Todo fue normal, tan
normal como pudo ser. Amigos, familiares cercanos y lejanos poco a poco fueron
llegando; todos los que tuvieron que estar llegaron. La mayoría con sus caras
largas, alguna lágrima discreta, una opresión en el pecho. Los primos pequeños
y los hijos de algunos amigos se inquietaron rápidamente, entonces se volvieron
insoportables y no era para menos; un velorio no es lugar para un niño.
Mariana, a sus veinte
años miraba a toda la gente pasar frente a ella, aun así parecía que no
reconocía a nadie, como si la trágica muerte de sus padres aún la tuviera en
shock. Hija única de un padre trabajador pero ausente, hija de una madre
preocupada por la telenovela, los chismes de los famosos y de la vecina de la
cuadra, no había más.
Muchos se acercaron a
Mariana brindándole apoyo, consuelo, ayuda; con media sonrisa agradeció las
atenciones, con la otra mitad las rechazó. El hermano de su padre, su tío
Manuel, le ayudó con todo lo referente a los trámites para recuperar los
cuerpos; las calles son peligrosas y más cuando se combinan el alcohol y la
velocidad... no, su padre no tomaba, el conductor del otro auto, un joven de la
misma edad de Mariana si. Los tres tuvieron el mismo final.
El tío Manuel estaba al
tanto del seguro de vida que su hermano había adquirido para proteger a su
familia, y ella fue la beneficiaría. Cincuenta mil no la hacían una mujer rica
pero sin duda le ayudarían a sobrevivir, eso y el trabajo que tenía en la
estética. Y las cosas marcharon bien... tan bien como pudieron ir.
Después del entierro
Mariana regresó a su vida normal, su trabajo, sus amigos y una casa vacía; no
se había percatado de que tan grande era su casa hasta que se quedó sola.
No tenía idea de cuánto
extrañaba a sus padres, y no admitiría ante alguien que los quería, que siempre
los quiso y que daría todo lo que tenía con tal de poder decírselos.
Su familia no era mala,
no fueron malos padres y ella no fue una mala hija; tenía un carácter duro,
fuerte, lo que la mantenía en discusiones con su madre cuando le ponía
atención, cuando no acataba las reglas de la casa. Deserción escolar, fiestas,
a veces malas compañías eran los temas en la mesa; Mariana no recordaba cuando
fue la ultima vez que le dijo a su madre que la quería, cuándo le dijo a su
padre que lo admiraba, él siempre fue la imagen de la obediencia y la rectitud,
la figura de autoridad; él siempre fue el enemigo.
La primera Navidad que
pasó sola no distó de otras que recordaba, salió con amigos a cenar y
divertirse y llegó a casa de madrugada, sola y con algunas copas encima;
despertó muy tarde con resaca, no le dolió tanto haber despertado sola. Para
Fin de Año la situación fue diferente.
Acostumbrada a ser la
única celebración que compartía con sus padres, el descubrir que estaba sola,
que ninguna amiga le llamó para que pasara la fiesta en su casa, que ningún
amigo o algo parecido decidera quedarse con ella es noche le caló hondo. Fue la
primera vez en que verdaderamente se sintió sola. Después de eso la vida siguió
normal, tan normal como debía ser.
Soportó el catorce de
febrero, el diez de mayo sin problemas y el dia del Padre, ninguna de esas
celebraciones tenían eco en su memoria; sin embargo, había una fecha en su
calendario que nadie más tenía marcada.
Veintiséis de
septiembre, el primer aniversario de la muerte de sus padres.
Mariana no se lo dijo a
nadie pero, como dicen, lo recordaba como si hubiera sido el día anterior, la
fecha estaba más que próxima y no había nada que pudiera evitarlo; Mariana no
sabía que esperar de ese día.
Recordaba que fue
sábado, que por la mañana había discutido con su madre por haber regresado de
madrugada de una fiesta... otra vez. Su padre descansaba de una semana pesada
de trabajo como funcionario de una oficina gubernamental, no tenía un puesto
importante, esperaba algo grande algún día, su padre se unió al regaño.
Después de la discusión
Mariana se encerró en su cuarto, era casi medio día, recuerda que su madre, aún
después de la discusión la invitó a que los acompañara al súper; ni siquiera
respondió. Mariana se levantó de la cama justo a tiempo para verlos irse en el
auto familiar, fue la última vez que los vio. Apenas dieron vuelta Mariana
regresó a la cama cubriéndose la cabeza con la almohada, al mismo tiempo en la
esquina el otro auto se impactaba de frente en el auto de sus padres, cuando
invadió el carril contrario, Mariana escuchó los frenos de ambos autos y el
aparatoso golpe, algo en su corazón le dijo que saliera de casa y corriera
calle abajo, pero se negó a seguir los impulsos, estaba tan enojada con sus
padres pero no pensó que hubieran sido ellos; afortunadamente no lo hizo, la
escena que hubiera visto se habría quedado grabada en su memoria.
