26/2/15

MORALEJA

Constanza era una mujer dañada. Lo que le había dejado la vida eran muchas cicatrices. Después de varios noviazgos difíciles y dos matrimonios fallidos, Constanza lo último que buscaba era tener otro hombre en su vida; otra cicatriz en su corazón, pero también se decía que tenía derecho a ser feliz, por eso aceptó la invitación de Adrián; en realidad no esperaba mucho de él. Adrián era el típico hombre que solo buscaba con quién pasar el rato. No podía negar que le atraía, aún con sus cuarenta y tantos encima gozaba de buen cuerpo. Alguna vez le comentó que había estado en el ejército; los arduos entrenamientos moldearon no solo su figura sino también su mente y sus hábitos. Los días de descanso los ocupaba para correr por las mañanas y a veces un partido de fútbol con la liga del vecindario; buscaba mantenerse siempre en forma, Constanza solo quería sentirse viva otra vez, tal vez sentirse amada; aún con todas las malas experiencias que había tenido era una romántica. A la edad de treinta y ocho años tenía la esperanza de ser feliz.

De Adrián sabía poco, aunque lo que sabía era suficiente para irse con cuidado. Sabía que era divorciado, igual que ella, y que su matrimonio terminó cuando su infidelidad se descubrió, no le gustaba hablar de su familia ya que, según él, no tenía buena relación con ella, y también sabía que pretendía a casi todas en la oficina; como fuera no esperaba mucho de esa relación ¡Vamos! Ni siquiera esperaba que llegaran al altar... quizá solo a la antesala.

La antesala ya llevaba poco más de ocho meses.

Hablaban durante horas, paseaban por las calles tranquilamente y disfrutaban del café sin prisas. Tenían gustos completamente opuestos en cuanto a música, cine y libros, pero eran esas diferencias lo que los enfrascaban en debates y alegres discusiones; le gustaba que la dejara ganar. Constanza llegó a pensar que Adrián buscaba algo serio con ella, aunque no lo decía abiertamente; pensaba que quizá había llegado el momento que sentara cabeza. Ella deseaba que así fuera.

Constanza ya se veía como una esposa nuevamente, con una vida resuelta y una vejez esperanzadora; nada de morir sola, eso la aterraba. Lo que no entendía Constanza es que la felicidad no siempre viene con la unión con otra persona, sino que depende mucho de nosotros mismos, pero ella esperaba que un nuevo matrimonio le trajera la paz y felicidad que siempre había buscado.

La primera vez que se acostó con él fue como redescubrir su sexualidad, su pasión; fue como hacerlo por primera vez... otra vez. El cuarto de hotel no era elegante, la decoración era mínima, típica de esos lugares, pero hubo algo que le gustó; el estar ahí con él. Llegó a imaginar que no era un cuarto de hotel de paso sino la recámara de ambos, ya como marido y mujer. Se mostró tímida, él en cambio cariñoso, nada agresivo y sobre todo paciente; la idea de una relación seria cobraba más fuerza.

Estando juntos llegó un mensaje al celular de Adrián, estaba dormido así que Constanza aprovechó para mirarlo; pensó que sería algo importante. Todo se vino a abajo.

[¿Cómo estás amor?] decía el mensaje, el nombre del contacto solo decía Sarah, sin apellidos.

No dijo nada, pasó la noche despierta pensando una y otra vez de quién podría tratarse... seguramente era otra, no había otra explicación.

No le dijo nada a Adrián, borró el mensaje y como él no lo escuchó no preguntó, aunque con seguridad recibiría otro, y otro; esperaba que cuando sucediera ella estuviera ahí para desenmascararlo.

Los días fueron pasando y ella no dejaba de hacerse ideas en la cabeza, las veces que salía por cuestiones de trabajo o llegaba tarde a las citas lo atribuía a que estaba con la tal Sarah. Tenía que hacer algo. Ya no se sentía como una mujer casada, ya no veía un futuro tranquilo y aquella vejez que esperaba, solo imaginaba los momentos que seguramente pasaba con aquella mujer. Aunque no la había visto se imaginaba como era, podía ver su rostro en su mente como si la conociera. Con seguridad era joven, quizá su piel era clara y tersa, no con las arrugas de una mujer mayor, tal vez no pasaba de los veinticinco años, quizá era alguna becaría o secretaria de la oficina de gobierno donde ambos laboraban; recordaba todos los rostros de los que conocía ahí, buscando quien se ajustara a su perfil, estaba segura de que debía conocerla, quizá la había tenido enfrente y ella jamás lo sospechó. No podría haberlo hecho, jamás, creía en él, en Adrián.

