su arma secreta en contra de cualquiera que quisiera lastimarlos como familia; tú siempre fuiste el fuerte, el valiente, el osado, atrabancado, si, pero quien no abandonaría a la familia y mira... fuiste el primero que los dejó... si en esta obra hay un traidor eres tú. Todos confiaban en ti y tú les distes la espalda-

Más lagrimas, Emiliano ni siquiera trató de ocultar su llanto.

-¿Amas a tu padre?-
-S-si... es mi padre... -
-¿Lo amas por qué quieres o por qué debes?-
-Solo... lo amo-

La enfermera se puso de pie, alisándose las arrugan de la falda.

-Duerme, mañana continuaremos-







Tal pareció que durmió todo el día, ya que, cuando despertó la habitación nuevamente estaba a oscuras, a diferencia de la noche anterior, la enfermera estaba sentada en el mismo lugar, junto a él.

-¿Vamos a continuar con esto?-
-Tenemos que... recuerda; no saldrás de aquí a menos que... -
-Ya sé, ya sé... ¿Ahora de qué tengo que hablar? ¿De cuándo murió mi perro? ¿De cuántas drogas me he metido? ¿Quieres que te diga que estoy arrepentido de como he vivido mi vida?-
-No, eso vendrá después... háblame de tu madre-
-¿Mi madre?-
-Si, qué piensas de ella-
-No sé qué pensar, no después de lo que hablamos... ¿Ayer?-
-Si, anoche, bien... - y el rostro de la enfermera se suaviza, pero solo un poco -Qué piensas de tu madre-
-¡No sé qué pensar! ¿Por qué parece que tratas de torturarme?-
-No lo hago, aunque supongo que así lo sientes... qué piensas de tu madre- preguntó mecánicamente, por un lado atendía las cuestiones de Emiliano, por el otro parecía que poco le importaba.
-Ya lo dije, no sé qué pensar, ya no sé si los recuerdos que tengo de ella son reales o solo son fruto de mi percepción de mi familia-
-¿Ves a tu madre diferente ahora que antes de que habláramos?-
-Si... -
-¿Cómo la veías?-
-Alguien casi igual a mi padre... también gusta mucho de eventos sociales, es miembro activo de varias organizaciones altruistas así como de asociaciones políticas-
-Pero ¿Cómo es la relación con ella?-
-Igual de distante que con mi padre-
-¿Por qué?-

Silencio.

-¿Por qué?-
-Por mi culpa... -
-¿Tu forma de ser fue lo que hizo que la relación fuera deteriorándose?-
-Supongo, es decir, pienso en mi infancia, en cuando éramos solo una familia de clase media, cuando nos llevaba a la escuela, las juntas, las firmas de boleta; pienso en las comidas, los juguetes de Día de Reyes y de las tantas veces que asistió a los festivales en la primaria, recuerdo sus consejos cuando entré a la Universidad, sus recomendaciones cuando empecé a irme de fiesta, las muchas veces que me esperaba despierta hasta que yo llegara, cuando mi padre ya tenía horas de haberse dormido, todos esos detalles de grande se fueron perdiendo; dejó de esperarme, dejó de preocuparse, dejó de darme consejos y si, también regaños, se enfocó a mis hermanos y yo fui relegado a “el problemático” después dejó de preguntar por mi aunque viviéramos en la misma casa. Ahora hay servidumbre que nos atienda por lo que tiene más tiempo para ella, ya no prepara la comida, a veces solo necesita de una llamada para saber donde andamos y eso es suficiente para ella para estar tranquila... creo... -
-¿Y todo eso cómo te hace sentir?-
-Solo... - las lagrimas ya comenzaban a rodar por sus mejillas, no hizo el menor intento de ocultarlas -La necesito tanto, recuerdo cuando me decía que era su pequeño bebé, siempre pensé que era tonto y cursi pero... -
-Así te sientes... -
-Así quisiera sentirme pero sé que ya no más; no volveré a provocarle ese sentimiento a mi madre porque hace mucho que su pequeño bebé murió-
-No puedo estar más de acuerdo contigo-

Silencio.

-Si la tuvieras en frente ahora ¿Qué le dirías?-
-Que lo siento-
-¿Qué más?-
-Que la amo-

La enfermera se puso de pie justo como la noche anterior, alisándose las arrugan de la falda.

-Duerme, continuaremos después- y Emiliano volvió a caer en un profundo sueño.







