24/6/14

Situaciones desesperadas...


En estos momentos quiero hacer llegar un anuncio: debido a la falta de empleo y (obviamente) a la falta de dinero, me veo en la necesidad de, por un lado, impulsar mi novela Misericordia y por el otro, obtener algunos ingresos, por lo tanto les presento esta propuesta.

Pongo a la venta mi novela en formato PDF, la cual incluye (desde luego) el manuscrito completo, portada y contraportada así como un extra: a cada persona que solicite una copia (o las que gusten) se le adjuntara una dedicatoria escaneada de mi puño y letra (una por cada copia y dedicada a quien ustedes deseen) el precio de venta es de $100.00, los datos de deposito se informaran via e-mail (vazqcarlos3329@hotmail.com) y llegaría directamente al mail que se indique. Adquirirla impresa derivaría de un precio diferente así como también la cuestión de la entrega, la cual sería personal, a domicilio y restringido al Distrito Federal y Área Metropolitana.

Ojala puedan ayudarme, ya sea adquiriéndola o compartiendo esta información; de antemano y como siempre, gracias.

21/6/14

Veintiséis de septiembre

Todo fue normal, tan normal como pudo ser. Amigos, familiares cercanos y lejanos poco a poco fueron llegando; todos los que tuvieron que estar llegaron. La mayoría con sus caras largas, alguna lágrima discreta, una opresión en el pecho. Los primos pequeños y los hijos de algunos amigos se inquietaron rápidamente, entonces se volvieron insoportables y no era para menos; un velorio no es lugar para un niño.

Mariana, a sus veinte años miraba a toda la gente pasar frente a ella, aun así parecía que no reconocía a nadie, como si la trágica muerte de sus padres aún la tuviera en shock. Hija única de un padre trabajador pero ausente, hija de una madre preocupada por la telenovela, los chismes de los famosos y de la vecina de la cuadra, no había más.

Muchos se acercaron a Mariana brindándole apoyo, consuelo, ayuda; con media sonrisa agradeció las atenciones, con la otra mitad las rechazó. El hermano de su padre, su tío Manuel, le ayudó con todo lo referente a los trámites para recuperar los cuerpos; las calles son peligrosas y más cuando se combinan el alcohol y la velocidad... no, su padre no tomaba, el conductor del otro auto, un joven de la misma edad de Mariana si. Los tres tuvieron el mismo final.

El tío Manuel estaba al tanto del seguro de vida que su hermano había adquirido para proteger a su familia, y ella fue la beneficiaría. Cincuenta mil no la hacían una mujer rica pero sin duda le ayudarían a sobrevivir, eso y el trabajo que tenía en la estética. Y las cosas marcharon bien... tan bien como pudieron ir.

Después del entierro Mariana regresó a su vida normal, su trabajo, sus amigos y una casa vacía; no se había percatado de que tan grande era su casa hasta que se quedó sola.

No tenía idea de cuánto extrañaba a sus padres, y no admitiría ante alguien que los quería, que siempre los quiso y que daría todo lo que tenía con tal de poder decírselos.

Su familia no era mala, no fueron malos padres y ella no fue una mala hija; tenía un carácter duro, fuerte, lo que la mantenía en discusiones con su madre cuando le ponía atención, cuando no acataba las reglas de la casa. Deserción escolar, fiestas, a veces malas compañías eran los temas en la mesa; Mariana no recordaba cuando fue la ultima vez que le dijo a su madre que la quería, cuándo le dijo a su padre que lo admiraba, él siempre fue la imagen de la obediencia y la rectitud, la figura de autoridad; él siempre fue el enemigo.

La primera Navidad que pasó sola no distó de otras que recordaba, salió con amigos a cenar y divertirse y llegó a casa de madrugada, sola y con algunas copas encima; despertó muy tarde con resaca, no le dolió tanto haber despertado sola. Para Fin de Año la situación fue diferente.