La fiesta de la noche
anterior, los excesos y el regaño de sus padres provocaron que cayera en un sueño
profundo, ni siquiera los fuertes golpes de los vecinos lograron despertarla,
fue mejor así. Dos horas más tarde el repique insistente del teléfono logró lo
que los golpes en la puerta no pudieron; era el tío Manuel.
La noche del día
veinticinco se fue a la cama recordando ese evento, un evento que uno suele ver
en las noticias y nada más, pensando que a uno jamás le ocurrirá; las llamadas
de apoyo de familiares y amigos ayudaron a que lo tuviera muy presente. No era
que lo hubiera olvidado, pero parecía que todo el universo conspiró para que no
lo olvidara, justo el dia en que no deseaba recordarlo.
Mariana despertó el dia
veintiséis con dolor de cabeza, como si hubiera bebido durante la noche,
también tenía un ligero sabor a cigarro en los labios lo que le provocó
náuseas; era casi medio día.
No entendía porqué se
sentía así, pero el ruido proveniente de abajo desvió su atención; había
alguien en la cocina.
Con temor salió de su
cuarto, lo mejor que podía ser era que alguna tía o vecina, alguna amiga había
ido a buscarla para estar con ella en esa fecha, lo peor que hubieran entrado a
robar; si solo fuera eso no habría gran problema, que se llevaran lo que
quisieran, lo peor sería que intentaran atentar contra ella.
En efecto alguien estaba
en la cocina, pero más que robando parecía que se encargaba de recoger el
tiradero que tenía, la idea de que era alguien conocido cobraba más fuerza.
Entró en la cocina y si, efectivamente era alguien conocido, más no alguien que
esperaria encontrar.
-¿M-mamá?-
-¡Vaya! Hasta que te
levantas, mira nada más que horas son-
-P-pero... -
-¿Qué tienes?-
-Es que tú... y papá...
-
-¿Yo qué?- escuchó
detrás de ella, al volverse encontró a su padre ya vestido, listo para salir.
-No puede ser... -
-¿Qué? ¿Pensaste que no
nos encontrarías?-
-No... no es eso... -
-Estás muy rara Mariana
¿Qué tienes? No me salgas ahora con que consumes drogas... -
-¡No mamá!-
-Bueno, con eso de que
te la pasas de fiesta en fiesta no me extrañaría... como ayer, a ver ¿A qué
hora llegaste?-
-Mamá... -
-¡Tres de la mañana
Mariana, tres! ¿Te parece bien eso?-
-Mamá dejame explicarte-
-¿Qué me vas a explicar?
¿Qué de haber podido no habrías llegado?-
-¡No es eso mamá, deja
que te explique-
-Es que ya no soporto
esta situación Mariana- en el rostro de la mujer se podían apreciar varios
sentimiento; indignación, desilusión, impotencia, enojo. Varios, muchos y
ninguno a la vez. El padre de familia observaba la escena a la distancia, listo
para intervenir cuando fuera necesario.
-Lo que pasa mamá es que
ustedes... -
-¿Qué? ¿No estamos en
"onda"? Eso es lo que te
han dicho tus amiguitas ¿No? La tal Lucia y esa otra chiquilla... se me olvida
su nombre... .
-Karla... -
-¡Si! Karla; Karla y la
otra nomas te están metiendo ideas en la cabeza, desde que estaban en la
escuela ¿No fueron ellas las que te aconsejaron que dejaras de estudiar?-
-¡No mamá! Esa fue
decisión mía-
-Ay Mariana si bien que
las defiendes, por algo son amigas-
-No las defiendo mamá,
solo digo las cosas como son- Mariana no se dio cuenta el momento en que se vio
envuelta en la misma discusión de un año atrás.
-Pues creo que deberías
dejar de ver a esas amigas tuyas- interrumpió el padre de familia, Mariana respondió
con algo como Tú también y regresó a
su cuarto molesta.
Volvió a recostarse en
la cama y volvió a escuchar a su madre, minutos después, preguntándole si
quería acompañarlos al súper; no volvió a responderles. Apenas escuchó el ruido
del motor algo se encendió en su mente; bajó corriendo las escaleras y salió
rápidamente a la calle; el asfalto estaba caliente, aunque iba descalza no lo
notó. Mariana nunca antes había sentido un golpe en el pecho como el que sintió
cuando vio como el auto de sus padres se hacía pedazos. Recordaba el sonido que
provocaron los frenos, el ruido se quedó grabado en su memoria como si hubiera
sido por un hierro ardiente. Perdió el conocimiento a la mitad de la calle.
Despertó en su cama con
dolor de cabeza... otra vez, pensó que había tenido una pesadilla, pero el
ligero sabor a cigarro en los labios le dijo que algo estaba mal. Era casi
medio día y los ruidos en la cocina volvieron a ponerla alerta.
Bajó las escaleras con
largas zancadas, no se detuvo a pensar que podían haberse metido en su casa a
robar, tampoco pensó en algún vecino, amigo o familiar; tenía una idea de quien
se trataba.