Mentira, seguramente Adrián le hacía regalos caros, la llevaba a comer a los mejores lugares y ella, una vampiresa como cualquiera le sacaba todo el dinero que podía, y lo único que tenía que hacer era abrir las piernas cada que él quería y ya... quizá hasta fingía los orgasmos con tal de tenerlo amarrado y él, hombre como cualquier otro se sentía el macho, sin saber que era manipulado por una mujerzuela, en vez de entregarse en cuerpo y alma a una mujer que había llegado a quererlo, al grado de desear pasar una vida con él. Hasta era posible que la tal Sarah supiera de Constanza y se riera de ella, pensando que solo era un chiste, una broma, quizá ambos se reían.

Se citaban como todos los días en el café de siempre y, aunque todo parecía normal ella estaba alerta a todo lo que pasaba, lo que decía, buscando el momento en que se descubriera y poder reclamarle el que la hubiera engañado.

Nada.

Pasaron tres meses desde que vio el mensaje y Constanza no lograba que Adrián se descubriera. Lo deseaba tanto.

Cuando cumplieron un año de relación lo celebraron con una cena romántica, Adrián llevó a Constanza a un restaurante de comida francesa en la Zona Rosa; Constanza no podía dejar de pensar de que seguramente ahí llevaba a la tal Sarah, pero ni ahí logró que se descubriera; incluso cuando se disculpó para ir al tocador interrogó a uno de los meseros, preguntándole si había visto con anterioridad a su acompañante; aunque la respuesta fue negativa Constanza no estuvo de acuerdo, deseaba que le respondieran que si, que era cliente asiduo y que lo habían visto con otra mujer. La celebración culminó con una visita al hotel de siempre, pero Constanza no tuvo los mismos sentimientos que la primera vez que entró en ese cuarto.

Pero después de la intensa sesión de sexo, mientras ambos reposaban en la cama volvió a sonar el celular de Adrián. Los músculos de Constanza se tensaron; supo que ese era el momento; la prueba de la infidelidad, de los engaños, las llegadas tarde. Era el momento de hablar, de descubrirlo, de echarle en cara todo, pero algo se rompió dentro de ella; su cordura, su sensatez. El recuerdo de todo lo vivido en experiencias pasadas explotó dentro de ella.

Él alargó la mano al buró hasta el teléfono móvil y leyó el mensaje, se enderezó en la cama y torció la boca levemente. Estaba a punto de cerrar el teléfono cuando un golpe seco en la nuca lo tiró de la cama.

Desorientado trató de ver de dónde había venido el golpe, pero antes de poder hacerlo un segundo golpe volvió a derribarlo.

Constanza dio vuelta a la cama con la lámpara del buró en las manos, desnuda, con el rostro desencajado por el coraje, Adrián trató de entender que estaba pasando, trató de que Constanza le explicara que estaba haciendo, pero ella estaba fuera de si, volvió a asestar golpe tras golpe en la cabeza de Adrián pensando en su infidelidad, en sus burlas, en todo lo que ella había construido y que él destruyó por su calentura. Pensaba en la tal Sarah, en su risa, en sus orgasmos fingidos, en los costosos regalos que lucía, en su piel perfecta y ojos juveniles, la mujer demonio; en ese cuarto no había más demonio que Constanza.

Por fin se sintió liberada, de hecho se sentía más viva que nunca, como si lo que había hecho hubiera sido el detonante que le inyectara nueva vida a su sangre. Se preguntaba cómo había sido tan estúpida; se dijo a si misma que no iba a permitir que le viera la cara, ni él ni nadie. Nadie más se burlaría de ella. Ni la tal Sarah, pero también pensaba encargarse de ella, no de la misma manera porque, aun cuando sabía perfectamente lo que había hecho, y que eso no le produjo remordimientos, si buscaría a la tal Sarah, si sabía de ella le reclamaría por ser una zorra, sino entonces la desengañaría, le diría que Adrián era de lo peor y que estaba engañando a las dos.

El teléfono celular cayó algunos metros lejos de la cama, lo recogió pensado responder el mensaje de la tal Sarah. Si, en efecto, el mensaje era de Sarah, cuando lo leyó soltó la lámpara la cual produjo un ruido seco al chocar contra la alfombra.