Acostumbrada a ser la única celebración que compartía con sus padres, el descubrir que estaba sola, que ninguna amiga le llamó para que pasara la fiesta en su casa, que ningún amigo o algo parecido decidera quedarse con ella es noche le caló hondo. Fue la primera vez en que verdaderamente se sintió sola. Después de eso la vida siguió normal, tan normal como debía ser.

Soportó el catorce de febrero, el diez de mayo sin problemas y el dia del Padre, ninguna de esas celebraciones tenían eco en su memoria; sin embargo, había una fecha en su calendario que nadie más tenía marcada.

Veintiséis de septiembre, el primer aniversario de la muerte de sus padres.

Mariana no se lo dijo a nadie pero, como dicen, lo recordaba como si hubiera sido el día anterior, la fecha estaba más que próxima y no había nada que pudiera evitarlo; Mariana no sabía que esperar de ese día.

Recordaba que fue sábado, que por la mañana había discutido con su madre por haber regresado de madrugada de una fiesta... otra vez. Su padre descansaba de una semana pesada de trabajo como funcionario de una oficina gubernamental, no tenía un puesto importante, esperaba algo grande algún día, su padre se unió al regaño.

Después de la discusión Mariana se encerró en su cuarto, era casi medio día, recuerda que su madre, aún después de la discusión la invitó a que los acompañara al súper; ni siquiera respondió. Mariana se levantó de la cama justo a tiempo para verlos irse en el auto familiar, fue la última vez que los vio. Apenas dieron vuelta Mariana regresó a la cama cubriéndose la cabeza con la almohada, al mismo tiempo en la esquina el otro auto se impactaba de frente en el auto de sus padres, cuando invadió el carril contrario, Mariana escuchó los frenos de ambos autos y el aparatoso golpe, algo en su corazón le dijo que saliera de casa y corriera calle abajo, pero se negó a seguir los impulsos, estaba tan enojada con sus padres pero no pensó que hubieran sido ellos; afortunadamente no lo hizo, la escena que hubiera visto se habría quedado grabada en su memoria.

La fiesta de la noche anterior, los excesos y el regaño de sus padres provocaron que cayera en un sueño profundo, ni siquiera los fuertes golpes de los vecinos lograron despertarla, fue mejor así. Dos horas más tarde el repique insistente del teléfono logró lo que los golpes en la puerta no pudieron; era el tío Manuel.

La noche del día veinticinco se fue a la cama recordando ese evento, un evento que uno suele ver en las noticias y nada más, pensando que a uno jamás le ocurrirá; las llamadas de apoyo de familiares y amigos ayudaron a que lo tuviera muy presente. No era que lo hubiera olvidado, pero parecía que todo el universo conspiró para que no lo olvidara, justo el dia en que no deseaba recordarlo.

Mariana despertó el dia veintiséis con dolor de cabeza, como si hubiera bebido durante la noche, también tenía un ligero sabor a cigarro en los labios lo que le provocó náuseas; era casi medio día.

No entendía porqué se sentía así, pero el ruido proveniente de abajo desvió su atención; había alguien en la cocina.

Con temor salió de su cuarto, lo mejor que podía ser era que alguna tía o vecina, alguna amiga había ido a buscarla para estar con ella en esa fecha, lo peor que hubieran entrado a robar; si solo fuera eso no habría gran problema, que se llevaran lo que quisieran, lo peor sería que intentaran atentar contra ella.

En efecto alguien estaba en la cocina, pero más que robando parecía que se encargaba de recoger el tiradero que tenía, la idea de que era alguien conocido cobraba más fuerza. Entró en la cocina y si, efectivamente era alguien conocido, más no alguien que esperaria encontrar.

-¿M-mamá?-
-¡Vaya! Hasta que te levantas, mira nada más que horas son-
-P-pero... -
-¿Qué tienes?-
-Es que tú... y papá... -
-¿Yo qué?- escuchó detrás de ella, al volverse encontró a su padre ya vestido, listo para salir.