Ya no sabía que pensar, todo eso de la terapia le resulto tan extraño como todo lo que sucedía ahí; el nulo sentido del tiempo, no sentir hambre, el que nadie fuera a verlo, pensó que todo era con motivo de la terapia; seguramente lo estaban preparando para darle la noticia de que estaba invalido y que jamás volvería a caminar. Esa idea en un principio lo hizo pensar que todo su mundo se había venido abajo, que ya no sería el mismo hombre que antes; de hecho llegó a pensar que ya ni siquiera era hombre. Pensó en todo lo que había perdido por la manera en que condujo esa noche... no, no era eso, no era el cómo manejo el auto sino su vida, eso lo llevó a donde estaba en ese momento, una cama de hospital, lisiado, discapacitado. Sería una carga para sus padres Quizá las cosas cambiarían en casa pensó, quizá sus padres dejarían a un lado sus vidas sociales vacías y se enfocarían en él, pero tal vez solo sería porque le tendrían lástima, también existía la posibilidad de que simplemente le contrataran una enfermera para que lo atendiera las veinticuatro horas del día; si así iba a ser le diría a su padre que contratara a la enfermera de los ojos negros, no podría estar con otra.

Pero... a medida que pasó el tiempo se dio cuenta de que tenía más pro que alegrarse; estaba vivo, quizá los avances médicos superarían las discapacidades y él, en un futuro no muy lejano podría caminar de nuevo, se prometió que si había una segunda oportunidad la aprovecharía y cambiaría el rumbo de su vida. Podía hacerlo.

Cuando despertó la habitación estaba a penumbras nuevamente, más en esa ocasión la enfermera no se encontraba, algo que resultaba más extraño que todo lo demás. Siempre estaba ahí cuando despertaba, el no verla hizo que pensara que ya no lo visitaría. Pensar eso lo entristeció.

En medio de esa habitación a oscuras sólo pudo pensar en todo lo que había sido su vida; sobre todo, como había arruinado la vida de los demás con su imprudencia y su inmadurez. Pensó en sus hermanos, en su padre y nuevamente en su madre, pero por más que trataba de pensar en ellos el recuerdo de alguien intentaba ponerse al frente de todos ellos. Cansado sabía que, de todos los que quería había alguien que si le importó, alguien a quien quería sin ser de su familia.
Lorena.

No podía negar que le gustó desde la primera vez que la vio, provocó en Emiliano un impacto tal que no dejó de pensar en ella hasta que logró que fueran novios; casi podía decir que la amaba... no, la amaba, pero el miedo a ver perdida su libertad tan ansiada por años lo arrastró a llevar su vida como hasta entonces lo había hecho. Engañarla no fue parte del plan, no del todo, solo algo que se salió de control, eso le dijo a Lorena, no lo creyó la segunda ocasión.

Cerró los ojos pensando en ella, pensando lo idiota que había sido al arruinar lo único hermoso que tenía, mentalmente se disculpó con ella y no solo eso, también con su padre y su madre, con sus hermanos, se dijo a si mismo que en cuanto saliera sería un mejor hombre, ya no le importaba estar discapacitado, serviría de penitencia por la manera en que vivió su vida. Lo tuvo todo, y en menos de un segundo perdió una parte de si mismo. Ya no había nada que hacer con eso, solo sanar y salir de ahí.

-¿Meditando?- la voz de la enfermera lo sobresaltó; tenía los ojos cerrados pero debió escucharla entrar, no fue así.

-Algo así... - respondió con tranquilidad, no le molestó el comentario, al contrario, pareció que la enfermera había escuchado sus pensamientos.

-Bueno, es hora de continuar-
-¿Ah si? ¿Y ahora de que va a ser?-
-Háblame de Lorena-
-¿Lorena?-
-Si, Lorena, no creo que la hayas olvidado ¿O si?-

Emiliano vuelve a hundirse en la almohada, más no como tratando de huir de la enfermera, sino como rememorando los momentos juntos; su expresión pasó de la felicidad a la tristeza, a la vergüenza, a la decepción.

-Fui el amor de su vida, y lo arruiné... -
-Eso eres tú para ella ¿Y ella para ti?-
-Ella fue todo, la primera persona con la que, creo, sentí una conexión-
-¿Crees? ¿No estás seguro?- Emiliano dibujó una media sonrisa.