-¿M-mamá?-
-¡Vaya! Hasta que te
levantas, mira nada más que horas son-
-P-pero... ¿Otra vez?-
-¿Qué tienes?-
-Es que tú... y papá...
-
-¿Yo qué?- volvió a
escuchar detrás de ella, al volverse encontró nuevamente su padre ya vestido.
-No puede ser... -
-¿Qué? ¿Pensaste que no
nos encontrarías?-
-No... no es eso... es
que... está ocurriendo otra vez-
-Estás muy rara Mariana
¿Qué tienes? No me salgas ahora con que consumes drogas... -
-¡No mamá, no empieces
otra vez!-
-Bueno, con eso de que
te la pasas de fiesta en fiesta no me extrañaría... como ayer, a ver ¿A qué
hora llegaste?-
-Mamá... escúchame... -
-¡Tres de la mañana
Mariana, tres! ¿Te parece bien eso?-
-Mamá dejame explicarte-
-¿Qué me vas a explicar?
¿Qué de haber podido no habrías llegado?-
-¡No es eso mamá, deja
que te explique-
-Es que ya no soporto
esta situación Mariana-
-Por favor mamá escúchame...
-
-¿Qué Mariana? ¿Qué me
vas a decir? ¿Qué no estamos en "onda"?
Eso es lo que te han dicho tus amiguitas ¿No? La tal Lucia y esa otra
chiquilla... se me olvida su nombre... .
-Ellas nada tuvieron que
ver en eso... -
-¡Karla! Si, Karla y la
tal Lucia te están metiendo ideas en la cabeza, y no ahora, desde que estaban
en la escuela ¿No fueron ellas las que te aconsejaron que dejaras de estudiar?-
-¡Ya basta mamá!-
-Y ahora por ellas me
gritas, bien que las defiendes, por algo son amigas ¿Ya ves cómo se pone?- le
preguntó a su esposo, este se levantó del sillón pero antes de que abriera la
boca Mariana lo detuvo.
-No digas nada, ya lo
sé, que debería dejar de verlas- y sin decir nada más regresó a su cuarto.
Volvió a recostarse en
la cama y de nuevo escuchó a su madre preguntándole si quería acompañarlos al
súper; nuevamente algo se encendió en su mente y reaccionó.
-¡Voy!-
Sabía lo que sucedería,
hizo el tiempo suficiente para que aquel chico pasara de largo, eso era lo que
tenía que hacer; la vida le daba una segunda oportunidad... por segunda vez, no
iba a desaprovecharla.
Bajó cambiada pero aún
molesta, no importaba, sus padres no la escuchaban y quizá era mejor así; les
salvaría la vida y eso sería suficiente; no tenían que saber los detalles.
Lo que Mariana no sabía
era que la historia no puede cambiarse.
Antes de que todo se
pusiera negro Mariana vio, escuchó y sintió lo mismo que sus padres; el auto
del chico saliendo de pronto, el impacto y ese rechinido de llantas que tan
bien grabado tenía.
Despertó de nuevo en su
cama con dolor de cabeza, ya no pensó que había tenido una pesadilla; otra vez
el ligero sabor a cigarro en los labios, no le importó. Era casi medio día y
los ruidos en la cocina hicieron que entendiera.
Bajó las escaleras con
largas zancadas, no se detuvo ni un instante.
-Mamá-
-¡Vaya! Hasta que te
levantas, mira nada más que... - no la dejó terminar, se arrojó a su cuello
abrazándola con fuerza, colocando varios besos en sus mejillas.
-¿Qué tienes? Estás muy
rara Mariana ¿Estás consumiendo drogas... ?-
-No mamá- respondió ya
con lágrimas -Solo quiero decirte que... te quiero mucho-
Por un momento su madre
no supo como reaccionar; sus rasgos siempre duros se suavizaron lentamente, una
sonrisa apareció al mismo tiempo que acariciaba las mejillas de su hija.
-Yo también te quiero
hija-
-¿Qué pasa?- preguntó el
padre de familia cuando apareció en la cocina, madre e hija se miraron un
segundo y sonrieron.
Mariana se apartó de su
madre y llegó hasta su padre a quien abrazó de igual manera, cubriéndolo de
besos.
-Te quiero papá- primero no entendió, después reaccionó igual que su esposa.
-Yo también hija, yo
también- respondió palmeándole la espalda.
Mariana convivió con sus
padres unos minutos hasta que el padre de familia sentenció que había que ir al
súper; ambos le pidieron a Mariana que los acompañara pero se negó, los
acompañó hasta la puerta y apenas su padre encendió el motor Mariana cerró la
puerta.
Recargando la espalda
contra la puerta fue resbalando hasta quedar sentada en el suelo, llorando; se
cubrió los oídos para no escuchar el sonido que harían las llantas cuando su
padre pisara con fuerza los frenos, aunque era un sonido que jamás olvidaría,
como nunca olvidaría que tuvo la oportunidad de decirle a sus padres -Los
quiero-