[Adrián, deja de lado tu orgullo y ven a casa, mi mamá quiere verte, te quiero hermano]

No hay peores tormentas que la que se arma uno en la cabeza ¿O no?

6/2/15

Otro reflejo


“Dicen que si miras fijamente tu reflejo en el espejo,
verás tu verdadero rostro”










No era una persona que acostumbrara mirarse en los espejos; no era vanidoso, tampoco era que le importara poco su apariencia. No solía mirarse más que lo indispensable, su esposa era todo lo contrario.

La casa donde vivían era de estilo americano, situada en un fraccionamiento lo que permitía que tuviera jardines al frente y un traspatio; parecía una casa salida de alguna serie de televisión norteamericana. El regalo de bodas de los padres de Román. Cuando decidieron la decoración de la recamara, Román no tuvo ningún problema con que su esposa eligiera un closet de tres puertas de aluminio con espejo, daba la sensación de que la recamara era enorme y ella, vanidosa como casi cualquier mujer, se daba el lujo de poder mirarse de cuerpo completo al momento de elegir la ropa para el día a día.

La vida en pareja iba como cualquier otra; ratos buenos, a veces alguna diferencia, había noches que se iban a la cama molestos pero, ya bajo las cobijas encontraban la manera de reconciliarse; a Román le gustaba ver el reflejo de ambos en el espejo mientras hacían el amor, sentía como si viera a otra pareja, y esa sensación de voyerismo los estimulaba bastante al grado de sentirse cómplices de una travesura.

Cuando Román perdió el trabajo en el despacho de arquitectos su esposa le dijo que no se preocupara, que ella lo apoyaba en las buenas y en las malas, pero los meses fueron pasando y la depresión en la que Román cayó al no conseguir trabajo finalmente lo arrastró a la bebida; su esposa lo apoyó hasta el punto en el que ya no pudo más.

La tarde cuando Elena lo abandonó fue lo último que Román pudo soportar.

Por un lado fue una fortuna que no hubieran tenido hijos, ellos habrían sido los más afectados, por desgracia de los dos Román se perdió por completo.

Aún antes de partir Elena habló con él, pidiéndole que hiciera un esfuerzo por salir adelante; Román no la escuchaba, solo escuchaba a su esposa riéndose de él, diciéndole lo inútil que era. Elena atravesó la puerta y jamás miró atrás.

Cuando el poco dinero que tenía se acabó Román empezó a vender lo que Elena le dejó: la televisión, ropa que ya no se ponía, algunas figuras de porcelana, todo lo que pudiera con tal de seguir bebiendo; muchas veces caía dormido en el sillón de la sala, otras tenía la fortuna de llegar a la cama, pero el espacio vacío le recordaban lo que había perdido.

No, no lo perdió, se decía, ella huyó, lo abandonó, pensaba que seguramente había encontrado a otro hombre y, cuando ya no pudo sacarle más dinero lo abandonó, se decía una y otra vez que ella era la culpable de sus desgracias. El alcohol lo mantenía tan alejado de la realidad que se creía sus propias palabras.

Familiares y amigos acudían a él con la esperanza de ayudarlo a salir de ese infierno, muchas veces los corrió con insultos, otras veces, las menos, los escuchaba y algo se agitaba en su interior, algo como el deseo de escapar, de renacer, de huir de ese tormento. Román supo que había tocado fondo cuando se vio obligado a robar para pagar su vicio, por fortuna al ser su primera vez pudo salir bajo caución, esto gracias a que ex compañeros de trabajo pagaron la fianza, y pudo enfrentar su proceso en libertad, aunque fue declarado culpable, pagó una multa así como trabajo en favor de la comunidad, así como someterse a sesiones en Alcohólicos Anónimos. El futuro se veía más claro para Román, después de dejar la bebida.

Pero todos tenemos demonios que, no importa que mucho lo intentemos no logramos exorcizar.

La vida siguió su curso y Román trató de retomar las riendas de ella, buscó y buscó y encontró un trabajo que, aunque no era lo que buscaba le ayudó a salir adelante, la pequeña oficina de contratista no se parecía nada al enorme despacho de arquitectos donde había trabajado antes, pero como siempre y como todos, esperaba encontrar algo mejor después. Incluso trató de rehacer su vida sentimental, pero el fantasma de Elena lo perseguía en cada rostro que veía; subconscientemente pensaba que las demás le pagarían igual que ella. Esa tortura fue minando la poca estabilidad mental que tenía. Después llegó la persecución.