-No se te va una ¿Verdad?- la enfermera no respondió, estaba a la espera de que Emiliano lo hiciera.

-Tienes razón, no “creo” estoy seguro-
-¿Y qué pasó?-

Silencio.

-¿Qué pasó?-
-Tuve miedo... -
-¿A qué?-
-A perder mi libertad- entonces Emiliano empezó a hablar, más no con la enfermera, no parecía eso, sino tenía la mirada en un punto alejado del techo como si hablara solo para si mismo.

-Tanto tiempo estuve detrás de ella que cuando aceptó salir conmigo me sentía como un ganador, después, cuando le propuse que fuéramos novios y ella me dio el si sabía que había logrado mi meta; conquistarla, hacerla mía pero, aun cuando había conseguido lo quería, como siempre había sido, me di cuenta de que tenía miedo de perder mi libertad; no soportaba que me cuestionara dónde estaba y con quien, qué estaba haciendo. La tenía sobre mi hombro y pensé que estaba obsesionándose conmigo, pensé que nunca me dejaría en paz, cuando lo que más quería era que nunca se apartara de mí-

-Si pudieras volver con ella ¿Lo harías?-
-No-
-¿Por qué?-
-Porque destruí la confianza que tenía en mí, pero sobre todo, perdí la confianza que tenía en mi mismo; ya no soy el mismo de antes del accidente, es cierto, si antes me sentía seguro, poderoso, ahora no soy nadie, soy nada-
-No lo creo-
-¿Por qué?-
-Eres alguien, tienes un rostro y un nombre, eso te hace único, eso dice que exististe, existes y existirás-
-Pero ¿Qué me queda ahora que lo he perdido todo?-
-Aceptar tus errores, arrepentirte sinceramente de ellos y seguir adelante-

Silencio.

-¿Te arrepientes de la manera en que llevaste tu vida?-
-Si- respondió seriamente... no, pareció como si estuviera en paz consigo mismo.

-¿Te arrepientes de todo lo que provocaste con tu forma de ser, con tu forma de vivir?-
-Si-
-Si pudieras hacer algo por los demás ¿Lo harías sinceramente?-
-Desde luego-
-Si tuvieras frente a ti a tus padres, a Lorena, a tus amigos, parientes, a todo el mundo ¿Qué les dirías?-
-Que lo siento-

La enfermera se levantó de la silla y dándole la espalda llegó hasta la puerta de la habitación.

-Estás curado- dijo volviéndose a Emiliano, él por su parte no entendió en qué sentido lo había dicho.

-No entiendo... -
-Si... te dije que no había nada que hacer con el daño que sufrió tu cuerpo físico, que teníamos que sanar tu cuerpo espiritual, tu alma, pues ya está-
-¿Así nada más?-
-Si, la única manera de sanar tu alma era aceptando tus errores y arrepintiéndote de ellos; estás libre de toda culpa, puedes entrar... - y abrió la puerta; el pasillo estaba iluminado como cualquier otro día, aunque dentro la oscuridad reinaba.

Emiliano dudó, seguía sin entender que pasaba, no entendía que esperaba que hiciera ¿Qué se levantará? No podía hacerlo, estaba inválido, eso lo sabía bien.

-No, no es así- dijo la enfermera como si le leyera el pensamiento.

Emiliano ya no dudó, apartó las sabanas y girando en la cama bajó los pies; aunque el suelo estaba frío agradeció el que lo pudiera sentir. Dio un paso con timidez, con miedo, cuando sintió seguras sus piernas dio otro y otro más, a medida que se acercaba a la puerta su confianza crecía, la idea de que había expiado sus pecados aumentaban su fuerza y vigor.

Llegó con la enfermera quien ya tenía abierta la puerta de par en par, por un momento Emiliano esperó ver a sus padres, a Lorena, a cualquiera... el pasillo estaba desierto.

-¿Qué sucede? ¿Por qué no hay nadie?-
-Aquí solo estamos tú y yo Emiliano, nadie más-
-¿Por qué?-
-Porque así debe ser... se acabo, puedes entrar-

Y Emiliano traspasó la puerta y la luz del pasillo lo envolvió por completo. Lo hizo sonreír, se sintió en paz.







La ambulancia llegó al hospital pero no ya no hubo necesidad de urgencia, los paramédicos que atendieron a Emiliano dieron fe del deceso, aunque comentaron que su expresión era de completa paz.