-No puede ser... -
-¿Qué? ¿Pensaste que no nos encontrarías?-
-No... no es eso... -
-Estás muy rara Mariana ¿Qué tienes? No me salgas ahora con que consumes drogas... -
-¡No mamá!-
-Bueno, con eso de que te la pasas de fiesta en fiesta no me extrañaría... como ayer, a ver ¿A qué hora llegaste?-
-Mamá... -
-¡Tres de la mañana Mariana, tres! ¿Te parece bien eso?-
-Mamá dejame explicarte-
-¿Qué me vas a explicar? ¿Qué de haber podido no habrías llegado?-
-¡No es eso mamá, deja que te explique-
-Es que ya no soporto esta situación Mariana- en el rostro de la mujer se podían apreciar varios sentimiento; indignación, desilusión, impotencia, enojo. Varios, muchos y ninguno a la vez. El padre de familia observaba la escena a la distancia, listo para intervenir cuando fuera necesario.

-Lo que pasa mamá es que ustedes... -
-¿Qué? ¿No estamos en "onda"? Eso es lo que te han dicho tus amiguitas ¿No? La tal Lucia y esa otra chiquilla... se me olvida su nombre... .
-Karla... -
-¡Si! Karla; Karla y la otra nomas te están metiendo ideas en la cabeza, desde que estaban en la escuela ¿No fueron ellas las que te aconsejaron que dejaras de estudiar?-
-¡No mamá! Esa fue decisión mía-
-Ay Mariana si bien que las defiendes, por algo son amigas-
-No las defiendo mamá, solo digo las cosas como son- Mariana no se dio cuenta el momento en que se vio envuelta en la misma discusión de un año atrás.

-Pues creo que deberías dejar de ver a esas amigas tuyas- interrumpió el padre de familia, Mariana respondió con algo como Tú también y regresó a su cuarto molesta.

Volvió a recostarse en la cama y volvió a escuchar a su madre, minutos después, preguntándole si quería acompañarlos al súper; no volvió a responderles. Apenas escuchó el ruido del motor algo se encendió en su mente; bajó corriendo las escaleras y salió rápidamente a la calle; el asfalto estaba caliente, aunque iba descalza no lo notó. Mariana nunca antes había sentido un golpe en el pecho como el que sintió cuando vio como el auto de sus padres se hacía pedazos. Recordaba el sonido que provocaron los frenos, el ruido se quedó grabado en su memoria como si hubiera sido por un hierro ardiente. Perdió el conocimiento a la mitad de la calle.

Despertó en su cama con dolor de cabeza... otra vez, pensó que había tenido una pesadilla, pero el ligero sabor a cigarro en los labios le dijo que algo estaba mal. Era casi medio día y los ruidos en la cocina volvieron a ponerla alerta.

Bajó las escaleras con largas zancadas, no se detuvo a pensar que podían haberse metido en su casa a robar, tampoco pensó en algún vecino, amigo o familiar; tenía una idea de quien se trataba.

-¿M-mamá?-
-¡Vaya! Hasta que te levantas, mira nada más que horas son-
-P-pero... ¿Otra vez?-
-¿Qué tienes?-
-Es que tú... y papá... -
-¿Yo qué?- volvió a escuchar detrás de ella, al volverse encontró nuevamente su padre ya vestido.