Cada noche se iba a la cama con la sensación de sentirse observado, también cuando se duchaba o se afeitaba, en el ante comedor, la sensación era sutil al principio, como si una mirada se cruzara fugazmente con la suya, a medida que el día avanzaba la sensación desaparecía por el ajetreo mismo hasta el punto de pasar desapercibido.

La primera vez que lo sintió fuerte fue en su recamara, esa que había compartido con su esposa, fue como un jalón psíquico en su nuca, esa misma sensación de sentirse observado lo obligó a sentarse en la cama y mirar alrededor; no, no había nadie, nadie salvo él y su reflejo en los espejos del closet, la luz proveniente del alumbrado público inundaba la habitación a medias, proyectando zonas de luz y sombras en todo el cuarto.

Ver su reflejo provocó que evocara las sesiones de intimidad con la que había sido su esposa, pero la tristeza lo embargaba al verse solo, sin nadie más que él mismo en la habitación.

Tratando de no seguir solo reanudó la tarea de encontrar a alguien con quien compartir sus días y, por qué no, también sus noches.

Su trabajo con el contratista lo obligaba en ocasiones a visitar las obras donde proporcionaban personal, esto le permitía conocer a mucha gente, ejecutivos, obreros y personal administrativo, y en algunas de esas visitas no faltaba la secretaria o recepcionista que le lanzara alguna mirada especial; un intercambio de palabras y los números de teléfono le aseguraban algún encuentro posterior.
También lo intentó en línea, eso le facilitó las cosas en dos o tres citas que terminaron en su cama, pero no pasó de ahí, sin embargo, aún acompañado tenía la misma sensación cuando el ambiente se calmaba, y el esfuerzo de una sesión de sexo cobraba factura.

Algunas lo tacharon de loco al verlo despertar frenético, argumentando que había alguien más en la habitación; cada noche que pasaba, solo o acompañado sentía que  “alguien” estaba ahí.

Ya no podía más, tuvo que recurrir a la ciencia médica en busca de una solución.

El diagnostico fue esquizofrenia, le recetaron antipsicóticos, pero por desgracia su consumo provocó efectos secundarios como la incapacidad para quedarse quieto, esto la mantenía en un constante ir y venir por toda la casa, después empezó a navegar por la red y a comentar sin parar en foros, jugar en línea y, después, a hacer ejercicio.

Alguien llamó a Elena al saber por lo que estaba pasando y tomó la iniciativa de ir a buscarlo, la presencia de Elena en la vida de Román ayudó a que llevará el tratamiento, también ayudó a que la estabilidad regresara poco a poco, aunque Elena se negó a dormir con él, lo visitaba por la tarde, le hacía un poco de comer y lo acompañaba hasta la noche, se despedía con un beso en la mejilla aunque no se iba hasta que se quedaba dormido.

Poco a poco Román empezó a mejorar, la compañía de Elena le dio las esperanzas de que su vida podría volver a ser como antes, salió de casa para ir en su busca antes de que llegara; verla abrazada con un hombre que no conocía acabó con todo lo que había reconstruido.

Con violencia la corrió de la casa, Elena lo enfrentó, le echó en cara que si estaba ahí era por él, pero que eso no significaba que regresaría. Por segunda vez salió por la puerta sin mirar atrás.

Los fármacos, la enfermedad misma y los efectos secundarios, así como lo sucedido con Elena estaban llevándolo de nuevo a la locura; ya no sabía si era la enfermedad o los medicamentos, ya no sabía si se estaba curando o enloqueciendo; ya no sabía nada.

Estúpidamente detuvo el tratamiento, si bien durante este la extraña sensación de sentirse observado y acosado había desaparecido, con haber detenido el tratamiento regresaron con más fuerza, ya no era una simple sensación pasajera, en esos momentos podía jurar que había alguien con él.

Decidido a desenmascarar el misterio que invadía su psique pensó en una solución o, por lo menos, poder obtener la evidencia que necesitaba para demostrar, de una vez por todas que no estaba loco.

A un costado de la ventana de su recamara tenía un pequeño escritorio, sobre este la computadora personal, por la bajó un programa de grabación para poder captar con la cámara web todo lo que sucediera por la noche; justo antes de irse a la cama dejó preparado todo, enfocando la cámara hacía la cama y el closet.