"El pájaro rompe el cascarón
El cascarón es el mundo
El que quiere nacer tiene que romper un mundo
El pájaro vuela hacia dios
El dios se llama Abraxas"

6/2/15

Otro reflejo


“Dicen que si miras fijamente tu reflejo en el espejo,
verás tu verdadero rostro”










No era una persona que acostumbrara mirarse en los espejos; no era vanidoso, tampoco era que le importara poco su apariencia. No solía mirarse más que lo indispensable, su esposa era todo lo contrario.

La casa donde vivían era de estilo americano, situada en un fraccionamiento lo que permitía que tuviera jardines al frente y un traspatio; parecía una casa salida de alguna serie de televisión norteamericana. El regalo de bodas de los padres de Román. Cuando decidieron la decoración de la recamara, Román no tuvo ningún problema con que su esposa eligiera un closet de tres puertas de aluminio con espejo, daba la sensación de que la recamara era enorme y ella, vanidosa como casi cualquier mujer, se daba el lujo de poder mirarse de cuerpo completo al momento de elegir la ropa para el día a día.

La vida en pareja iba como cualquier otra; ratos buenos, a veces alguna diferencia, había noches que se iban a la cama molestos pero, ya bajo las cobijas encontraban la manera de reconciliarse; a Román le gustaba ver el reflejo de ambos en el espejo mientras hacían el amor, sentía como si viera a otra pareja, y esa sensación de voyerismo los estimulaba bastante al grado de sentirse cómplices de una travesura.

Cuando Román perdió el trabajo en el despacho de arquitectos su esposa le dijo que no se preocupara, que ella lo apoyaba en las buenas y en las malas, pero los meses fueron pasando y la depresión en la que Román cayó al no conseguir trabajo finalmente lo arrastró a la bebida; su esposa lo apoyó hasta el punto en el que ya no pudo más.

La tarde cuando Elena lo abandonó fue lo último que Román pudo soportar.

Por un lado fue una fortuna que no hubieran tenido hijos, ellos habrían sido los más afectados, por desgracia de los dos Román se perdió por completo.

Aún antes de partir Elena habló con él, pidiéndole que hiciera un esfuerzo por salir adelante; Román no la escuchaba, solo escuchaba a su esposa riéndose de él, diciéndole lo inútil que era. Elena atravesó la puerta y jamás miró atrás.

Cuando el poco dinero que tenía se acabó Román empezó a vender lo que Elena le dejó: la televisión, ropa que ya no se ponía, algunas figuras de porcelana, todo lo que pudiera con tal de seguir bebiendo; muchas veces caía dormido en el sillón de la sala, otras tenía la fortuna de llegar a la cama, pero el espacio vacío le recordaban lo que había perdido.

No, no lo perdió, se decía, ella huyó, lo abandonó, pensaba que seguramente había encontrado a otro hombre y, cuando ya no pudo sacarle más dinero lo abandonó, se decía una y otra vez que ella era la culpable de sus desgracias. El alcohol lo mantenía tan alejado de la realidad que se creía sus propias palabras.

Familiares y amigos acudían a él con la esperanza de ayudarlo a salir de ese infierno, muchas veces los corrió con insultos, otras veces, las menos, los escuchaba y algo se agitaba en su interior, algo como el deseo de escapar, de renacer, de huir de ese tormento. Román supo que había tocado fondo cuando se vio obligado a robar para pagar su vicio, por fortuna al ser su primera vez pudo salir bajo caución, esto gracias a que ex compañeros de trabajo pagaron la fianza, y pudo enfrentar su proceso en libertad, aunque fue declarado culpable, pagó una multa así como trabajo en favor de la comunidad, así como someterse a sesiones en Alcohólicos Anónimos. El futuro se veía más claro para Román, después de dejar la bebida.

Pero todos tenemos demonios que, no importa que mucho lo intentemos no logramos exorcizar.

La vida siguió su curso y Román trató de retomar las riendas de ella, buscó y buscó y encontró un trabajo que, aunque no era lo que buscaba le ayudó a salir adelante, la pequeña oficina de contratista no se parecía nada al enorme despacho de arquitectos donde había trabajado antes, pero como siempre y como todos, esperaba encontrar algo mejor después. Incluso trató de rehacer su vida sentimental, pero el fantasma de Elena lo perseguía en cada rostro que veía; subconscientemente pensaba que las demás le pagarían igual que ella. Esa tortura fue minando la poca estabilidad mental que tenía. Después llegó la persecución.