-No puede ser... -
-¿Qué? ¿Pensaste que no nos encontrarías?-
-No... no es eso... es que... está ocurriendo otra vez-
-Estás muy rara Mariana ¿Qué tienes? No me salgas ahora con que consumes drogas... -
-¡No mamá, no empieces otra vez!-
-Bueno, con eso de que te la pasas de fiesta en fiesta no me extrañaría... como ayer, a ver ¿A qué hora llegaste?-
-Mamá... escúchame... -
-¡Tres de la mañana Mariana, tres! ¿Te parece bien eso?-
-Mamá dejame explicarte-
-¿Qué me vas a explicar? ¿Qué de haber podido no habrías llegado?-
-¡No es eso mamá, deja que te explique-
-Es que ya no soporto esta situación Mariana-
-Por favor mamá escúchame... -
-¿Qué Mariana? ¿Qué me vas a decir? ¿Qué no estamos en "onda"? Eso es lo que te han dicho tus amiguitas ¿No? La tal Lucia y esa otra chiquilla... se me olvida su nombre... .
-Ellas nada tuvieron que ver en eso... -
-¡Karla! Si, Karla y la tal Lucia te están metiendo ideas en la cabeza, y no ahora, desde que estaban en la escuela ¿No fueron ellas las que te aconsejaron que dejaras de estudiar?-
-¡Ya basta mamá!-
-Y ahora por ellas me gritas, bien que las defiendes, por algo son amigas ¿Ya ves cómo se pone?- le preguntó a su esposo, este se levantó del sillón pero antes de que abriera la boca Mariana lo detuvo.

-No digas nada, ya lo sé, que debería dejar de verlas- y sin decir nada más regresó a su cuarto.

Volvió a recostarse en la cama y de nuevo escuchó a su madre preguntándole si quería acompañarlos al súper; nuevamente algo se encendió en su mente y reaccionó.

-¡Voy!-

Sabía lo que sucedería, hizo el tiempo suficiente para que aquel chico pasara de largo, eso era lo que tenía que hacer; la vida le daba una segunda oportunidad... por segunda vez, no iba a desaprovecharla.

Bajó cambiada pero aún molesta, no importaba, sus padres no la escuchaban y quizá era mejor así; les salvaría la vida y eso sería suficiente; no tenían que saber los detalles.

Lo que Mariana no sabía era que la historia no puede cambiarse.

Antes de que todo se pusiera negro Mariana vio, escuchó y sintió lo mismo que sus padres; el auto del chico saliendo de pronto, el impacto y ese rechinido de llantas que tan bien grabado tenía.

Despertó de nuevo en su cama con dolor de cabeza, ya no pensó que había tenido una pesadilla; otra vez el ligero sabor a cigarro en los labios, no le importó. Era casi medio día y los ruidos en la cocina hicieron que entendiera.

Bajó las escaleras con largas zancadas, no se detuvo ni un instante.

-Mamá-
-¡Vaya! Hasta que te levantas, mira nada más que... - no la dejó terminar, se arrojó a su cuello abrazándola con fuerza, colocando varios besos en sus mejillas.

-¿Qué tienes? Estás muy rara Mariana ¿Estás consumiendo drogas... ?-
-No mamá- respondió ya con lágrimas -Solo quiero decirte que... te quiero mucho-

Por un momento su madre no supo como reaccionar; sus rasgos siempre duros se suavizaron lentamente, una sonrisa apareció al mismo tiempo que acariciaba las mejillas de su hija.

-Yo también te quiero hija-
-¿Qué pasa?- preguntó el padre de familia cuando apareció en la cocina, madre e hija se miraron un segundo y sonrieron.

Mariana se apartó de su madre y llegó hasta su padre a quien abrazó de igual manera, cubriéndolo de besos.

-Te quiero papá- primero no entendió, después reaccionó igual que su esposa.

-Yo también hija, yo también- respondió palmeándole la espalda.

Mariana convivió con sus padres unos minutos hasta que el padre de familia sentenció que había que ir al súper; ambos le pidieron a Mariana que los acompañara pero se negó, los acompañó hasta la puerta y apenas su padre encendió el motor Mariana cerró la puerta.


Recargando la espalda contra la puerta fue resbalando hasta quedar sentada en el suelo, llorando; se cubrió los oídos para no escuchar el sonido que harían las llantas cuando su padre pisara con fuerza los frenos, aunque era un sonido que jamás olvidaría, como nunca olvidaría que tuvo la oportunidad de decirle a sus padres -Los quiero-