A la mañana siguiente lo primero que hizo al levantarse fue correr hasta la computadora, la cámara seguía grabando así que la detuvo y comenzó a revisar el archivo que se había creado... nada. No había nada en la grabación que le mostrara que alguien había estado con él, ninguna sombra que apareciera de pronto, que surgiera de la pared o por debajo de la cama, los únicos movimientos que captó la cámara fueron los suyos, inquieto bajo las cobijas, y las tres o cuatro veces que se levantó cuando sintió algo. En esas ocasiones tuvo la intención de levantarse y checar la grabación, pero pensó que sería mejor esperar hasta el día siguiente, se sentía desanimado.

Vio la grabación una y otra vez esperando que, en una de esas viera algo que antes no hubiera visto, y si, lo notó; cada que se levantaba miraba hacía el espejo en las puertas del closet, quizá ahí estaba la respuesta.

La siguiente noche antes de acostarse volvió a dejar encendida la cámara, pero en esa ocasión la desmontó de encima del monitor y la jaló lo más que pudo hasta que esta enfocó la cama y el espejo por igual; apoyado con una silla y varios libros y cajas pudo colocarla en mejor posición. No deseaba perder ningún detalle.

La noche pasó justo como las anteriores, levantándose en varias ocasiones y durmiendo otras tantas.

Casi saltó de la cama cuando el día amaneció, con rudeza quitó la cámara de encima de todo lo que había usado y la jaló con fuerza hasta ponerla frente al escritorio, abrió el archivo nuevamente y recorrió la noche rápidamente esperando encontrar eso que tanto buscaba.

Tres veces se levantó de la cama durante la noche, así lo declaraba la grabación, la primera vez puede verse claramente, gracias al filtro de visión nocturna de la cámara que primero abrió los ojos y se volvió violentamente, mirando hacia el espejo... nada.

De la primera a la segunda pasaron dos horas, así lo marcaba el tiempo de grabación, en definitiva estaba dormido, pero algo debió haberlo despertado ya que reaccionó como la primera vez; el espejo le devolvía su reflejo, nada más.

Román se desilusionó más, la idea de que estaba más loco que una cabra comenzaba a hacerse más fuerte. Si su estado se debía al hecho de haber detenido el tratamiento estaba resuelto a reiniciarlo, no había más. Dejó correr la grabación al doble de velocidad solo para constatar de que no había habido nadie con él durante la noche.

En la grabación, antes de que se levantara por tercera vez creyó ver algo. Detuvo el avance y con el mouse regresó algunos minutos, reanudo el archivo a velocidad normal y la silla salió despedida cuando se puso de pie rápidamente.

Antes de que se levantara por tercera vez su reflejo en el espejo lo hizo primero, como si fuera el vampiro de una película de serie B enderezó la espalda hasta quedarse sentado, después, lentamente giró el rostro como si viera a Román en la cama que en ese momento volvía a abrir los ojos; el reflejo volvió a acostarse rápidamente cuando Román apenas se levantaba, y en ese momento el reflejo se movió al mismo tiempo que él.

Román dio varios pasos atrás sin dejar de ver el monitor... no estaba loco pensó, alguien lo observaba, eso o definitivamente estaba loco.

Tenía que contarle a alguien, mostrárselo a alguien, el problema era ¿Quién le creería? ¿En quién podría confiar? Su mente buscaba entre el mundo de personas alguien que lo escucharía. Por estúpido que sonará solo había alguien que lo escucharía, si es que la convencía.

-No puedo creer que me convencieras de regresar, no después de la forma en la que me gritaste- decía Elena al momento de traspasar la puerta de entrada, Román cerró lentamente aguantándose las ganas de reclamarle algo, también tratando de aparentar estar bien; Elena le reprocharía el haber suspendido el tratamiento.

-Sé que me he comportado como un estúpido- dijo frotándose las manos -Pero créeme que te necesito más que nunca-

Elena se plantó a la mitad de la sala, aunque solo era un cuarto semi-vacío, Román había vendido la mayoría de los muebles meses atrás.

-¿Y qué es lo que quieres?- dijo cruzando los brazos, el pantalón de mezclilla y la  playera blanca así como su tono de piel, el peinado de rizos rebeldes, aunado a su figura delgada acentuaba su aspecto juvenil; le daba mucho parecido a Jennifer Beals, actriz que se hizo conocida por la película “Flashdance” en los ochenta, Román por su parte había perdido mucho peso, estaba sin afeitar y el cabello castaño despeinado.