Cada noche se iba a la cama con la sensación de sentirse observado, también cuando se duchaba o se afeitaba, en el ante comedor, la sensación era sutil al principio, como si una mirada se cruzara fugazmente con la suya, a medida que el día avanzaba la sensación desaparecía por el ajetreo mismo hasta el punto de pasar desapercibido.

La primera vez que lo sintió fuerte fue en su recamara, esa que había compartido con su esposa, fue como un jalón psíquico en su nuca, esa misma sensación de sentirse observado lo obligó a sentarse en la cama y mirar alrededor; no, no había nadie, nadie salvo él y su reflejo en los espejos del closet, la luz proveniente del alumbrado público inundaba la habitación a medias, proyectando zonas de luz y sombras en todo el cuarto.

Ver su reflejo provocó que evocara las sesiones de intimidad con la que había sido su esposa, pero la tristeza lo embargaba al verse solo, sin nadie más que él mismo en la habitación.

Tratando de no seguir solo reanudó la tarea de encontrar a alguien con quien compartir sus días y, por qué no, también sus noches.

Su trabajo con el contratista lo obligaba en ocasiones a visitar las obras donde proporcionaban personal, esto le permitía conocer a mucha gente, ejecutivos, obreros y personal administrativo, y en algunas de esas visitas no faltaba la secretaria o recepcionista que le lanzara alguna mirada especial; un intercambio de palabras y los números de teléfono le aseguraban algún encuentro posterior.
También lo intentó en línea, eso le facilitó las cosas en dos o tres citas que terminaron en su cama, pero no pasó de ahí, sin embargo, aún acompañado tenía la misma sensación cuando el ambiente se calmaba, y el esfuerzo de una sesión de sexo cobraba factura.

Algunas lo tacharon de loco al verlo despertar frenético, argumentando que había alguien más en la habitación; cada noche que pasaba, solo o acompañado sentía que  “alguien” estaba ahí.

Ya no podía más, tuvo que recurrir a la ciencia médica en busca de una solución.

El diagnostico fue esquizofrenia, le recetaron antipsicóticos, pero por desgracia su consumo provocó efectos secundarios como la incapacidad para quedarse quieto, esto la mantenía en un constante ir y venir por toda la casa, después empezó a navegar por la red y a comentar sin parar en foros, jugar en línea y, después, a hacer ejercicio.

Alguien llamó a Elena al saber por lo que estaba pasando y tomó la iniciativa de ir a buscarlo, la presencia de Elena en la vida de Román ayudó a que llevará el tratamiento, también ayudó a que la estabilidad regresara poco a poco, aunque Elena se negó a dormir con él, lo visitaba por la tarde, le hacía un poco de comer y lo acompañaba hasta la noche, se despedía con un beso en la mejilla aunque no se iba hasta que se quedaba dormido.

Poco a poco Román empezó a mejorar, la compañía de Elena le dio las esperanzas de que su vida podría volver a ser como antes, salió de casa para ir en su busca antes de que llegara; verla abrazada con un hombre que no conocía acabó con todo lo que había reconstruido.

Con violencia la corrió de la casa, Elena lo enfrentó, le echó en cara que si estaba ahí era por él, pero que eso no significaba que regresaría. Por segunda vez salió por la puerta sin mirar atrás.

Los fármacos, la enfermedad misma y los efectos secundarios, así como lo sucedido con Elena estaban llevándolo de nuevo a la locura; ya no sabía si era la enfermedad o los medicamentos, ya no sabía si se estaba curando o enloqueciendo; ya no sabía nada.

Estúpidamente detuvo el tratamiento, si bien durante este la extraña sensación de sentirse observado y acosado había desaparecido, con haber detenido el tratamiento regresaron con más fuerza, ya no era una simple sensación pasajera, en esos momentos podía jurar que había alguien con él.

Decidido a desenmascarar el misterio que invadía su psique pensó en una solución o, por lo menos, poder obtener la evidencia que necesitaba para demostrar, de una vez por todas que no estaba loco.

A un costado de la ventana de su recamara tenía un pequeño escritorio, sobre este la computadora personal, por la bajó un programa de grabación para poder captar con la cámara web todo lo que sucediera por la noche; justo antes de irse a la cama dejó preparado todo, enfocando la cámara hacía la cama y el closet.

