-¿De qué te
arrepientes?-
-De nada- respondió él
-Y de todo-
-¿Cómo puedes
arrepentirte de todo y nada?- insistió ella -Eso es contradictorio- la anciana apenas
podía distinguir los rasgos de él, pero eso no evitaba que lo mirara con la
misma ternura de siempre... o el mismo enfado.
-Me arrepiento de no
haber tomar más riesgos- respondió mirando un punto alejado del techo, la noche
hacia poco que había caído -Pero no me arrepiento de los riesgos que tomé;
cometí errores pero de todos ellos aprendí.
Me arrepiento de no
haber bailado más, no haber reído más, no besar, no amar más, pero reí a más no
poder, bailé sin importarme que no supiera bailar; amé y besé a quien quise y a
quien amo, de eso no me arrepiento.
Me arrepiento no haberte
conocido antes, tal vez si te hubiera conocido antes no habría sufrido y
llorado antes tanto, pero no me arrepiento del día que te conocí, porque
descubrí el amor verdadero; me arrepiento no haberte amado como tú te mereces
ser amada, pero no del cómo te amé, porque te amé como solo yo sé amar: de
verdad, con el corazón, puse mi alma y mi espíritu en ser feliz y hacerte
feliz. Me arrepiento de no haber podido darte todo lo que te merecías, pero mi
conciencia tranquila me dice que hice todo lo que pude, para darte lo que te
mereces.
Me arrepiento de mis
excesos, de mis mentiras, de mis secretos, pero no de haber vivido la vida como
quise, porque ante todo fui honesto contigo (como lo soy ahora) leal, fiel,
constante. No me arrepiento del hombre que fui, porque este hombre que soy, es
el hombre del que te enamoraste.
No me arrepiento de
haberte amado, sino de no poder amarte más-
Ya no hay respuesta de
la anciana, bajo las cobijas los abraza y así, abrazados, se quedan dormidos.