El hombre que Elena se había esforzado por resucitar ya era solo un muerto en vida de alguna película barata.

-Necesito que me escuches-
-¿Escuchar qué?-
-Algo pasa conmigo, sé que ya no soy el mismo-
-¡Y qué lo digas!-
-Por favor... - y pasando de largo dio varias vueltas en el cuarto frotándose las manos; Elena no se movió.

-¿Qué sucede contigo? Un tiempo estás bien y al siguiente eres un loco, sé que estás enfermo, pero eso no es excusa para que me trates de la forma en que lo haces, ya no somos nada Román, entiéndelo, si estoy aquí es porque quiero ayudarte, no porque quiera regresar contigo-
-¡Por favor!- exclamó llevándose las manos a la cabeza; Elena guardó silencio, pero esa reacción la puso en alerta -No sé qué está pasando conmigo, desde hace días... meses, sentía que me observaban, que me perseguían... -
-Si, se llama “culpa”-
-No, no era eso- Elena arqueó la ceja -Si, yo también lo pensé, pensé que era la enfermedad que me hacía ver cosas, pero esta mañana lo comprobé; no Elena, no estoy loco-
-¿Y qué fue, según tú, lo que descubriste?-
-Ven... - dijo extendiendo la mano temblorosa hacía ella; Elena dudó -Por favor, ven conmigo-

Elena volvió a cruzar los brazos y sin decirle nada avanzó dos pasos, Román entendió y dando vuelta se dirigió a la recamara.

Por un instante Elena pensó que se traía algo entre manos, quizá alguna treta para hacerla regresar con él; la recamara volteada de cabeza le dio solo un poco de tranquilidad, no sabía cómo habrían resultado las cosas si lo rechazaba.

Román avanzó hasta la computadora y jalando la silla le indicó a Elena que tomara asiento, no muy convencida se acercó despacio hasta que finalmente se sentó. Román tomó el mouse y dio click en el archivo que tenía abierto.

-Desde que empecé con la enfermedad pensaba que me observaban, así que dejé grabando la cámara por la noche, porque es cuando más tenía esa sensación, ahora sé que había alguien aquí... - y puso la grabación justo en el minuto donde su reflejo se levantaba.

Román esperó mordiéndose las uñas la reacción de Elena... nada.

-¿No lo viste?-
-¿Ver qué Román?-

Molesto regresó al minuto nuevamente.

-¡Ahí! ¡¿Lo viste?!- dijo señalando el monitor, en el momento que su reflejo en el espejo se levantaba.

-No veo nada raro Román; si, te levantas ¿Y eso qué?-
-¡Por Dios, no puedo creer que no lo veas!- y nuevamente regresó el archivo -¡Ahí! En el espejo- volvió a decir señalando en el monitor con el dedo sobre la figura en el espejo.

-No Román, no veo nada-

Más molesto aún se dio vuelta bruscamente alejándose de Elena, esta lo siguió con la mirada hasta que Román se sentó en la cama, dándole la espalda al espejo.

-¿Qué esperabas qué viera?-
-Nada... olvídalo-
-Román, quiero ayudarte, en serio, pero ahí no hay nada... dime... suspendiste el tratamiento ¿Verdad?-
-¡No estoy loco Elena! Hay alguien ahí, yo lo veo ¿Por qué tú no puedes?-
-¡Porque no hay nada ahí Román! Es solo un espejo-
-Vete... - dijo muy bajó.

-¿Qué dijiste?-
-¡Que te largues!- exclamó poniéndose de pie, Elena hizo lo mismo alejándose varios metros de él, Román apretaba los puños fuertemente y la boca estaba deformada por una mueca.

-Román... - dijo levantando las manos, tratando de tranquilizarlo -Si tú dices que hay alguien ahí te creo... -
-Tú no me crees-
-Te creo cuando dices que lo ves, pero yo no veo nada, lo que tenemos que hacer es que te des cuenta de que no es verdad lo que dices ver... -
-¿Y qué propones?-
-Por principio de cuentas vas a reanudar el tratamiento, después de eso veremos si sigues viendo cosas; si es así deberás ir de nuevo al médico ¿Estás de acuerdo?-

Román no le respondió, por un lado le agradaba la idea de regresar a su vieja vida, por otro lado regresar a los medicamentos era una sensación que no quería volver a experimentar, por los efectos secundarios.