A la mañana siguiente lo primero que hizo al levantarse fue correr hasta la computadora, la cámara seguía grabando así que la detuvo y comenzó a revisar el archivo que se había creado... nada. No había nada en la grabación que le mostrara que alguien había estado con él, ninguna sombra que apareciera de pronto, que surgiera de la pared o por debajo de la cama, los únicos movimientos que captó la cámara fueron los suyos, inquieto bajo las cobijas, y las tres o cuatro veces que se levantó cuando sintió algo. En esas ocasiones tuvo la intención de levantarse y checar la grabación, pero pensó que sería mejor esperar hasta el día siguiente, se sentía desanimado.

Vio la grabación una y otra vez esperando que, en una de esas viera algo que antes no hubiera visto, y si, lo notó; cada que se levantaba miraba hacía el espejo en las puertas del closet, quizá ahí estaba la respuesta.

La siguiente noche antes de acostarse volvió a dejar encendida la cámara, pero en esa ocasión la desmontó de encima del monitor y la jaló lo más que pudo hasta que esta enfocó la cama y el espejo por igual; apoyado con una silla y varios libros y cajas pudo colocarla en mejor posición. No deseaba perder ningún detalle.

La noche pasó justo como las anteriores, levantándose en varias ocasiones y durmiendo otras tantas.

Casi saltó de la cama cuando el día amaneció, con rudeza quitó la cámara de encima de todo lo que había usado y la jaló con fuerza hasta ponerla frente al escritorio, abrió el archivo nuevamente y recorrió la noche rápidamente esperando encontrar eso que tanto buscaba.

Tres veces se levantó de la cama durante la noche, así lo declaraba la grabación, la primera vez puede verse claramente, gracias al filtro de visión nocturna de la cámara que primero abrió los ojos y se volvió violentamente, mirando hacia el espejo... nada.

De la primera a la segunda pasaron dos horas, así lo marcaba el tiempo de grabación, en definitiva estaba dormido, pero algo debió haberlo despertado ya que reaccionó como la primera vez; el espejo le devolvía su reflejo, nada más.

Román se desilusionó más, la idea de que estaba más loco que una cabra comenzaba a hacerse más fuerte. Si su estado se debía al hecho de haber detenido el tratamiento estaba resuelto a reiniciarlo, no había más. Dejó correr la grabación al doble de velocidad solo para constatar de que no había habido nadie con él durante la noche.

En la grabación, antes de que se levantara por tercera vez creyó ver algo. Detuvo el avance y con el mouse regresó algunos minutos, reanudo el archivo a velocidad normal y la silla salió despedida cuando se puso de pie rápidamente.

Antes de que se levantara por tercera vez su reflejo en el espejo lo hizo primero, como si fuera el vampiro de una película de serie B enderezó la espalda hasta quedarse sentado, después, lentamente giró el rostro como si viera a Román en la cama que en ese momento volvía a abrir los ojos; el reflejo volvió a acostarse rápidamente cuando Román apenas se levantaba, y en ese momento el reflejo se movió al mismo tiempo que él.

Román dio varios pasos atrás sin dejar de ver el monitor... no estaba loco pensó, alguien lo observaba, eso o definitivamente estaba loco.

Tenía que contarle a alguien, mostrárselo a alguien, el problema era ¿Quién le creería? ¿En quién podría confiar? Su mente buscaba entre el mundo de personas alguien que lo escucharía. Por estúpido que sonará solo había alguien que lo escucharía, si es que la convencía.

-No puedo creer que me convencieras de regresar, no después de la forma en la que me gritaste- decía Elena al momento de traspasar la puerta de entrada, Román cerró lentamente aguantándose las ganas de reclamarle algo, también tratando de aparentar estar bien; Elena le reprocharía el haber suspendido el tratamiento.

-Sé que me he comportado como un estúpido- dijo frotándose las manos -Pero créeme que te necesito más que nunca-

Elena se plantó a la mitad de la sala, aunque solo era un cuarto semi-vacío, Román había vendido la mayoría de los muebles meses atrás.

-¿Y qué es lo que quieres?- dijo cruzando los brazos, el pantalón de mezclilla y la  playera blanca así como su tono de piel, el peinado de rizos rebeldes, aunado a su figura delgada acentuaba su aspecto juvenil; le daba mucho parecido a Jennifer Beals, actriz que se hizo conocida por la película “Flashdance” en los ochenta, Román por su parte había perdido mucho peso, estaba sin afeitar y el cabello castaño despeinado.

El hombre que Elena se había esforzado por resucitar ya era solo un muerto en vida de alguna película barata.

-Necesito que me escuches-
-¿Escuchar qué?-
-Algo pasa conmigo, sé que ya no soy el mismo-
-¡Y qué lo digas!-
-Por favor... - y pasando de largo dio varias vueltas en el cuarto frotándose las manos; Elena no se movió.

-¿Qué sucede contigo? Un tiempo estás bien y al siguiente eres un loco, sé que estás enfermo, pero eso no es excusa para que me trates de la forma en que lo haces, ya no somos nada Román, entiéndelo, si estoy aquí es porque quiero ayudarte, no porque quiera regresar contigo-
-¡Por favor!- exclamó llevándose las manos a la cabeza; Elena guardó silencio, pero esa reacción la puso en alerta -No sé qué está pasando conmigo, desde hace días... meses, sentía que me observaban, que me perseguían... -
-Si, se llama “culpa”-
-No, no era eso- Elena arqueó la ceja -Si, yo también lo pensé, pensé que era la enfermedad que me hacía ver cosas, pero esta mañana lo comprobé; no Elena, no estoy loco-
-¿Y qué fue, según tú, lo que descubriste?-
-Ven... - dijo extendiendo la mano temblorosa hacía ella; Elena dudó -Por favor, ven conmigo-

Elena volvió a cruzar los brazos y sin decirle nada avanzó dos pasos, Román entendió y dando vuelta se dirigió a la recamara.

Por un instante Elena pensó que se traía algo entre manos, quizá alguna treta para hacerla regresar con él; la recamara volteada de cabeza le dio solo un poco de tranquilidad, no sabía cómo habrían resultado las cosas si lo rechazaba.

Román avanzó hasta la computadora y jalando la silla le indicó a Elena que tomara asiento, no muy convencida se acercó despacio hasta que finalmente se sentó. Román tomó el mouse y dio click en el archivo que tenía abierto.

-Desde que empecé con la enfermedad pensaba que me observaban, así que dejé grabando la cámara por la noche, porque es cuando más tenía esa sensación, ahora sé que había alguien aquí... - y puso la grabación justo en el minuto donde su reflejo se levantaba.

Román esperó mordiéndose las uñas la reacción de Elena... nada.

-¿No lo viste?-
-¿Ver qué Román?-

Molesto regresó al minuto nuevamente.

-¡Ahí! ¡¿Lo viste?!- dijo señalando el monitor, en el momento que su reflejo en el espejo se levantaba.

-No veo nada raro Román; si, te levantas ¿Y eso qué?-
-¡Por Dios, no puedo creer que no lo veas!- y nuevamente regresó el archivo -¡Ahí! En el espejo- volvió a decir señalando en el monitor con el dedo sobre la figura en el espejo.

-No Román, no veo nada-

Más molesto aún se dio vuelta bruscamente alejándose de Elena, esta lo siguió con la mirada hasta que Román se sentó en la cama, dándole la espalda al espejo.

-¿Qué esperabas qué viera?-
-Nada... olvídalo-
-Román, quiero ayudarte, en serio, pero ahí no hay nada... dime... suspendiste el tratamiento ¿Verdad?-
-¡No estoy loco Elena! Hay alguien ahí, yo lo veo ¿Por qué tú no puedes?-
-¡Porque no hay nada ahí Román! Es solo un espejo-
-Vete... - dijo muy bajó.

-¿Qué dijiste?-
-¡Que te largues!- exclamó poniéndose de pie, Elena hizo lo mismo alejándose varios metros de él, Román apretaba los puños fuertemente y la boca estaba deformada por una mueca.

-Román... - dijo levantando las manos, tratando de tranquilizarlo -Si tú dices que hay alguien ahí te creo... -
-Tú no me crees-
-Te creo cuando dices que lo ves, pero yo no veo nada, lo que tenemos que hacer es que te des cuenta de que no es verdad lo que dices ver... -
-¿Y qué propones?-
-Por principio de cuentas vas a reanudar el tratamiento, después de eso veremos si sigues viendo cosas; si es así deberás ir de nuevo al médico ¿Estás de acuerdo?-

Román no le respondió, por un lado le agradaba la idea de regresar a su vieja vida, por otro lado regresar a los medicamentos era una sensación que no quería volver a experimentar, por los efectos secundarios.