Justo en el momento que iba responder el celular de Elena sonó en su bolsillo.

-¿Qué pasó?- respondió Elena al tiempo que le daba la espalda para escuchar, Román volvió a sentarse en la cama tratando de tranquilizarse. La voz de Elena lo obligó a volverse a ella, en ese momento ella lo miraba fijamente a los ojos.

-No amor, no voy a llegar hoy, mi ex esposo tuvo una recaída, voy a pasar la noche con él- y Román bajó la cara avergonzado.

No sabía si era por el hecho de que Elena había decidido pasar la noche con él, si era porque estaba interviniendo en su vida o... por la idea fugaz de estar con ella.

-¡No digas tonterías!- exclamó en el teléfono, Román ya no volteó a verla -¡Claro que no!... ¡Por favor!... mira, no digas que me entiendes, sé que no es así, solo confía en mi ¿De acuerdo?... gracias... pasa por mi mañana temprano, por favor... nueve de la mañana... si... gracias... te amo- y colgó.

-No tienes porque hacer esto... -
-No, pero quiero hacerlo-
-Pero ¿Y él?-
-¿Qué pasa con él?-
-¿No se molestará?-
-Ya lo está- dijo y dejándolo solo fue a prepararse algo de cenar.

Elena llamó al médico que atendió a Román y le explicó la situación, este le indicó la dosis recomendada para reiniciar el tratamiento, después cenaron tranquilamente en la recamara, en silencio. Durante todo ese rato Román pensaba que sucedería a continuación, se sentía como un adolescente nuevamente, avergonzado como la primera vez que estaba solo con una chica.

Finalmente la noche terminó por caer.

-No traje ropa así que tendré que dormir casi sin nada- dijo mientras acomodaba las cobijas. Se quitó la playera.

-¿Vas a dormir aquí?-
-¿Pues qué esperabas? No pienso dejarte solo, pero te aclaro... no intentes nada ¿Me oíste?-

Román ya no le respondió, le dio la espalda y dejó que terminara de desvestirse.

-Si te sientes más tranquilo enciende la cámara, veremos qué pasa mañana- le dijo, Román siguió sin responder, pensaba que no serviría de nada pero aún así lo hizo.

-Cualquier cosa que sientas no dudes en despertarme... juntos resolveremos esto- le dijo en la oscuridad a medias de la recamara, Román murmuró algo como -De acuerdo... gracias-

Elena dormía de frente al espejo, Román del lado contrario, dándole la espalda y, como la noche anterior y la anterior a esa Román se levantó en dos ocasiones, Elena despertó junto con él, preguntándole que pasaba, Román respondió que nada, aunque no dejaba de ver el espejo... su ex esposa sabía que mentía.

La tercera vez Román despertó pero no se levantó, sentía que lo observaban pero no se movió, tenía miedo de mirar y constatar que no había nada, reafirmar que estaba enloqueciendo. La presión era demasiada.

Giró sobre si mismo y lentamente levantó el rostro por encima de Elena, sus ojos se abrieron enormemente al ver en el espejo su reflejo de pie, con las manos sobre el espejo como si estuviera fuera de una ventana. Román saltó de la cama con rapidez cayendo al suelo, lo que hizo que Elena despertara.

-¡¿Qué pasa?!-
-¡Ahí!- exclamó señalado el espejo, Elena volteó y Román se puso de pie.

Román se enfocó en el espejo, vio como su reflejo daba vuelta y se enfilaba a la cama, se subía en ella y sobre Elena a quien golpeó en varias ocasiones, después con sus manos rodeó su cuello apretando con fuerza; bajo él Elena pataleaba tratando de liberarse.

Román volvía a sentirse ese mirón indiscreto, un voyeur, pero la escena no le causaba ninguna excitación, al contrario, estaba aterrorizado, más cuando vio como su reflejo volvía a arremeter contra el rostro ya ensangrentado de Elena.

Finalmente la soltó, Elena ya no daba pelea, aún sobre ella el Román del espejo se volvió hacía el otro que estaba paralizado por el terror. Levantó la mano manchada de sangre y colocó el dedo índice en los labios... sonrió.

La mañana descubrió a Elena sobre la cama con el rostro cubierto de sangre y el cuello amoratado, junto a la cama, llorando, estaba Román, las manos estaban cubiertas de sangre, y tenía una mancha en medio de los labios.