Justo en el momento que iba responder el celular de Elena sonó en su bolsillo.

-¿Qué pasó?- respondió Elena al tiempo que le daba la espalda para escuchar, Román volvió a sentarse en la cama tratando de tranquilizarse. La voz de Elena lo obligó a volverse a ella, en ese momento ella lo miraba fijamente a los ojos.

-No amor, no voy a llegar hoy, mi ex esposo tuvo una recaída, voy a pasar la noche con él- y Román bajó la cara avergonzado.

No sabía si era por el hecho de que Elena había decidido pasar la noche con él, si era porque estaba interviniendo en su vida o... por la idea fugaz de estar con ella.

-¡No digas tonterías!- exclamó en el teléfono, Román ya no volteó a verla -¡Claro que no!... ¡Por favor!... mira, no digas que me entiendes, sé que no es así, solo confía en mi ¿De acuerdo?... gracias... pasa por mi mañana temprano, por favor... nueve de la mañana... si... gracias... te amo- y colgó.

-No tienes porque hacer esto... -
-No, pero quiero hacerlo-
-Pero ¿Y él?-
-¿Qué pasa con él?-
-¿No se molestará?-
-Ya lo está- dijo y dejándolo solo fue a prepararse algo de cenar.

Elena llamó al médico que atendió a Román y le explicó la situación, este le indicó la dosis recomendada para reiniciar el tratamiento, después cenaron tranquilamente en la recamara, en silencio. Durante todo ese rato Román pensaba que sucedería a continuación, se sentía como un adolescente nuevamente, avergonzado como la primera vez que estaba solo con una chica.

Finalmente la noche terminó por caer.

-No traje ropa así que tendré que dormir casi sin nada- dijo mientras acomodaba las cobijas. Se quitó la playera.

-¿Vas a dormir aquí?-
-¿Pues qué esperabas? No pienso dejarte solo, pero te aclaro... no intentes nada ¿Me oíste?-

Román ya no le respondió, le dio la espalda y dejó que terminara de desvestirse.

-Si te sientes más tranquilo enciende la cámara, veremos qué pasa mañana- le dijo, Román siguió sin responder, pensaba que no serviría de nada pero aún así lo hizo.

-Cualquier cosa que sientas no dudes en despertarme... juntos resolveremos esto- le dijo en la oscuridad a medias de la recamara, Román murmuró algo como -De acuerdo... gracias-

Elena dormía de frente al espejo, Román del lado contrario, dándole la espalda y, como la noche anterior y la anterior a esa Román se levantó en dos ocasiones, Elena despertó junto con él, preguntándole que pasaba, Román respondió que nada, aunque no dejaba de ver el espejo... su ex esposa sabía que mentía.

La tercera vez Román despertó pero no se levantó, sentía que lo observaban pero no se movió, tenía miedo de mirar y constatar que no había nada, reafirmar que estaba enloqueciendo. La presión era demasiada.

Giró sobre si mismo y lentamente levantó el rostro por encima de Elena, sus ojos se abrieron enormemente al ver en el espejo su reflejo de pie, con las manos sobre el espejo como si estuviera fuera de una ventana. Román saltó de la cama con rapidez cayendo al suelo, lo que hizo que Elena despertara.

-¡¿Qué pasa?!-
-¡Ahí!- exclamó señalado el espejo, Elena volteó y Román se puso de pie.

Román se enfocó en el espejo, vio como su reflejo daba vuelta y se enfilaba a la cama, se subía en ella y sobre Elena a quien golpeó en varias ocasiones, después con sus manos rodeó su cuello apretando con fuerza; bajo él Elena pataleaba tratando de liberarse.

Román volvía a sentirse ese mirón indiscreto, un voyeur, pero la escena no le causaba ninguna excitación, al contrario, estaba aterrorizado, más cuando vio como su reflejo volvía a arremeter contra el rostro ya ensangrentado de Elena.

Finalmente la soltó, Elena ya no daba pelea, aún sobre ella el Román del espejo se volvió hacía el otro que estaba paralizado por el terror. Levantó la mano manchada de sangre y colocó el dedo índice en los labios... sonrió.

La mañana descubrió a Elena sobre la cama con el rostro cubierto de sangre y el cuello amoratado, junto a la cama, llorando, estaba Román, las manos estaban cubiertas de sangre, y tenía una mancha en medio de los labios.